El desguace de las musas, de La Zaranda

 Decadencia.

Cuando vi en la programación del Teatro Principal de Alicante que se anunciaba el espectáculo, sabía que no me lo iba a perder. La gente no estaba seguramente bien informada y el patio se ha quedado a medio aforo. Una lástima, porque sabiendo quién firmaba la propuesta era apostar sobre seguro. En El desguace de las musas ya su título es bastante significativo. El responsable del espectáculo es Paco de la Zaranda (Teatro Inestable de Ninguna Parte, antes llamado de Andalucía la Baja), una de las pocas compañías de culto que van quedando de los años setenta (recibió el Nacional de Teatro en 2010), y el ecritor del texto es su colaborador habitual y también actor, Eusebio Calonge. Para los connaisseurs es suficiente garantía. Además, y no sé si por vez primera, viene arropado en la coproducción por el Teatro Español de Madrid y el Teatre Romea de Barcelona, dos referentes, donde recalará una vez que concluya la primera turné, que seguro continuará después. Se estrenó en febrero en el Principal de Zaragoza, así que nos llega con bastante prontitud.


Paco de la Zaranda y Eusebio Calonge llevan peleando por mantener viva esta compañía "tan inestable" desde hace 36 años. Su visión del mundo, que se traslada coherentemente a sus espectáculos, es desde siempre la perspectiva de los desheredados. En este caso se trata de un grupo de teatro que nada más aparecer me trajo a la cabeza al del Viaje a ninguna parte (1986), de F. Fernán Gómez, con aquel grupo de cómicos de la legua derrotados por la llegada del cine a pueblecitos perdidos donde antes los contrataban para fiestas; es curioso que hayan elegido a Gabino Diego, que ya actuó entonces en la cinta, para un papel de galán joven, venido a menos, eso sí. El sarcasmo inicial está en el hecho de ver a una compañía en precario dirigida por un hombre pegado a una mascarilla de oxígeno que le permite respirar sin ahogarse del todo. Los demás lo siguen persiguiendo un sueño claramente imposible, que cada uno traduce en unas palabras: "no acabar de comisería en comisería", elevarse por encima del prosaísmo de la realidad para alcanzar la belleza de lo poético, sobrevivir en medio de una tribulación constante que los hace enfrentarse a todos con todos, cada uno con su ritornello particular. Y, a pesar del desastre, show must go on... Y son necesarios los ensayos, a pesar de la pereza y la falta de fuerzas, el maquillaje tras el que se oculta la decadencia física y anímica más absoluta, el vestuario de lentejuelas cada vez menos brillantes, boas sin plumas, mallas remendadas, inglés de guía turístico de barrio... Da la impresión de que la propuesta consiste en pasar al otro lado del espejo, donde lo que se oculta es la precariedad absoluta de los cómicos, incluso de los que reciben premios y formasn parte del famoseo, pero que viven pendientes de una llamada de teléfono que los pueda poner en pie de nuevo tras largos periodos de inactividad, en una actividad que hace ya tiempo dejó de ser algo que tenía que ver con la creatividad y que cada vez más está dominado por el negocio (There's no business like show business).



El tiempo en el que la compañía arrancó su trabajo era de riesgo, de búsqueda, aquél que los "de provincias" podíamos seguir en la revista Primer Acto y que poco a poco fue disolviéndose en teatros subvencionados, en grandes compañías que cada vez arriesgaban menos y que se dedicaban muchas veces a trasladar los éxitos de londres o Nueva York traducidos, junto con los superespectáculos musicales, auténticas franquicias. Y el negocio lo fue abduciendo todo. Y el calor del teatro, espectáculo directo, en tiempo real, fue perdiendo espectadores, más aficionados ahora a la frialdad de las pantallas de juegos, música o películas. Y no es la misma emoción, esa que desprenden estos actores al borde del abismo actuando ante nosotros. Estupenda la incorporación de la soprano Mª Ángeles Pérez-Muñoz, capaz de tocar el piano y cantar maravillosamente.


Lo que vemos se mueve entre una comedia esperpéntica y el mismo fondo trágico que tenía el teatro de Valle. Son conscientes los de la Zaranda de que son representantes de un modo de hacer teatro que está casi periclitado. Y ahí siguen ellos, insequibles al desaliento, sin querer desaparecer, matando ratas a escobazos, saludando hacia el fondo del escenario, de espaldas a nosotros, donde se supone que está su público. Incorregible esta gente de Andalucía la Baja y de Ninguna Parte que sigue conmoviéndonos.

José Manuel Mora.

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