La casa de papel, III, de Álex Pina

 Primero el papel, ahora el oro.

El éxito de las dos temporadas anteriores en España y, en el extranjero como serie de habla no inglesa más vista al estrenarse, (La casa de papel, I y II) se ha visto recompensado. Los medios que Netflix ha puesto al alcance de Á. Pina, su creador, son mucho mayores de lo que ya eran previamente. Ello ha permitido filmar en exteriores exóticos, como si de un filme de amplio presupuesto estadounidense se tratara. Los ocho capítulos de esta tercera temporada de La casa de papel son todavía más espectaculares y han decidido estirar la goma todo lo que se pueda. No se ha roto, de momento. Se han replanteado reanudar la trama, aunque quedó cerrada al final de la segunda. Y lo han conseguido con acierto. Lo que sigue son unas breves notas para no olvidar lo visto y poder retomarlo cuando estrenen la siguiente temporada, cuyo rodaje parece que está por finalizar.


Formalmente los acontecimientos se desarrollan entreverados con potentes flashbacks, o analepsis, para los que no sepan inglés, que explican cómo fue planeado el asalto al Banco de España por el profesor en un bellísimo paraje dentro de un monasterio. Sirven además para entender las motivaciones de cada uno. El rescate de Río, capturado en una isla perdida por la policía y torturado en una cárcel sin nombre, es un buen motor para alguna de la acciones que se suceden luego, dado el espíritu de familia que se ha creado entre ellos, así como el apoyo popular que reciben de la gente, a quienes han "comprado" con una lluvia de euros. Hay personajes nuevos: Palermo (Rodrigo de la Serna), un argentino con una filosofía de la vida muy particular y violenta, o la nueva inspectora, villana embarazadísima, Najwa Nimri, a quien no había visto tan estupenda antes y Bogotá, (Hovik Keuchkerian). Nairobi, la Flores, sigue intensa y arrolladora en su feminismo sin teorizar, para mí el personaje más potente y dramático, valiente en su capacidad de reconocer la propia verdad aunque sea dura, como le espeta a Palermo. El ritmo de las secuencias es endiablado y viene bien apoyado por una banda sonora impactante.


Que lo que empieza como  un atraco, más espectacular si cabe que el primero, acabe como una guerra, pone en dificultades a los creadores a la hora de dar salida a la trama sin defraudar a los seguidores y manteniendo el espíritu ácrata que se respiraba en las primeras temporadas. Las relaciones afectivas, causantes de muchos de los males, parecen tener aquí menos espacio que toda la tecnología puesta a punto a base de ingenio e ingeniería para conseguir sacar el oro del banco, o para lograr hacer desaparecer los rastros que dejan las comunicaciones telefónicas a través de la red. La creatividad de los que han imaginado todo ello es explosiva, literal y metafóricamente y resulta enormemente creíble para los que somos legos. Habrá que esperar para conocer el desenlace que, esta vez sí, ha quedado completamente abierto. 

José Manuel Mora.








José Manuel Mora

José Manuel Mora.

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