La señora Caliban, de Rachel Ingalls

 El monstruo.

Sigo con señoras desconocidas en mi propósito de abrir el abanico hacia las escritoras, que están menos presentes en estas recensiones. Sigo preguntándome si, de no saber que se trataba de una fémina, yo lo hubiera podido deducir por la temática o el estilo. Responder tal vez podría llevarme a ser considerado políticamente incorrecto, así que lo dejo para el final. Lo que me había llevado al libro era una pequeña referencia en prensa. INGALLS, RACHEL. La señora Caliban. Barcelona: Editorial Minúscula, 2018. Es cierto que el libro original data de 1982, pero para nosotros es casi una novedad de apenas 121 págs. Estas editoriales de pequeño tamaño suelen arriesgar a la hora de elegir autores y títulos para sus catálogos. La única pega que le pondría a esta edición tiene que ver con la traducción, de la que luego hablaré. La imagen de la cubierta me resulta de lo más sugerente.


La escritora es una bostoniana nacida en 1940 que, curiosamente, vive en Reino Unido desde 1965. Es autora de numerosas novelas breves, como la presente, y también de relatos. A esta brevedad achaca ella el que no se la haya tomado en excesiva consideración. El libro que nos ocupa está etiquetado nada menos que como una de las veinte mejores novelas de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, según el British Book Marketing Council. Tras la lectura no sé si es para tanto; no conozco la literatura de los USA suficientemente como para suscribir la afirmación. Ganó también un premio importante a una primera obra, Theft (1970) y el maestro Updike ha hablado de lo bellamente escrita que está esta especie de parábola que voy a comentar, sobre un ser mosntruoso o sencillamente distinto.


Calibán es un personaje shakespereano que aparece en La Tempestad como símbolo de lo salvaje, de lo instintivo, frente a la figura de Ariel, que representa lo elevado y espiritual. El título de la novelita podría hacer pensar en el modo en que en el mundo anglosajón las mujeres adoptan el apellido del marido, lo que nos estaría dando una pista sobre su contenido. Dorothy, un ama de casa que habita un matrimonio sin esperanza tras haber perdido un hijo, comienza a escuchar en la radio noticias inquietantes sobre un ser mosntruoso que se ha escapado del laboratorio en el que se le investigaba. Mantiene una relación de amistad intensa con Estelle, que tiene dos hijos adolescentes y dos amantes: "Siempre nos hemos llevado de maravilla, como hermanas" (pág. 99); no sé si etiquetar esa fraternidad con una palabra de moda, sororismo, proveniente del latín, sosor-sororis, hermana, precisamente, pero cuyo concepto se ha ampliado en el mundo del feminismo a la solidaridad entre mujeres, aunque aquí pueda resultar poco fiable. El mundo en el que viven no puede ser más anodino y convencional, incluso triste por tanta soledad. Y de repente en la cocina de la primera aparece un ser de gran talla, enorme cabeza, ojos saltones y pies y manos palmípedos. Con una naturalidad sorprendente la autora hace que parezca normal que ambos seres entablen una relación, primero de ayuda y conocimiento mutuos y que luego acabará convirtiéndolos en amantes. El marido, siempre ausente, no se entera de nada. 



Ella se dedica a preparar ensaladas de mangos que son devoradas con fruición por su invitado, y el ser proveniente de las aguas va aprendiendo modos y maneras de los que habitan la sociedad que lo ha atrapado y torturado para "estudiarlo". Todo ello podría llevar a clasificar la historia como de literatura fantástica, pero la aparición de ese ser verde lo que hace es cuestionar la realidad cotidiana de la mujer. La seducción por ese tierno y peligroso monstruo no es muy distinta que la que padece su marido por una amante nueva. Para ambos, probablemente y dada su edad, puede suponer una última posibilidad de vivir con intensidad fuera del aburrimiento diario. "No sé si soportaría tener que renunciar a ti [...] ahora que has venido todo está en su sitio" (pág. 45), dice ella. Todo es más dificultoso para quien es consciente de ser distinto: "Saber que es para siempre, que voy a pasar el resto de mis días en un lugar en el que nunca encajaré" (pág. 45), dice Larry, que es como ella lo ha bautizado. La relación de enamoramiento de la pareja está presentada con gran delizadeza y no exenta de humor. Transcurre como si no hubiera nada más normal a pesar de su fragilidad, siempre al borde de ser decubiertos. Como se puede ver no hay demasiadas citas en esta recensión, como suele haber en otros libros aquí comentados. Es un estilo el de Ingalls sobrio, sin apenas adornos, funcional, como una cocina de la costa Este.  Y en esa sobriedad y claridad expositivas, tropieza uno con la traducción de alguien a quien su catalán materno traiciona al traducir al castellano: "Desde buen principio", no deja de ser un calco de bell nou, que me resulta ajeno; como este otro, que viene ahora del inglés: "Cuando quieras", por el original whenever, que yo hubiera traducido por "faltaría más" a la hora de devolver las gracias. El libro se lee con agrado y en un suspiro. Tal vez con todo lo expuesto, la perspectiva intimista de la narradora y de su amiga, los detalles de la vida diaria, comidas o ropa, el análisis de sentimientos encontrados, me hubiera atrevido a considerar que se trataba de un libro escrito por una mujer. No sé si peco de machismo. No querría. 

José Manuel Mora.


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