Tierra sonámbula de Mia Couto

Literatura mozambiqueña.

Cuando estudiaba Románicas en Salamanca, había la posibilidad de elegir entre italiano y portugués como idiomas complementarios al obligatorio francés. Sabedor de que la mayoría elegiría el primero por su aparente facilidad, opté por el segundo, en el que apenas estábamos media docena de personas. El primer curso fue de lengua portuguesa y lo impartía un jovenzuelo que venía desde Oporto. El segundo ya fue de literatura portuguesa, impartido en portugués. Lo daba un escritor lisboeta que nos fue introduciendo en las letras del país vecinno, tan cerca, tan lejos. Y descubrí a Camões, a Eça de Queiroz, a Lobo Antunes, a Pessoa... Y me quedó esa querencia por la música del idioma que me retrotraía a las cantigas galaico-portuguesas medievales, ese deseo por conocer a los vecinos de norte a sur, el gusto por su cocina y por la amabilidad de sus gentes. Tras mi segunda visita a Lisboa fue inevitable adentrarme en Saramago a través del su magnífica El año de la muerte de Ricardo Reis. Sin embargo no había leído nada de lo producido en las colonias, ni literatura brasileña, ni mozambiqueña, ni de Angola. Hasta hoy, que ha caído en mis manos una buena referencia de un tal COUTO, MIA. Tierra sonámbula. Barcelona: Alfaguara, 2019 en reedición; trad. E. Naval, 296 págs. Sobre la traducción habrá que volver. No se trata pues de ninguna novedad.


Mia Couto, sobrenombre literario de António Emílio Leite Couto, nació en Mozambique en 1955. Desde el 72 vive en Maputo, la capital, donde abandonó los estudios de medicina y empezó a bregarse en el periodismo, aunque acabó biología con posterioridad y es a lo que se dedica profesionalmente además de a escribir. Su creación literaria se inicia en 1983 con un poemario, Raiz de Orvalho, al que siguió una colección de cuentos en 1986, Vozes Anoitecidas. El presente título data de 1992 y ha seguido publicando muchos otros hasta la fecha. Ha acabado por recibir en 2013 el  Premio Camões, equivalente al Cervantes nuestro. Ha sido traducido a diversos idiomas y se le considera uno de los grandes en lengua portuguesa.Este hombre, que vivió la independencia de la metrópoli tras la Revolución de los Claveles (1975), afirma: “Tengo 42 años y he pasado la mitad de mi vida en guerra”. Como dice uno de los personajes de su libro, Muidinga, “Estoy harto de vivir entre muertos”. Las guerras civiles son así de terribles, más cuando se prolongan en el tiempo, en este caso hasta 1992.


Uno descubre pronto que el libro es en realidad dos libros. Basta con mirar el índice introductorio. Una pareja demediada, el viejo Tuhair y el muchacho Muidinga, a quien el primero rescató literalmente de entre los muertos y al que ahora protege. Vagan sin rumbo ("la guerra había matado la carretera [...] esta guerra que había contaminado toda su tierra", pág, 15), despojados de todo ("armonizaban con el camino, marchitos y desesperanzados", pág. 16), hasta que encuentran un machimbombo, un viejo autobús casi quemado que les servirá de refugio de las patrullas, que saquean, queman, matan y destruyen ("En estos días un arma es lo que conforma la vida", pág. 193). En una maleta abandonada encuentran unos papeles que el joven descubre que puede deletrear, incluso leer. Y eso se convierte en un modo de pasar el tiempo y las hambres. Se trata del diario escrito por Kindzu ("enciendo la historia, me apago a mí", pág. 23), otro ser perdido, "soñador de recuerdos, inventor de verdades" (pág. 157), contadas para aliviarse de las propias angustias y gracias a las cuales puede Muidinga poseer "una memoria prestada" (pág. 182), y que en medio de su soledad decide dar a su vida un sentido y comienza la búsqueda del hijo de Farida, mujer hermosísima a quien conoció en un barco varado en un arenal en medio del mar y de una tormenta imposible y donde permanece sola, esperando poder viajar más allá de las aguas. Estamos en el terreno de la narrativa oral ("sus historias hacían que nuestro lugarcito creciese hasta ser mayor que el mundo", pág 24), aunque trasvasada a unos cuadernos. Y ésta se halla atravesada por el horror de quienes viven para la codicia, de quienes son crueles porque sí,  de los que se sienten completamente solos, abandonados de todos y que a pesar de ello, serán capaces de la solidaridad, la entrega, la amistad, capaces de enfrentar con coraje a la muerte. ¿Qué hay de real en todas estas historias llenas de magia, espanto, muertos que regresan, padres vengativos, patrones desalmados? Lo importante, como para los que paraban en la fonda cervantina, es que haya alguien que las cuente, que los entretenga, que los haga olvidar el horror que los rodea. 


Hablaba al inicio de la traducción. Naval escribe un texto introductorio, más explicativo que justificativo. Parece ser el primer libro de autor mozambiqueño traducido al castellano. En ese territorio se hablan 33 lenguas y dialectos no todos comprensibles entre sí, la mayoría sin traslación escrita. Y, aunque el portugués sea la lengua de "cultura" que les permite entenderse entre ellos, las variantes con que se habla y escribe son vastísimas.  Mia Couto retuerce su portugués y usa la cursiva para dejar que hablen sus personajes para acentuar características y matices de la oralidad. Si la tarea del traductor es siempre compleja, aquí se vuelve titánica. A ello hay que añadir las singularidades estilísticas de portugués culto que usa el escritor. El traductor reconoce que muchas veces su papel ha sido de cocreación. Veamos algunas de las dificultades y cómo las ha salvado. A veces son verbos nuevos: "la noche entera se va enluneciendo" (pág.22), " En el lugar donde antes playaba lo azul" (pág. 31); o adjetivaciones extrañas: "La vida se empolventaba miserienta" (pág. 36); "la condición de tristón cuadripedestre" (pág. 255). La lista es de una riqueza y variedad extraordinarias y provoca siempre el extrañamiento, tan atractivo en la narración para el lector.


El juego metafórico es brillante a la vez que cotidiano, como si las imágenes que crea el escritor estuvieran al alcance de cualquiera con sólo observar detenidamente la realidad. No puedo dejar de constatar algunas, a cual más hermosa. "El miedo pasea sus cuernos por el pecho del muchacho" (pág. 20); "Ahí donde el mar toca los pies de Dios" (pág. 64); "Quería atar la tristeza con el hilo de sus lágrimas" (pág. 117). Por no hablar de las comparaciones, lejos de la sencillez que las suele caracterizar, lo que no es aquí el caso: "Las paredes, llenas de agujeros de balas, semejaban la piel de un leproso" (pág. 35); "La luna exhibiéndose como medallón en el escote de la noche" (pág. 64); o las hipérboles para nombrar una realidad desmesurada, casi mágica: "Se alarga un silencio del tamaño de la tierra" (pág. 103). Todo para rodear a estos personajes, cada uno aislado en sí mismo: "Es lo que ha hecho esta guerra, ahora todos estamos solos" (pág. 221). Es rara la ironía o los toques de humor: "La población no se comporta civilmente en presencia del hambre" (pág. 86). La conclusión es terrible: "El único valor en los días actuales es sobrevivir" (pág. 224), puesto que "la guerra es una culebra que usa nuestros propios dientes para mordernos. Su veneno circulaba ahora por todos los ríos de nuestra alma" (pág. 26).Impresiona la escueta descripción de un campo de desplazados, que imagino semejante a tantos en tantos países: "millares de campesinos se concentraban , hambrientos, en espara de donativos para las calamidades" (pág. 262). Terrible el parlamento final: "¿Lloráis por los días de hoy? Pues sabed que los días que vendrán serán aún peores" (pág.288). Triste destino el de un continente colonizado  primero y deshecho después por quienes quieren conservar poder y beneficios de sus enormes riquezas. Couto mantiene el equilibrio entre denuncia y reflejo de un país que parece no haber salido todavía de la leyenda y las tradiciones orales. Hermoso libro, hermosa historia doble.

José Manuel Mora.




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