La danza del sol, de Isabel Alba

 Fresco veraniego.

Sigo con mujeres que escriben. Otra desconocida que viene avalada esta vez, además de por mi librera de 80 Mundos, por el hecho de haber sido aceptada en el catálogo de una editorial que cada vez tiene más prestigio, no sólo por los autores que publica, sino por el cuidado que pone en las ediciones de sus títulos, empezando por la atractiva ilustarción de la cubierta. ALBA, ISABEL. La danza del sol. Barcelona: Ed. Acantilado, 2018, págs. 213. El libro viene precedido de una cita que puede ponernos sobreaviso de alguna manera: "Las personas no son capaces de decirse nada, unas a otras, mas sí de contarse todo" (pág. 6), de Bernard Von Brentano, a quien no conocía más que de oídas hasta febrero pasado, en que leí un libro magnífico suyo que me descubrió toda una época a través del retrato de una familia centroeuropea en plena Gran Guerra (http://mbadalicante.blogspot.com/2019/02/theodor-chindler-de-bernard-von-brentano.html). Y también, a modo de introducción, aparecen los primeros versículos del Génesis relativos a la creación del mundo.


Descubro en la Wiki que la autora, nacida en Madrid en 1959, aunque vive en Donostia, es además de escritora, fotógrafa y guionista de cine, radio y televisión, lo que en parte no sé si puede tener que ver con la figura materna, Lolo Rico, quien creó un programa televisivo que marcó a mucha gente en los ochenta: Barrio Sésamo y también La bola de cristal. Su primera obra narrativa es de 2003, pero con La verdadera historia de Matías Bran (2011) quedó finalista del Premio Euskadi de Literatura.


Todo transcurre durante un fin de semana en un hotel costero, donde coinciden dos familias em parentadas con sus critauras respectivas, un jubilado alemán, tres jóvenes que trabajan en el complejo, unos como animadores y otra como camarera, un par de hermanos que guardan un kalashnikov en el armario, otra familia procedente de los Balcanes... Un conjunto de teselas humanas que coinciden en un espacio concreto en vacaciones, una residencia barata, despersonalizada, pero que a unos los saca de la rutina y a otros les proporciona trabajo temporal y que acabarán componiendo una figura conjunta en el mosaico final. Se trata en realidad de una serie de monólogos de cada uno de los personajes, en tercera persona, más subjetivos o más externos, según la edad de los mismos y su grado de consciencia; en ocasiones la escritora recurre también a la narración omnisciente, que se acaba personalizando en el momento en que se centra en uno de los personajes; en alguno de ellos, los que poseen mayor vida interior, se echa mano del salto atrás para ubicarlo mediante los recuerdos de infancia; todos quedan certeramente retratados.



Los diálogos son escasos, y a veces recurre a sintagmas nominales recurrentes, como pequeños poemas en prosa, sincopados, telegráficos. Son todos ellos gente "de clase media" y parece casi una radiografía de la misma con todos sus prejuicios y temores: los chinos, los rumanos, los moros; el miedo a perder el trabajo, la explotación laboral, los deseos y las frustraciones, las envidias entre hermanos, todo ello a lo largo de esos tres días con momentos de piscina, sorteos, bailes y copas nocturnas, y todo un catálogo de tristezas y desasosiegos, desde los mayores a los más pequeños, que no son expresados nunca en voz alta, como si cada quien fuera masticando para sí toda su desesperación, su falta de expectativas de cambio, en medio de un ambiente artificialmente concebido para la felicidad de la clientela. Todo parece suspendido mientras la tensión nunca explicitada va en aumento. Hay una concisión expresiva extrema, muy útil para el ritmo de la narración, que a veces deja paso a alguna comparación: "El silencio los va apresando en sus garras de acero [...] como un murciélago" (pág. 80); o bien: "La luna brilla redonda y roja en un cielo azul petróleo" (pág. 164); o a alguna metáfora: "No hay hilo y aguja para coser sus almas rotas" (pág. 96). Las voces de cada uno, con sus obsesiones, son pronto reconocibles para el lector. Podría tenerse la impresión de que estamos en una presentación costumbrista, pero el desenlace reubicará toda la acción, logrando así una trascendencia que no parecía tener en un principio. Se lee de un tirón.

José Manuel Mora.  

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