Cremona, Lombardía. XIII.


 La ciudad de las tres "T".

Desayuno con despedida emocionante y promesas de próximos viajes en ambos sentidos. Como en ocasiones anteriores LoRoby han sido generosos, acogedores, detallistas y llenos de cariño. El idioma no ha supuesto nunca una barrera, sino ocasión de equívocos divertidos y aprendizaje común. Cremona está a tan sólo 45 kms, llovizna un poco y el campo está de todos los tonos del verde, tan sereno como el Po que hay que cruzar. Llegamos a mediodía. El Hotel Continental es de diseño moderno y tiene un parquin público justo enfrente, con estacionamientos señalizados para mujeres en la parte más externa e iluminada. Buena iniciativa. Una vez instalados, salimos hacia el centro città. Antes de venir por primera vez en 2007, para mí el nombre evocaba tan sólo a la tigressa, la grande Mina. Después de mi visita supe que era la ciudad de las tres "T": torrone (quisieron convencerme de que era mejor que el de Jijona, pero no lo consiguieron), tettone (fama adquirida por las mujeres cremonesas) y torrazzo, por el campanile extraordinario que acompaña al Duomo en plena plaza del Comune, que se sitúa justo enfrente.

 

 




















Aunque la fachada se inició románica (s. XII) en mármol blanco y rosa, al templo se le han ido añadiendo elementos góticos, como el rosetón o los dos brazos del transepto por ejemplo; renacentistas, como el frontón superior, de 1591, y la loggia que conecta la fachada con el torrazzo (s. XIII-XIV); y barrocos ya en su interior. Los diversos órdenes de la portada principal le dan un aire extraordinario y los dos niveles de arcos con columnas delicadas le prestan la elegancia que completa la ojiva de la entrada con los tres nichos superiores. El baptisterio (s. XII) vuelve a ser de planta octogonal, como el que vimos en Parma, pero este un poco mmás pequeño y que combina el mármol con el que se revistió en parte en el XV con el ladrillo rojo. La galería de arcos románicos es una delicia para algo tan mazacote como el resto de la edificación.






El interior, con su pila bautismal en el centro en mármol rojo de una sola pieza, es sobrio y recibe la luz de dos niveles de arcos geminados y de la linterna central. Estamos solos durante la visita, lo que nos permite disfrutarla mucho más. El billete combinado permite visitar el baptisterio y la torre, pero se ha hecho la hora de comer y lo dejamos para después. La señorita del punto de información nos ha recomendado un lugar al que van los trabajadores del entorno que no tienen tiempo de volver a casa. Está muy cerca y se llama Osteria del melograno. El menú, soprendentemente, es de precio español: 11 € con primero, segundo, agua y café. 


Volvemos a la plaza y comenzamos la ascensión del Torrazzo. En la fachada de poniente hay un reloj astronómico, de los mejores de su tiempo y cuyo mecanismo sigue intacto. Hay más de 500 escalones hasta arriba, lo que suponen 112 metros de altura, con ventanas de uno, dos o tres vanos, que permiten pasar el aire y la luz. La parte superior ya es octogonal, de estilo gótico, con una escalera de caracol algo más complicada de ascender si se tiene vértigo. 

 






















Lo han convertido en un Museo Vertical dedicado a relojes e inventos similares. La primera parte de la torre es de sección cuadrada, románica del XIII y se sube bien, porque se puede descansar en las diferentes salas expositivas: la de la medida del tiempo, la dedicada a la astronomía: vídeos explicativos, paneles informativos, objetos relativos a la control del tiempo, incluso un péndulo de Foucault. La panorámica, desde cualquiera de los ángulos, es fantástica.



























Y, a la bajada, nos entra un ataque de risa floja, tal vez por los nervios o por el cansancio. Hemos quedado con Maruxa y Claudio, española ella, italiano él, instalados aquí desde hace muchos años. Como decía mi padre, "amigos, hasta en el infierno". Como venimos con la "tarjeta de presentación" de mi hermano, nos abren la puerta de su casa y también sus brazos. Con Maruxa entramos en el Duomo por fin. El interior impone debido a sus columnas que sostienen bñovedas ojivales. Está todo él decorado con pinturas al fresco. Impresionan las que están junto a la puerta de salida, una de ellas con una perspectiva en escorzo que cambia el sentido del Cristo yacente según desde donde se mira, pintada por Pordenone. La cripta inferior vuelve a tener un ambiente especial debido a que no hay nadie en ella.



















Llaman la atención a la salida los dos leones que sustentan las pilastras de la ojiva central, de mármol rosa. Suelen servir para las fotografías e incluso para el descanso.

 





















Y cruzamos luego al Pallazzo Comunale, el Ayuntamiento, frontero a la catedral. Lo conoce bien y nos lleva por el salón de plenos, el salón de los alabarderos, al que se accede por una puerta renacentista que me recordó a algunas vistas en Salamanca. Me parece curioso que no haya demasiada vigilincia y que no nos paren los pies en ningún momento.

























Conocen una heladería especial, por sus productos y su creatividad y nos tomamos un buen helado en la terraza. Y ya, con el coche de la pareja, nos vamos hacia el barrio donde viven, a las afueras. Quieren que veamos una iglesia,  S. Sigismondo, que les resulta especialmente curiosa por lo bien decorado que está su interior. Y efectivamente se trata de un ejemplo de templo renacentista, más soprendente por no estar en el centro de la ciudad. Al entrar se escucha un canto rumoroso, sutilísimo, aunque la iglesia está vacía. Luego nos damos cuenta de que las monjas de clausura están semiocultas en el coro, rezando las horas canónicas.



















Ya en su casa, Claudio nos prepara unos tortellini di zucca al estilo della mamma y carne con polenta,  que están exquisitos. Las anécdotas familiares y culinarias fluyen sin cesar hasta llegar a un estupendo tiramisú. Ella bebe toda la información que aportamos de España, aunque están bien informados gracias al canal satélite. Protestan por que hayamos reservado un hotel, más, no estando sus hijos en casa. Para bajar la cena se impone un paseo nocturno por el club al que acuden, un espacio extenso y arbolado, con piscinas y lugares de juegos. La charla no cesa. Se nos hacen las tantas para que nos devuelvan a nuestro lugar, pero tenemos la impresión de conocerlos de toda la vida. Nos exigen que volvamos en otra ocasión. Nosotros los invitamos a la terreta. Ha sido un encuentro genial. Esta noche costará dormir.

José Manuel Mora.











































 

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