"True Detective", Temporada 3, de Nic Pizzolatto

 Obsesión.

Leí en la prensa que una serie que me gustó mucho. En su momento había tenido continuidad no demasiado feliz. Hay tanto para ver que decidí no recaer. Sin embargo me entero de que se estrena la tercera temporada y que las críticas son mucho mejores. Decido entonces volver a ella. True Detective, IIIª temporada, creada por Nic Pizzolatto, el mismo autor que ya parió True Detective en su  primera temporada, es de nuevo el "creador", es decir el que tiene la idea y coordina después a todos los demás participantes. Además dirige alguno de los capítulos y es el responsable del guión. Estrenada en enero en la plataforma HBO, puedo decir que se trata de una novedad. 


El consabido arranque de la historia vuelve a centrarse en la desaparición de dos niños en un pueblo perdido de Arkansas. Me parece impresionante descubrir esos lugares en medio de ninguna parte, con casas diseminadas en medio de una naturaleza no demasiado pródiga, presentada mediante una fotografía de tonos grises. Los interiores de los hogares no son menos decadentes. Pronto descubrimos que la historia, como en la primera temporada, se desarrolla en tres momentos diferentes: 1980, cuando ocurre el suceso que pone en marcha a los dos detectives, Wayne Hays y Roland Wes; diez años después, dado que parece que el caso se cerró en falso, se retoma la búsqueda en 1990. Los dos detectives parecen ser sometidos a una investigación por algo que ha sucedido y que no se nos dice qué ha sido. El tercer tiempo es veinticuatro años más tarde, con los dos protagonistas casi ancianos, empeñados en resolver lo que quedó en el aire. Interpretados los dos personajes por los mismos actores en ese extenso lapso temporal, la caracterización se muestra como un elemento fundamental para poder saltar a lo largo de los años sin perderse.


El policía negro, de extracción social humilde, del que no sabemos mucho, ha luchado en Viet Nam y ha sido rastreador.  Del ejército pasó a la policía. No parece sentarle mal cumplir órdenes. Es sistemático, trabajador obsesivo y parece estar muy solo fuera de su trabajo, razón por la que se vuelca en su actividad. El blanco, con el que forma pareja, tiene un carácter algo distinto. Tampoco sabemos mucho de él, parece más racional y menos impulsivo. Pronto descubriremos que, en el desarrollo de la investigación, el que cobrará protagonismo será el primero. La mención de la raza es pertinente porque ellos mismos la ponen sobre el tapete constantemente. A pesar de lo distintos que son, se compenetran bien y son dos buenos fellows, solidarios a pesar de concepciones distintas de las cosas en muchas ocasiones. La búsqueda de los niños vendrá completada con la relación amorosa que el primero establece con una maestra que acabará siendo escritora de un libro centrado en la investigación del caso y con la que tendrá dos hijos. La complejidad del personaje está muy bien dibujada: puede ser duro en los interrogatorios, tierno en el amor, dubitativo y celoso ante la posibilidad de estar siendo utilizado, incapaz de dejar un trabajo sin aclarar, un true detective. Los superiores, la política del fiscal, las relaciones sociales de los poderosos del lugar, todo va conformando una radiografía de ese territorio ignoto que no suele salir en los catálogos de viajes. No hay glamur alguno en las vidas de estos seres, ni en los padres de los niños, un matrimonio destrozado por el alcohol y las drogas, ni en la pareja protagonista, ni en la soledad del otro policía, que acaba refugiándose en los perros. En la primera temporada, el equilibrio argumental entre los dos policías era más fuerte, ambos eran presentados con una consistencia semejante dentro de su diferencia. Aquí Pizzolato parece haber optado por uno de ellos y eso tal vez la descompensa un poco.


Volvemos a tener al actor fetiche actual, el  estupendo y camaleónico Mahershala Ali. tan distinto de su encarnación del pianista en Green Book. Su composición del policía envejecido, con un punto de alzheimer y con una obsesión que bascula entre lo investigado por él y lo que su esposa llegó a conocer, es enternecedora. El otro es un solvente Stephen Dorff quien, a pesar de llevar haciendo cine desde 1987 y haber intervenido en innumerables títulos, me resulta completamente desconocido. Aunque el otro le come el protagonismo, le da la réplica justa en cad momento, sobre todo al final.
Carmen Ejogo es la mujer que no quiere limitarse a ejercer como esposa y que es capaz de investigar por su cuenta para poder incorporar ese material a su libro. La evolución del personaje está trazada con mucho acierto. En el desarrollo de los acontecimientos veremos una vez más que la actuación de la autoridad no es siempre la más adecuada y que a veces el poder de una placa puede llevar a cometer desmanes. Por una vez y aunque el tono de negrura haya dominado los acontecimientos narrados, el "creador" parece apostar por un desenlace menos tremendo que en otras ocasiones, lo cual se acaba agradeciendo. 

José Manuel Mora.





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