El monarca de las sombras, de Javier Cercas

 La guerra de nuestros antepasados... interminable.

                                                  Dulce decorum est pro patria mori.                                                                                           Horacio.

Me encanta que me cuenten historias. Si son familiares, más todavía. Y si encima están bien contadas, miel sobre hojuelas. En la lista de libros recomendados se puede ver que soy casi un seguidor del escritor catalán, aunque en este caso llegue algo tarde, puesto que el título tiene ya un par de años. Al encontrármelo el otro día en una edición barata en mi quiosco, decidí llevármelo. También influyó un cotilleo que había leído en prensa y del que no tenía la menor noticia. CERCAS, JAVIER. El monarca de las sombras. Barcelona: Penguin Random House, 2017, aunque lo lea en una edición de 2018, de las baratas, Debolsillo, 281 págs. La foto de la cubierta, en un adecuado tono sepia, pertenece a la familia del autor y es hermosa y sugerente.


El autor forma parte, casi como una cada vez más rara avis, de los escritores catalanes que publican en castellano, aunque su bilingüismo sea perfecto, educado como fue en una escuela de Gerona, adonde su familia emigró en 1966, como tantos españolitos de a pie que huían del subdesarrollo y el hambre y que ayudaron a levantar la Cataluña de hoy. Es genial la anécdota de la madre, cuya emigración supuso "el acontecimiento más determinante de su vida" (pág. 13) y quien, tras treinta años de vivir en Gerona, al oír el catalán endavant, sigue entendiendo "ande van". Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) lleva escribiendo como periodista en castellano y catalán, también ensayos y libros de carácter misceláneo, y novelas en castellano desde 1987, aunque yo no lo descubriera hasta leer su Soldados de Salamina (2001), creo que después de haber visto el filme homónimo de Trueba, quien aparece aquí como personaje. Con Anatomía de un instante (2009) logró contarme ya entre los miembros de su club de "fanes".
Volví a caer al aparecer El impostor (2014), a pesar de saber de su contenido por lo ya leído en la prensa. Toda la furia que el escritor concita en medios independentistas se debe a su no militancia en el sueño republicano y a su persistencia en la elección del idioma para su obra creativa ("Desde niño había sido un niño desubicado, un tipo que no encajaba ni en Cataluña ni en Extremadura"; pág. 160). Ha recibido multitud de premios, algunos de mucho peso, como el Nacional de Literatura, o el Ciudad de Barcelona. Sus artículos quincenales son para mí una referencia obligatoria por su sensatez y su calidad literaria y de pensamiento.


Como en la de casi todos los españoles de mi edad, en mi familia se hablaba poco de la guerra y casi todo se resumía en el "no os metáis en política, hijos", que decía el sabio de mi padre. Yo había tenido un tío-abuelo anarquista, unas tías de Sección Femenina,  un tío socialista exiliado, otro tío represaliado por ser maestro republicano... y muchos otros, franquistas por ser gente de orden; tener una barbería o ser carpintero, como mis abuelos; o ama de casa u hornera, en el caso de mis abuelas, no les hacía de un pedigrí como para militar en el bando ganador, pero sí es cierto que la religiosidad debió de contar a la hora de tomar partido. A partir del 68, con veinte años y lo que veía a mi alrededor, me fui decantando de manera natural, como tantos otros de mi edad, hasta que mis dos años en Francia con prensa libre y mis ocho años de comuna educativa, acabaron de situarme donde desde entonces me encuentro. Felizmente no he tenido que escribir, como Cercas, la historia de ningún miembro de mi familia, como sí ha hecho él después de mucho pensárselo.  ¿Por qué las dudas a la hora de bucear en la biografía de Manuel Mena (1919-1938), su tío-abuelo? ¿Tal vez porque, siendo el escritor manifiestamente de izquierdas, tenía que encarar el pasado de un familiar que era "un franquista entusiasta, o por lo menos un entusiasta falangista [...] durante años el héroe oficial de la familia" (pág. 11)?  O incluso ¿porque hacerlo podía suponer "hacerme cargo de su pasado político" (ibidem), con la consiguiente vergüenza por sus orígenes? 


No es M. Mena un héroe de una pieza, sino que el autor lo presenta como alguien contradictorio: cordial y simpático, a la vez que malcriado, egoísta y orgulloso, perteneciente a una familia de pequeños propietarios rurales, que pasaban las mismas necesidades que los que no tenían ni tierra, por lo que se consideraban más señoritos (los auténticos estaban en Madrid), y que se sacrificó para que pudiera estudiar. Hay un personaje en su vida que lo marcó profundamente, el médico, "culto, laico y cosmopolita, de talante e ideas liberales" (pág. 62) y que abrió una academia con su mujer en el pueblo, quien "pudo ser más que un maestro del pensamiento, un maestro de la vida" (pág. 66). De todo ello nos vamos enterando a raíz del viaje que Cercas hace con D. Trueba al pueblo en 2012, para intentar grabar imágenes de los pocos supervientes que pudieran quedar. Esa conversación es una pura delicia cinematográfica. Y pronto vemos la estructura de la narración: los capítulos impares vienen narrados en primera persona por el escritor (J. Cercas se convierte en personaje) en un presente/pasado, para contar los resultados de su investigación y el proceso que lo lleva a la escritura. Los pares van en tercera  y en un pasado narrativo canónico de un historiador que intenta reconstruir con la mayor exactitud los hechos sucedidos, y aquí todos los que aparecen son seres de carne y hueso, incluso él mismo, lo que le permite la ironía sobre sí al hablar de "la novelería natural de su autor [él mismo]", (pág. 106). Y así vamos conociendo la breve militancia falangista de su abuelo, a la vez que su posterior rechazo de la política, o que M. Mena partió hacia el frente como voluntario con sólo 17 años; uno después alcanzó el grado de alférez provisional tras un cursillo. "¿Se puede ser un joven noble y puro y al mismo tiempo luchar por una causa equivocada? / Se puede - le contesta Trueba" (pág. 128). Y hay en ese diálogo entre ambos amigos una cita de D. Kiš que creo que me gusta incluso más que la de Horacio que encabeza estas líneas: "La historia la escriben los vencedores [...] La gente cuenta leyendas. Los literatos fantasean. Sólo la muerte es segura [la negrita es mía, claro]", pág. 131), y la subrayo porque en ella subyace la idea clave del libro, su radical antibelicismo. El propio escritor, que se toma muy en serio su cometido de investigador comprueba pronto la inseguridad de las fuentes: "Me inspiró una desconfianza total por los documentos [...] y de lo difícil que resulta reconstruir el pasado con precisión" (pág. 151); se pregunta si "el pasado no es  en el fondo una región escurridiza e inaccesible" (pág. 218). Y confrontado a un pariente socialista de más edad acaba formulando su intención al escribir el libro: "Eso es lo que debería intentar yo [...] Saber, dije, no juzgar, añadí. Entender. [...] A eso nos dedicamos los escritores" (Pag. 162). Y el propio Cercas confiesa que su propósito ha sido conocer la propia herencia de la Guerra Civil en la figura de su tío y del resto de la investigación que lleva a cabo. Y uno de los descubrimientos capitales sobre su pariente es que tal vez "en algún momento dejó de tener el concepto de la guerra que siempre habían tenido los jóvenes idealistas" (pág. 222); paradójicamente "la historia de Manuel Mena era la de un vencedor aparente [un héroe familiar] y un perdedor real" (pág. 272). Contar todo esto deja poco espacio para el adorno literario. Su prosa es seca, casi notarial. Sin embargo no quiero dejar sin anotar al menos una frase que me ha llamado la atención: "Los gritos de las golondrinas rasgaban como cuchillas de afeitar el silencio de las calles" (pág. 184). Y termino. Es esa doble verdad de su pariente lejano la que el escritor acaba contando, como un imperativo moral ya que "la historia de Manuel Mena era mi herencia [y escribirla] la única forma de responsabilizarme de ambas" (pág. 179), al denunciar la sinrazón de la muerte de un crío de 19 años. Lejos de la cita homérica de la kalos thanatos atribuida a Aquiles. Ninguna muerte es hermosa.

José Manuel Mora. 

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