Historias de San Francisco de Armistead Maupin

Frisco.

Una serie a la que llego sin información previa de ningún tipo. Además recién estrenada y perfecta para una media maratón de finde, pues son "sólo" diez capítulos de una hora cada uno. He estado en la Costa Este de EE.UU, desde Virginia hasta Boston, pero nunca en la Costa Oeste. L.A. nunca ha llamado mi atención; sí que lo ha hecho San Francisco y el campus de Berkeley, cuna de movimientos alternativos a finales de los sesenta del siglo pasado, espíritu que se trasladó al otro lado de la bahía con toda seguridad, permitiendo la aparición de tendencias contraculturales y modos de vida alternativos. Historias de San Francisco es una nueva propuesta de Netflix, dirigida por varios realizadores y creada a partir de una serie de cuentos de Armistead Maupin, titulada Tales of the city (1978). Ya tuvo dos series previas, que por supuesto desconocía, en 1993, estrenada en Reino Unido, y en 1998 y luego otra en 2001; estas dos últimas fueron más breves porque se consideraron demasiado atrevidas, y de las que la presente sería una secuela-homenaje. En el mes del "Orgullo" la plataforma parece rendir homenaje al movimiento LGTBI. Y, al parecer, dado el éxito que está obteniendo, Netflix ha colgado tas tres temporadas anteriores que acabo de citar y que he visto a posteriori de este comentario.


Dicho todo lo anterior, el espectador tiene que ir suponiendo qué sucedió con anterioridad en Barbary Lane 28, una casona de varios niveles, encaramada a lo alto de una colina desde la que se ve el puente iluminado en la noche, de donde salió 23 años antes hacia Connecticut una muchacha, Mary-Anne (Laura Linney), incapaz de mantener vivo su matrimonio y de criar a una hija de tres años, y que decide optar por su trabajo en vez de por su familia. La comunidad queer que fraguó en esa casa Anna Madrigal (Olympia Dukakis) como matriarca del grupo, se reúne para celebrar el noventa aniversario de una señora trans que ha defendido siempre las diferentes opciones de quienes con ella viven y que muestran que la sangre no siempre es lo que más une a las personas. A su regreso tendrá que hacer frente a toda la problemática que dejó irresuelta, aunque nada sea ya como lo que dejó.


La novedad estriba en que conviven tres generaciones: la de la "abuela", la de la madre cincuentona, y la de la hija de 26 (Ellen Page), una millenial, término que ella se toma como un insulto. Esa diferencia generacional se da incluso dentro de una misma pareja: Michael "Mouse" (Murray Bartlett) está enamorado de un muchacho (Charlie Barnett) que no llega a los treinta, cuando él tiene cincuenta y tantos, complejidad aumentada por el distinto color de piel de ambos. A la visibilidad del mundo gay, tratado con total normalización, lejos ya del dramatismo sin esperanza del sida, se unen las reivindicaciones feministas y la transexualidad, sin el componente de marginalidad y violencia que veíamos en Pose, presente en el flash back en el que se cuenta la historia de Madrigal cuando llegó a Frisco; antes bien aparece como una opción más, que incluso algunas familias latinas son capaces de aceptar y que se incluye en la sexualidad fluida que se reivindica en la actualidad. Se homenajea así la lucha previa de quienes fueron explotadas, encarceladas y golpeadas, y se presenta la visibilidad como otro modo de reivindicar la diferencia de una manera inclusiva.


 Con lo dicho hasta aquí, queda claro que se trata de una serie que se centra en los personajes, más que en una trama que pretendiera sorprender e intrigar, cuando se ve que no es más que un Macguffin. Lo que interesa entonces es ver los conflictos que cada uno de ellos vive, no todos centrados en su sexualidad, sino en su manera de relacionarse y de estar en el mundo. En ese sentido me parece muy interesante el debate que se plantea en una cena intergeneracional en torno a lo políticamente correcto de algunos términos, antaño excluyentes e insultantes y hoy reivindicados por la propia comunidad. Cuando el joven Ben argumente que no le parecen aceptables esas denominaciones, acabarán saltando sobre él para reprocharle su desconocimiento de los años terribles de la represión, de los armarios oscuros, del sida... No todos tienen la misma profundidad psicológica, por lo que no todos resultan igual de atractivos. En plan friki, la pareja de gemelos, que se dedican a las performances para luego subirlas a Instagraman y ver cuántos folowers consiguen en cada caso, resulta de lo más divertida, a la par que muy alternativa y crítica de lo que se considera arte por muchos lugares.


La Dukakis, a quien descubrí en Hechizo de luna (1987), me ha parecido siempre una enorme actriz. Aquí se impone con una voz grave, con la que es capaz de dar órdenes o de expresar cariño o fragilidad, siempre con su apariencia de feminidad exagerada con toque de masculinidad. Su relación con el relamido inglés (Victor Garbe) resulta entrañable. Laura Linney es capaz de trasvestirse y dar el pego, o cantar una canción impecablemente, o pasar de la casi ñoñez al afán por vivir la vida, o por desvelar la verdad. Bartlett, como muchos otros del reparto, es un conocido activista LGTBI a quien vi hace poco en Looking, en un papel algo parecido, pero que resuelve con solvencia, incluso en los momentos que podrían ser ternuristas y que él acaba clavando. He de confesar que a Ellen Page, la jovencita que tanto me gustó en Juno (2007), no la había reconocido. Aquí parece llevar uniforme exterior e interior hasta que consigue conmover en una de las escenas finales. Para concluir, no es de las "esenciales para la supervivencia", pero se ve con agrado y está bien normalizar lo que por otros pagos ya va estando asumido.

José Manuel Mora. 





https://youtu.be/vog4-_VnKgQ

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