Feliz final, de Isaac Rosa

 Desamor.

Lanzarse a la piscina sin saber si hay agua. Eso es lo que he hecho al ponerme con un libro de autor para mí desconocido y cuyo título no me sonaba de nada. Seguramente lo he decidido por haber leído alguna reseña de periódico que ahora no tengo presente. ROSA, ISAAC. Feliz final. Barcelona: Editorial Planeta (la "absorbedora" del antaño prestigioso sello Seix-Barral), 2019, en su 4ª edición, 337 págs. Sí quiero dejar constancia aquí. a modo de agradecimiento, de que el libro supone parte del regalo de mi alumnado de español en Cruz Roja, sabedores de que me gusta leer. También quiero señalar que desde el mismo título se altera la lexía fijada como lo natural: "Final feliz" suele ser la coda de la mayoría de películas de Hollywood. Veremos si es un capricho o responde a necesidades narrativas y de estructuración del material. La imagen de la cubierta, esa foto en B/N que parece estar quemándose por el borde, también parece darnos una pista inicial sobre lo que vamos a leer.


Por si al curioso lector de esta reseña se le desatase la mecesidad de información respecto al autor, aquí van unas notas biográficas. Nació en Sevilla en 1974, aunque en su libro no haya la menor muestra de tipismo andaluz. De hecho la historia se ubica en un lugar que podría situarse en cualquier punto de nuestra geografía. Ha escrito libros de relatos, guiones para cómic y colabora como columnista de prensa en eldiario.es y en La Marea. Lleva peleándose con el género novelístico desde bien joven. Su primer título, La malamemoria (1999) lo reelaboró luego como ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (2007) y antes sacó otra con el machadiano título de El vano ayer (2004). Ha sido multipremiado, primero con el Rómulo Gallegos de 2005, considerado el más importante de Hispanoamérica (véase el listado de ganadores),  y con el Ojo Crítico de R.N.E. para menores de 40 años. Se han sucedido otros títulos de los que me confieso también desconocedor: El país del miedo, Premio Andalucía de la Crítica en 2008, y con posterioridad La mano invisible (2011) y La habitación oscura (2013). O sea que no es en absoluto un parvenu, a pesar de sus "pocos años" literarios, puesto que además ha sido traducido a varios idiomas y adaptado al cine en tres ocasiones. Ya anticipo que tal vez merezca seguirle la pista a partir de ahora.


Vaya por delante que, al descubrir que se trata de una historia que arranca en el presente para dirigirse al pasado, no como flash back explicativo, sino como opción narrativa, la técnica me hizo pensar en una novela que leí en mi primera juventud y que me sorprendió por ese modo de narrar: La muerte está en el camino, de J. L. Martín Vigil (1968). En ambas, desde un presente narrativo, se van evocando los acontecimientos anteriores que han llevado hasta el desenlace que se presenta como inicial y que aparece bajo el rubro de "epílogo". Y, como se trata de la ruptura de una pareja, son dos las voces narrativas que se van alternando para contar lo sucedido, lo que permite una dialéctica que enriquece lo narrado. Antonio, en redonda, arranca diciendo "Nosotros íbamos a envejecer juntos" (pág. 11), lo que parece que por fin no ha sido posible y ello le provoca un sentimiento: "Estoy triste" (pág. 13). Ángela, en cursiva, confirma: "una amor que se acabó ya" (pág. 14). Así que no hay posibilidad de llamarse a engaño. Sabemos que entramos en el territorio de una derrota que ha tardado 13 años en consumarse y que da para llenar muchas cajas cuando llega la hora de la separación: "No te haces idea de la mierda que se acumula en años pese a la limpieza semanal" (pág. 15). Con sus comentarios en primera persona, se van retratando mutuamente y a sí mismos al dar cuenta de lo sucedido. "A la espera de un día futuro en que no nos duela tanto y podamos repartirlo" (pág. 16). Y como las separaciones se convierten la mayoría de las veces en campos de batalla, el juego metafórico empleado es bélico: "De tu razia recicladora salvé..." (pág. 19). O bien: "Toda esa diplomacia de entreguerras a que están obligadas las parejas con hijos al separarse" (pág. 22); y más, "años de discutir nos había provisto de un arsenal de agravios" (pág. 178). Y cuando se es autocrítico, muchas veces se recurre a la ironía para describir las situaciones, como la merienda con el hijo del anterior matrimonio, Germán: "padres separados [...] que llevaban a sus hijos a merendar tortitas compensatorias  y batidos exculpatorios" (pág. 27). Y aparece por primera vez en la voz de Ángela la idea de la historia común como "relato", algo que volveremos a encontrar al final. Y ya se sabe que quien presenta un "relato" más convincente tendrá parte de la contienda ganada. "Una separación es también, es sobre todo, la pérdida de un relato común" (pág. 31). Y hay en la rememoración ecos del Zavalita de Conversación en la catedral. Se pregunta ella: "Intentaba mirar hacia atrás buscando el momento en que se jodió todo" (pág. 37).  



He elgido los emoticonos porque en esta pareja tan actual hay comunicación verbal con discusiones interminables, claro, incluso analógica mediante cartas y notas, pero recurren con frecuencia a los mensajes electrónicos y usan las redes sociales con soltura, lo que a su vez comporta otros peligros: descubrimiento de un Whatsapp, rastreo de las páginas web buscadas por el otro...  "Una crisis de la mediana edad de manual, un cuarentón insatisfecho que siente de pronto el vértigo del tiempo [...] y busca la juventud perdida enamorando a la joven Inés [porque hay terceros que irrumpen en la historia]. Y ya sé que las explicaciones simples no sirven, por eso estamos excavando para encontrar las causas de nuestro fracaso" (pág. 56). Él se queja: "Era tu deseo lo que estaba muerto" (pág. 80); lo dramático frente a eso es que persiste el cariño: "Un cariño inagotable, monstruoso, con el que llenar la caries del deseo" (pág. 82). ¡Qué metáfora terrible! Y se plantea él algo muy común por muy humano: "Conformarme con lo que teníamos. Que no era poco, lo sé." (pág. 85). Hay en todo el libro, por parte Antonio, que se dedica precisamente a escribir, otra conciencia dolorosa: "¡Qué límite el lenguaje cuando sufrimos" (pág. 96), aunque él mismo se contradiga cuando quiere retratar su estado de ánimo y recurra a la acumulatio para conseguir la intensio: "Roto, hundido, aplastado, acechado, perdido, descompuesto" (pág. 98); o bien "una pena llena de fracturas, derrumbes, pozos, bestias, fardos" (pág. 117), a lo que ella retruca con "Yo nunca he necesitado tanta literatura" (íbidem).  



Y frente a la citada infidelidad de él, cuando se produce la de ella hacen falta las mayúsculas: "Lo Que Nos Había Pasado" [al sentirse] "tan machito herido" (pág. 103). Las heridas están en ambas partes, como suerle suceder en cualquier relación: Llevábamos mucho tiempo muertos  [...] Yo era una llaga viva" (pág. 116). A todo lo que se suma el hecho transformador para ella de ser madre de dos niñas: "Yo tenía que reconstruirme como mujer, porque durante mucho tiempo había sido madre, completamente madre" (pág. 140). Como se puede deducir de las citas, la novela es de alto contenido vivencial y es difícil no reconocer situaciones, sucesos, personas así en nuestro entorno. El desajuste en los setimientos de cada miembro de la pareja hace que todo se perciba como un tiovivo de emociones. "Yo era feliz  mientras tú sufrías [...] Me siento miserable al recordarme entonces (pág. 120). Y, al desencuentro sentimental, se suma la incomunicación, lo que dificulta aún más una posible reconciliación. "Cada mensaje caía ruidoso en el pozo seco de mi autoestima [...] Los dos habíamos tocado fondo [...] no estábamos en el mismo pozo" (pág. 137). Ambos han luchado toda su vida por no caer en los estereotipos y sin embargo "Nos hemos convertido en todo aquello que temíamos" (pág. 145). Y la estructura dialógica se acelera hasta el punto de que los dos monólogos, hasta ahora en secciones alternantes y extensas, comparten una misma página dividida verticalmente en dos columnas, y luego se van interrumpiendo incardinándose uno en otro. Él en crisis laboral, ella en crisis de maternidad, ambos con distintos modos de afrontar la enfermedad de la cría y sobre todo de gestionar el tiempo y las distintas prioridades de cada uno.


Y después de tanto conflicto y tanto sufrimiento, en ese narrar hacia atrás, llega el momento del nacimiento de las niñas: "Aquellos días fueron felices. Muy felices" (Pág. 244); de los proyectos al llegar a la primera casa, "el amor como un estado de excepción permanente" (pág. 257); ambos coinciden en lo extraordinario del sentimiento: "Amar es una forma de exposición total, un deporte de riesgo" (pág. 268); de la boda en secreto, solos; de lo que se experimenta como reflejo de lo visto en la pantalla con Bergman y Sanders en la peli de Rosselini, con viajes iniciáticos, como el que realizan a Nápoles "Nuestra mitología amorosa" (pág. 273). Y en esa perspectiva desamorada que tiñe toda la novela ella reconoce que "el amor se destruye, se falsea al recontarlo" (pág. 280). A pesar de lo cual recuerdan un baño nocturno de enamorados al tiempo que atraca una patera en la misma playa: "Nos sentíamos protegidos, inmortales, elegidos" (pág. 286). Pero, ¿cómo estar seguro de que lo que se recuerda fue así? "No sabemos ya quiénes éramos entonces. No podemos saberlo" (pág. 307), porque "eanmorarse es también construir un personaje " (pág. 321) para el otro y porque, como decía Neruda, "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Y así, hasta llegar a la primera mirada que los unió con un deseo pleno y simultáneo, en el "prólogo". Sin embargo el autor, cuarentón como sus personajes, no deja a un lado su escepticismo y vuelve sobre la idea arriba apuntada: "El amor es sólo un relato, una reelaboración narrativa" (pág. 328) que él ha sabido plasmar con maestría. Será difícil no reconocerse en un momento u otro. No es este libro intenso apto para momentos de bajón. Debe uno acercarse a él desde la serenidad del momento que se pueda estar viviendo. Triste y emocionante historia de desamor.

José Manuel Mora.

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