Hierro, de Jorge Coira

 El síndrome de la isla.

Tras las largas vacaciones se vuelve a la cotidianeidad. Y en ella vuelven a estar las series.Ha habido dos razones que me han llevado a sentarme a ver esta. De un lado el recuerdo imperecedero de mi viaje a la isla del mismo nombre, El Hierro; y de otro la presencia de la Peña como protagonista. Movisistar+ ha decidido retomar la producción que parece estuvo parada un tiempo. Se ha rodado íntegramente en la isla y de entrada debo decir que los localizadores de exteriores han hecho un trabajo excelente y la han mostrado tal y como yo la recuerdo. Las tomas desde drones ayudan a las panorámicas y a que se perciba la grandeza de los escenarios, la fuerza del mar, la dureza del terreno, los bosques de laurisilva, el sabinar, la pinada y su difícil supervivencia en medio de brumas infinitas.


En principio la historia tiene concomitancias con otras ya vistas: el aislamiento que se daba en Atrapados, por ejemplo; la aparición de un cadáver y la necesidad de descubrir quién y por qué ha matado a alguien que se casaba esa mañana. En otras ocasiones el foco se centra en la policía, que ha de investigar el asunto con mayor o menor sofisticación de medios. Aquí, quien pone en marcha toda la búsqueda, es una jueza recién llegada a la isla, no se sabe bien por qué ha sido destinada allí. Llega además con la carga que supone un hijo discapacitado al que ha de cuidar. Una vez sentados sus reales y dejado claro quién manda, contará con la decidida colaboración de la Guardia Civil. Ella mantiene una dificultad añadida, el ser de fuera, una goda, como dicen los canarios a los peninsulares, en una isla pequeña donde todo el mundo se conoce. El otro polo de la tensión se centra en el supuesto asesino, que ya cumplió pena por un asesinato anterior y que es padre de la chica que se casaba. Sin destrozar más el argumento, toda la serie, breve, de ocho capítulos, tiene un último elemento importante, "la bajada" de la Virgen, 27 kms desde su santuario a Valverde con unos desniveles considerables, a hombros y acompañada de bailarines que no dejan de tocar las castañuelas y bailar al son de la dulzaina y el tamboril, algo parecido a lo del Rocío, pero creo que más auténtico, por celebrarse cada cuatro años y poner en jaque a todos los isleños. De hecho la historia se mueve en un crescendo que va acorralando al asesino a la vez que todo se va paralizando por causa de la fiesta.


La serie no quiere destacar sólo la investigación, el posible tráfico de drogas y otros materiales, cuanto que prefiere centrarse en un interesante duelo de dos caracteres distintos y opuestos. La severidad de la jueza, por cargo y por forma de ser, frente al sospechoso, quien siempre ha vivido a su aire y que posee múltiples contactos e influencias en la isla y que acabará por ser su cómplice accidental en la investigación, ambos interesados en descubrir al asesino que seguro estará entre los habitantes de la isla. Para una historia de estas características, contar con dos actores de talla es fundamental, puesto que serán quienes la mantengan. Candela Peña es una actriz de mirada magnética y que aquí ha estado dirigida desde la contención de gesto y tono. Su forma de enfocar a quien tiene delante, la manera de formular las preguntas, su modo de no admitir lo que ella no considera necesario, la retratan como alguien que ha debido de sufrir mucho, pero que sigue siendo capaz de ternura, sobre todo con su hijo o con su amiga la guardia civil, que le ayudará en el caso. Darío Grandinetti, es un magnífico actor argentino, y aquí ha sido capaz de maquillar su acento porteño y convertirlo en canario. La dureza de su expresión, su manera de actuar como un outsider que sin embargo está bien situado, su control de los resortes que lo mueven todo en un lugar en el que se depende de los aviones o el transbordador para salir, su ambigüedad entre la violencia y la ternura con su hija,  lo muestran como un intérprete dúctil y de enorme fuerza expresiva. El resto de actores, canarios de habla dulce y auténtica, ayuda a dar verosimilitud a lo que se nos cuenta. Es verdad que algunos de los jóvenes no tienen la credibilidad de los adultos: el jefe de la G. C., J. C. Vellido, sus ayudantes, o Samir, una estupenda y malvada Antonia San Juan, consiguen mantener alto el tono interpretativo. Me ha molestado la banda sonora del primer capítulo, por ampulosa; luego se ha ido reduciendo a una efectiva percusión. Y una de las grandes bazas de la serie es sin duda alguna la excelente fotografía que consigue transmitir la grandeza de esa isla minúscula y alejada en medio del mar. De hecho creo que puede convertirse en un estupendo anuncio turístico que anime a visitar ese rincón perdido y maravilloso en medio del mar, lejos y aislado de todo.
 













Como no he visto Fariña, no había oído hablar de su director, Jorge Coira, un gallego guionista, director y montador, creador de El comisario, que no vi, y que también ha sacado adelante esta que comento sobre una idea de Pepe Coira y Alfonso Blanco. Tiene buen pulso para llevar adelante la historia yque se vea con interés e incluso se apueste por quién de los personajes será el asesino. El síndrome isleño es curioso: lleva a los que allí nacen a amar a su tierra con pasión y a sentirse agobiados si no pueden salir de ella.

José Manuel Mora.

https://youtu.be/cgFGoq-8fNI



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