Mantova, Lombardía. X.

 Mantova parcialmente recuperada.

No nos cuesta nada salir de la ciudad. Y el paisaje vuelve a cambiar. Estamos entrando en la llanura padana, donde reina el padre Po. Se ven cultivos cuidados cubiertos por plásticos a dos aguas, árboles frondosos, cereales... Y después de 40 kms. entramos en Mantova, que no estaba incluida en el plan inicial, ya que la conocíamos. Y de nuevo se me hace patente la fragilidad de la memoria humana.



La última vez que estuvimos aquí fue en 2009, apenas hace diez años, y todo me resulta desconocido. No tengo en la mente el plano de la ciudad y nos adentramos en ella a la "descubierta". No recuerdo haber visto la esbelta torre de S. Domenico, junto al acueducto que debemos atravesar para ir hacia le centro. La loggia de G. Romano, con casi almohadillado renacentista de dos alturas, completa el rincón que antes ocupaban los pescadores, junto a lo que se considera el "río" de Mantua, que circula del lago superior al inferior.



 



















Lo primero que reconozco como ya visto es la Cámara de Comercio, el Palacio Andreani, de un estilo finisecular del XIX, muy mistificado, muy liberty, con arcos de aire moruno, pero con una escalinata imponente y unos frescos enormes en las paredes de subida. Allí se celebraba entonces una feria de la literatura que me llamó poderosamente la atención.





















E inmediatamente después nos vemos abocados a una nueva Piazza delle Erbe, que ya nos es perfectamente reconocible, empezando por la iglesia Rotonda de S. Lorenzo, que está a la derecha, durante muchos siglos escondida tras muros y edificaciones hasta que fue sacada a la luz en una restauración magnífica, tanto en su exterior de ladrillo visto, cilíndrica perfecta, como su desnudo interior, de dos alturas, con arcos de medio punto y una falsa cúpula. Junto a ella una trorre con aires defensivos y un curioso reloj astronómico bajo un techadillo curvo que, además de las horas, incluye los signos zodiacales. Y la catedral, cerrada ya a la hora en que hemos llegado, queda para otro momento, como el Teatro Bibbiena que ya vimos y que es una auténtica bombonera dieciochesca. Dejo la referencia para quien vaya a visitar la ciudad con más tiempo.


 






















Y a continuación, la Piazza Sordello, con el Palazzo del Capitano, que ocupa todo un lateral de la enorme explanada. Llama la atención un balconcillo enrejado donde, según se lee en las guías, eran expuestos los reos al escrutinio público. Es de un elegante estilo gótico y alberga una exposición dedicada a Leonardo, que no veremos, pues tenemos que llegar a nuestro destino antes de que se haga de noche, además de la famosísima Camera degli Sposi de Mantegna, que vi en mi primer viaje de 2007. El pavimento sigue siendo de guijarros que destrozan las plantas de los pies. Pobres de quienes llevan tacones.


Al pasar bajo un arco del palacio, se entra en un jardín arbolado, con bancos y fuente, perfecto para comer lo comprado en la salumeria que hemos visto abierta. Llevamos unos trozos de sbrisolona, la típica tartaleta de almendras de la zona, crujiente, y que a mí me encanta. Los turistas han desaparecido. No existe aquí la presión insoportable de su presencia, la que sufrimos tanto en Verona. Desde allí se pasa a otro patio, cuyas edificaciones que lo perimetran albergan el Museo Arqueológico. Al fondo ya se divisan las torres de nuestro siguiente objetivo.



El castillo de los Gonzaga (s. XIV), llamado de S. Giorgio, se alza majestuoso junto al lago Superior, alimentado por el río Mincio, y adjunto al Palacio Ducal. Sus torres defensivas almenadas y cubiertas, su foso con agua, su puente levadizo, le dan un aire de autenticidad tardomedieval. No recuerdo haber visitado su interior, pero sí que su aspecto externo me trae a la mente el de Ferrara, obra del mismo arquitecto.


De regreso al coche echamos una ojeada rápida al Duomo, de planta basilical y de decoración manierista, aunque en el exterior el campanile muestra sus orígenes románicos. Lo que sí que nos apetece es volver a visitar el Palazzo Te, a las afueras prácticamente de la ciudad. Su fachada no hace imaginar lo que uno se encuentra en su interior. Con el sol de justicia que cae a esta hora no hay prácticamente nadie, ni en los jardines que lo rodean, ni en su interior. Será una visita casi privada (12 € la entrada general y 8 € para los viejecitos). Es de planta cuadrada y supone una de las más altas cotas del arte italiano de la época, s. XVI, concebida como palacio de recreo por el Gonzaga de turno y obra capital de Giulio Romano. Lo concibió como una construcción en torno a un patio de forma claustral y un jardín enmarcado por una columnata terminada en en forma semicircular de aires paladianos. Su intención es que sirviera Post labores ad reparandam, es decir, para el descanso tras el arduo trabajo (?) Y volvemos a quedarnos boquiabiertos al entrar en la Sala dei Cavalli. Los trampantojos son de un verismo tal, que los caballos parecen salirse del decorado de columnas y paisajes de fondo, concebidos de modo estilizado y elegante, como gustaban a su dueño los modelos reales de sus cuadras.





  


















No hay dormitorios, sólo salones para recepciones y fiestas. Todo la decoración del palacio es obra de B. Pagni y R. Mantovano, que parece que se hubieran fumado algo a la hora de decorar cada centímetro de paredes y techos de la Sala di Psiche, que no queda atrás como muestra del manierismo de estos pintores que bebían de la mitología grecorromana y pintaban desde banquetes del Olimpo a escenas de amor entre dioses algo subidas de tono, lo que no parecía complacer demasiado a la corte española. Sin embargo el emperador Carlos, se alojó en él y quedó tan fascinado que concedió el ducado de Mantua a Federico Gonzaga.


























  
Sin embargo la que nos produjo auténtico estupor es la Sala dei Giganti, caudrangular, y en la que la continuidad entre techo y paredes ayuda a crear la sensación envolvente y  la atmósfera necesaria para que el espectador se sienta poco menos que acobardado ante el derrumbe que se le viene encima. No soy muy amigo de poner fotos mías, pero hago una excepción para que se perciba lo exacto de la proporción de las pinturas con respecto al observador.



Y todo ello lo pudimos ver sin nadie a nuestro alrededor, tan sólo las cuidadoras de sala que luchaban contra el calor ambiental con algún ventilador. Y antes de llegar a Viadana, nuestro destino de pernoctación, nos han recomendado que paremos en el Santuario delle Grazie a unos diez kms, a la salida de Mantua. Se trata de una iglesia humilde y curiosísima, sobre todo por las imágenes que alberga, que a mí me transportan a cualquiera de las vistas en Latinoamérica. En la explanada de acceso se celebra un concurso de pinturas hechas con tizas sobre el suelo, que con las primeras lleuvias se acabarán borrando.



































La llegada a casa de Lorenzo y Roberta vuelve a ser una fiesta. Parece mentira que, desde que nos conocimos en Bali, hace 26 años, hayamos permanecido en contacto a pesar del tiempo y la distancia y que, cuando nos hemos reencontrado, en alicante o aquí en su casa, hayamos seguido manejando las mismas claves de relación, lo que permite una comunicación fluida y afectuosa. La generosidad de ambos es de tal calibre, que él ha hecho horas extraordinarias en su trabajo para poder disponer de días libres para acompañarnos. La cena que nos han preparado es un banquete regado con cervezas artesanales de las que él es un experto y  con vino de la zona, y con los gatos entre nuestros pies: pasta rellena hervida en caldo de cocido, tagliere  deembutidos y quesos y mostarda de la que hacen ellos, riquísima, a base de membrillo, mostaza y azúcar. La conversación pasa por la política, claro. No soportan a Salvini, pero consideran que el problema de los migrantes debe ser enfrentado por todos los países de la U.E. y no sólo por los de la frontera sur, asunto en el que estamos de acuerdo. Helado y bizcocho de chocolate de postre. La noche puede ser toledana, a pesar de que nos acostamos tardísimo.

José Manuel Mora.

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