Rocketman, de Dexter Fletcher

 Otro mito.

Aunque en mi ciudad hay múltiples salas de cine y no en todas se repiten los mismos títulos, cada semana parece que tengo claro lo que quiero ver. Esta vez me he debatido entre dos posibilidades y, aunque no me suelo echar atrás ante la anunciada dureza de las pelis, no estaba en esta ocasión con ánimo para enfrentarme a una de mafias chinas, cárceles terribles y amores desesperados, a pesar de que me la habían recomendado. Hablo de La ceniza es el blanco más puro. Así que, a pesar de que algunos de los que me conocen y me siguen me puedan tachar de facilón, he optado por  Rocketman, biografía fílmica (ya sé que es más largo que biopic, pero qué queréis...) de Elton John, dirigida por  Dexter Fletcher, actor al que no le pongo cara en los varios títulos que he visto de entre los que ha protagonizado, y director que ya se responsabilizó de finalizar otro título dedicado a glorificar a otro cantante, F. Mercury, y que dejé comentado ya aquí: Bohemian Rhapsody. Tal vez sería bueno señalar que el actor que canta ejerce de productor, con lo que la supervisión de la historia está asegurada. Vuelvo a señalar que ambos cantantes no forman parte de mi memoria sentimental, mucho más antigua por edad, pero sí he de confesar que algunas de las melodías de E. John lograron emocionarme, a pesar de no haber sido nunca un fan enfervorizado, ni haber visto nunca ninguna de sus actuaciones en directo, tan sólo algún vídeo en algún noticiero de televisión. Buen momento para ponerse al día.


La narración se inicia con la llegada del cantante a una terapia de grupo en la que pretende superar sus múltiples adicciones. A partir de ahí arranca un salto atrás que parte de su infancia con su natural predisposición para la música. Ello junto al desapego afectivo de su padre y la distancia de la madre. Tan sólo la abuela parece salvarlo del naufragio. Reginald Kenneth Dwight era su auténtico nombre, que decidió cambiar por el de Elton. Tuvo una formación clásica gracias a una beca de la Real Academia de Música, aunque pronto se vio atraído por el rock, el country y otras tendencias del momento que fue haciendo suyas hasta componer un estilo propio e inconfundible; y a partir de ahí estableció una relación profesional con el que acabaría siendo su gran amigo, Bernie, autor de las letras que servirían de base a sus canciones; la simbiosis funciona porque ambos se conocían muy bien y se querían como hermanos, a pesar de los desencuentros. Es buena la idea de que se vaya despojando de su colorido ropaje con el que llega a la clínica hasta quedarse en albornoz, como metáfora de su desnudamiento interior. La estructura de la cinta es clásica: ascensión de la estrella, triunfo, caída y recuperación. En medio de todo ello sex, drugs and rock & roll. En ese sentido la cinta es mucho más valiente en la presentación del mito, que en la de Mercury, que está más edulcorada. Como alguien le dice, "lo importante no es quién eres, sino lo que quieres ser". Y decide componer un personaje a base de excentricidades, sus gafas imposibles, vestuario barroco y divertido y una forma de actuar ante el público que consigue atraparlo por completo. La historia se detiene en un momento dado y se completa con imágenes reales que muestran sus 28 años de sobriedad, su feliz matrimonio con su nuevo compañero, los dos hijos de ambos a los que quiere dedicar mayor tiempo y la fundación de lucha contra el sida que ha sido capaz de levantar.


Si sólo fuera un biopic tal vez no me hubiera enganchado como lo ha hecho. La diferencia con Bohemian Rhapsody es que aquí se ha optado por el género musical, canciones de los personajes integradas en la trama, además de las que canta el intérprete, coreografías espléndidas, como la inicial en la feria o la casi final en la playa. Todo ello está servido con una banda sonora espectacular, tanto la original como la perteneciente al cantante, y una ambientación en la que no se ha escatimado nada. Taron Egerton lo encarna con mucha dignidad, puesto que él mismo es un buen tenor, con formación dancística incluida. Resulta muy creíble tanto en sus inicios ingenuos, como cuando llega el momento del desfase interpretativo y vital. No carga las tintas en el amaneramiento del personaje, antes bien lo integra en una personalidad extravertida y gozadora a la vez que profundamente herida en su autoestima y en su necesidad de ser querido.


Jamie Bell, el extraordinario adolescente bailarín de Billy Elliot, que ya había dado la talla de su paso a la edad adulta en Jane Eyre, está espléndido, conmovedor, en su papel de letrista y amigo comprensivo y cómplice a pesar de distanciamientos temporales. Gemma Jones es la perfecta muestra del nivel de los "secundarios" británicos, a quien descubrí en Sense and Sensibility (1995) y que aquí compone a una abuela que es el único asidero del cantante. Con todo lo anterior, vale decir que la película se ve con agrado, que los fanes disfrutarán a modo y que no deja de ser un producto industrial hecho ad maiorem Elton gloriam. Es lo que hay. Y no es poco.

José Manuel Mora.



Comentarios

Unknown ha dicho que…
Si fueras" rockerpopero" habrías visto más cosas, de cualquier forma una excelente crítica la tuya. Lo que me gustaría que hicieran una peli de este estilo sobre David Bowie.