Parma. Emilia-Romaña. XII.

 Parma bajo la lluvia.

El trayecto hoy es corto y yendo con Lorenzo no hay peligro de perderse ni necesitamos el navigatore. También la vez anterior, en 2007, fue Lorenzo el que me acompañó. Al llegar a Parma (pronúnciese con r gutural, a la francesa, puesto que así lo hacen quienes quieren presumir de pedigrí en la ciudad que estuvo bajo dominio de los franceses tantos años), cae una lluvia fina que no molesta. Y lo primero que sorprende al llegar es el Palazzo della Pilotta. Siendo todo de ladrillo visto, los muros y la altura son de tal envergadura que dejan el ánimo en suspenso. Lo dejamos para visitarlo después, ya que es lo que más tiempo nos llevará.


El conjunto del Duomo y del Batistero en la misma plaza, que sin ser enorme realza ambos edificios, es para no olvidar, aunque yo lo había borrado ya de mi archivo mental. La fachada principal es de un románico lombardo característico, con tres órdenes de arcos, sobrio y elegante, con un campanile estilizadísimo adosado, ya de época gótica. Al entrar sorprende que el presbiterio esté tan elevado. La razón no es otra que la cripta subyacente que sostiene la superior sobre arquería de medio punto y columnas con capiteles aparentemente romanos. Altares de mármol, dos órganos inmensos, púlpitos de madera labrada, todo contribuye a la magnificencia. También las paredes de la nave principal, así como la bóveda de crucería, están completamente pintadas al fresco, hasta la culminación enloquecida de la cúpula, llevada a cabo por el Correggio.



















 

Más que todas ellas, me llaman la atención otros frescos más humildes que, aunque están deteriorados, me parecen una delicia. Y sobre todo el relieve en mármol del Descendimiento, del s. XII; unos lloran, otros desclavan, otros sostienen, aquellos preparan el sudario... Una delicia de expresividad primitiva que llega a conmover. Para descubrir muchas de estas cosas hay que pasear tranquilamente en el interior. Hay otras que se imponen por su tamaño y por el hecho de estar pintadas en forma monocroma junto a la puerta de salida.






























La entrada al Baptisterio la cobra el obispado (6 €), pero vale la pena. Nuevamente encontramos la planta octogonal con su simbología de eternidad, y cuatro órdenes de finas columnas, a modo de loggia, sobre el pórtico abocinado de medio punto. Una transición entre el románico y el gótico (s. XIII) que se acentúa en el interior. Todo converge en la pila bautismal de mármol rosa, situada justo bajo la cúpula, que desde fuera no se percibe tan airosa por estar oculta por una baustrada, y que está sostenida por un triforio elevado. No hay un centímetro que no se pintara al fresco durante los siglos XIII y XIV, tanto las paredes del octógono, que duplican las ocho exteriores, como las lunetas de la cúpula, separadas por nervaduras de piedra. Sobre los arcos del primer nivel aparecen los altorrelieves que representan las estaciones y los meses del año. La experiencia no tiene nada que ver con la visita masificada de los otros dos baptisterios, el de Florencia y el de Pisa.




















Lorenzo, buen conocedor de la ciudad y paladar exigente nos lleva a comer a L'Osteria dei Servi, nombre paradójico, dado el buen yantar del que pudimos disfrutar, probablemente el mejor de todos estos días. Cinghiale, jabalí, con pappardelle por un lado, risotto con spinaci por otro, y tortelli di zucca, esa pasta rellena de calabaza con forma de flor anaranjada componen un panorama alentador, aunque dulcificado por el tagliere previo de embutidos y quesos con cervecita; y para que los posibles viajeros lo sepan, 30 € a testa. Un banquete asequible. Dejo las fotos sólo para que se pueda hacer uno una idea. Mientras comíamos, la lluvia seguía cayendo mansa sobre la plaza.



















 
Habíamos dejado para más tarde el Palazzo della Pilotta, construido por la familia Farnese, porque alberga varias instituciones a la vez. El juego de pelota que le da nombre se practicaba en uno de sus patios. Nunca se acomodó a residencia a pesar de sus dimensiones.


En él se incluye la Biblioteca Palatina, que visité gracias a una beca de la U.E, para profesores de F.P. en 2007, y que en el día de nuestro viaje estaba cerrada. Está también el Museo Arqueológico Nacional, el Teatro Farnese, y sobre todo la Galleria Nazionale, que es la que más nos interesa. Todo se integra ahora, desde 2016, en el Complesso Monumentale della Pilotta



















 
El Teatro Farnese se incluye en el recorrido de la Galería Nacional puesto que ocupaba uno de los espacios dedicados a sala de armas y torneos en el palacio. Construido en el s. XVII para celebrar la estancia del gran duque de Toscana, se inauguró con música de Monteverdi y se usó en muy pocas ocasiones. Llama la atención su tamaño y el hecho de que esté construido todo él en madera, cubierta luego con estuco pintado para simular mármol y figuras, bajo la inspiración del de Vicenza y el de Sabbioneta. Pero por sus dimensiones estamos hablando de palabras mayores. Podía albergar hasta 3000 espectadores sentados en las catorce filas en forma de U. El escenario tiene una amplitud de 40 m. nada menos. Las proporciones se perciben mejor cuando uno está frente a la platea. Se destruyó durante la IIª Guerra Mundial y fue reconstruido en los años sesenta del siglo pasado según los planos originales. Para el que no sabe todo esto, la sopresa es mayúscula. Quién hubiera podido escuchar dirigir ahí a C. Abbado o ver el montaje de L. Ronconi.


La pinacoteca es enorme, pero está muy bien distribuida e iluminada, sin llegar a agobiar tanta obra. Resulta difícil seleccionar lo más impactante. Correggio, Carracci, Fra Angelico,  Peruggino, Tintoretto, Guercino, Ribera, Leonardo... Tampoco se trata de abrumar, pero el que quiera disfrutarlo deberá contar con un par de horas al menos para su visita. Selecciono sólo dos de las obras.
 
 

























El arqueológico tiene también piezas magníficas, tanto que creímos poder verlo en un vuelo y hubimos de permanecer casi otra hora más gozando de momias de egipto, bustos griegos y romanos, espléndidas esculturas de cuerpo completo...


A la salida ya no llueve y queda tiempo para un café  y unas birras. Con Lorenzo, ya se sabe. Y regreso a Viadana. Preparo unas tortillas francesas cuando llega Roberta, lo que será suficiente junto con la conversación para acabar el día que amaneció lluvioso y ha resultado espléndido.

José Manuel Mora.






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