Non solum, de J. Picó y S. López

Bululú.

Cuando daba clases de teatro durante tantos años en los centros de secundaria por los que he ido pasando, explicaba a mi alumnado los modos de agrupación de comediantes que se citan ya en el siglo XVI en la obra Viaje entretenido, de Agustín de Rojas Villandrando: "Bululú, ñaque, gangarilla, garnacha, mojiganga, farándula y compañía", y que yo aprendí en una obra de Sanchis Sinisterra que me marcó: Ñaque, y que llegué a poner en pie en mis tiempos de Sueca junto a un alumno aventajado, mano a mano sobre el escenario, con la misma escasez de medios que se suponía a los de la época. 



 El bululú era una especie de juglar de nuevo cuño que, más que cantar, representaba, una especie de narrador omnipotente o de visible voz en off, y actor a la vez de los posibles papeles en la comedia. Este doblete del cómico supone un esfuerzo tanto para él como para los espectadores, que han de poner en juego su imaginación para amoldarse a las características de una obra representada por un solo actor. Este es el reto al que se enfrenta Sergi López en su obra Non Solum, escrita al parecer a cuatro manos con Jorge Picó y que lleva años de bolos desde que se estrenó en Barcelona y en catalán en 2010, codirigida por ambos y que llega hoy a esa bombonera que es la Sala Arniches de Alicante. Seguramente me lo hubiera perdido de no ser por el empujón de mis compis Carme y Pilar. Gracias a ellas pude disfrutar a modo.


No hay cortina. El escernario está vacío, con tan sólo un cajón de madera a modo de podium. Sale el actor de entre cajas y una luz vertical dibuja una rectángulo en el suelo que se convierte en puerta, con tan sólo realizar el gesto de abrirla, estamos ante el arte de un mimo consumado. Otra luz en la otra punta del escenario indica al que entra que no está solo y se inicia el diálogo,"¿qué está pasando aquí?", de un modo tan sencillo y efectivo como cambiar alternativamente de lugar, y alterar mínimamente la voz, a lo que se añade que el segundo se cubra sus partes pudendas porque está desnudo. Y llega un tercero y un cuarto y la cosa se complica para ellos, que no para los espectadores, que seguimos viendo a los cuatro en uno discutiendo al darse cuenta de que son iguales, aunque no del todo: hay un negro (pero sólo por dentro), un gracioso desde chico, una mujer, otro que es un fan del allioli y así una multitud. El mismo número comienza a ser un problema, pues casi no caben en el escenario, aunque el actor siga solo. Lo vemos rodeado, hasta el punto de que se ha de abrir paso para ir de un sitio a otro. 




De manera inadvertida, sin linealidad en lo que vemos, el personaje, uno cualquiera de los anteriores, comienza a narrar un encuentro sexual con alguien extraterrestre, primera vez para ambos. La explicación es absolutamente desternillante. El trabajo gestual es magnífico, porque en ningún momento sobreactúa, antes bien es capaz con sólo los gestos de su cara y de cada uno de los elementos de ella, ir trasmitiendo las sensaciones que el encuentro le produce. Y de repente comienza a cantar un hermosísimo texto de Pau Riba mientras está aparentemente muerto sobre la caja, con total rigor mortis que, para ser creíble, debería ser eterno. Durante las casi dos horas de duración del espectáculo se plantean problemas no sólo de identidad, sino otros de carácter metafísico: "Aquí. ¿Dónde es aquí?" "¿Y si estuviéramos en el paraíso?".


 































Y para acabar de rizar el rizo, el que está en el escenario de repente se hace consciente de que lo está, de que hay gente que lo está viendo. Un darle la vuelta a la chaqueta y una gafas de plástico lo convierten en el objeto de atención de los espectadores, y en un giro inesperado él decide sumarse a la contemplación sentándose en una silla en el proscenio e interactuando con los demás espectadores. El desperrame del respetable es ya total. Nos tiene a todos en el papo.














A todo lo anterior hay que añadir la velocidad endiablada que se necesita para hacerse ubicuo y múltiple, para parlamentos que a veces son variaciones leves sobre el mismo tema, tanto en la dicción como en la gestualidad, sin que esta resulte repetida o impostada. Hace falta una formación teatral brutal para mantener este espectáculo en pie. Yo conocía y admiraba a Sergi López como actor de cine, una auténtica bestia actoral. En Francia lo han hecho suyo, como le sucede a la Maura. Me entero, al preparar estas líneas, de que se formó teatralmente en la Escuela Internacional de Teatro de Jacques Lecoq, lo que me ayuda a entender su presencia actoral. 


Terminó marcándose un bolero, "Nosotros", a capella, aunque nos mostró todo el acompañamiento que llevaba , que el público coreó emocionado. Acabamos puestos en pie vitoreándolo y él lo agradeció de corazón. Pedazo de espectáculo de este bululú redivivo.

José Manuel Mora.





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