Piacenza. Emilia-Romaña. XIV

 ¿Ciudad del piacere, Piacenza?

Cremona no es una ciudad grande, no llega a los 10.000 habitantes. Por eso, antes de salir, hemos decidido caminar hasta el Museo Civico Ala Ponzone, que dejamos ayer sin ver. Tiempo habrá de seguir viaje. Tomamos una avenida amplia y umbrosa de árboles que nos lleva directos. Y, aunque no creo en el destino, pero sí en las "causalidades", que diría D. Julio, al ir a cruzar una de las travesías, vemos a Claudio y a Maruxa con su perrita, que vienen de compras al centro. Alegría, abrazos, risas y propuesta. Dejar la noche ya contratada en Piacenza, ir a visitar la ciudad y volver a dormir en su casa. No podemos negarnos. Recogemos maletas y se las llevan en su coche. Nosotros, al Civico.




 


















Ya la llegada al cortile del Palazzo Affaitati lo transporta a uno a un ambiente renacentista, con el esgrafiado y el almohadillado de partes de la fachada y los arcos que dan paso al jardín. La escalinata completa la ambientación. Desde principios del s. XX alberga la colección que Ala Ponzone había acumulado a lo largo de su vida y que dejó a la ciudad. Las salas son espaciosas y los techos altos, lo que hace que lo expuesto se vea con comodidad, aunque sabemos que en él no hay grandes obras. Sin embargo siempre se encuentra uno con sorpresas: un Arcimboldo expuesto de modo curioso con un espejo que proporciona las dos visiones del cuadro; pero sobre todo un excelente San Francesco del Caravaggio, del que la cartela señala que puede tratarse de un autorretrato. Hay también una curiosa veduta de la ciudad desde el Po, que ayuda a imaginar cómo se vería en el siglo XIX, con el Torrazzo al fondo.


 



A los cuadros se le añaden piezas de marfil, alguna escultura barroca, puertas enormes de marquetería, y toda una sección dedicada a instrumentos musicales delicadísimos, provenientes de diferentes países de Europa y de diversas épocas. Todo lo cual nos hace pensar que ha valido la pena quedarnos un rato más en la ciudad.

 

 


















Y salimos hacia Piacenza. La llanura padana podría ser monótona, pero los campos están verdes, arbolados, con casas de labor de ladrillo visto que me recuerdan la de Novecento. Cruzamos el Po atravesando un puente de hierro de aires decimonónicos, larguísimo, cuya longitud nos da idea de la anchura del río. Llegamos a esta ciudad que tiene doble nombre, en algunos mapas aparece como Plasencia, igual que la nuestra extremeña. El primer nombre parece indicar etimológicamente lugar de piacere, de placer. Comemos para salir del paso y, a pesar del solazo, entramos en la Plaza del Comune, conocida popularmente como Piazza dei Cavalli, así llamada por las dos esculturas en bronce de un tal Mochi, del s. XVII, con un aire imponente, para homenajear a A. Farnesse, el progenitor de Ranuccio, que fue quien las encargó, y a él mismo. Su ubicación delante del Ayuntamiento, un palacio del XIII, muestra del gótico civil, da al conjunto un mayor realce. Parece que en su interior estuvo el Petrarca. El contraste entre la parte inferior de mármol rosa y la superior de ladrillo rojo visto con decoración geométrica y unos ventanales geminados, resulta muy curioso. El affogato al caffè que me tomo bajo sus arcos me revive. No hay nadie en las calles.

 

 


















Cerca de donde hemos dejado el coche aparcado se encuentra el Palazzo Farnese, una poderosa fortaleza del XVI que acabó convertida en ejemplo de palacio manierista. La parte delantera es de una simetría escurialense y la trasera, de ladrillo visto, sigue siendo imponente en sus dimensiones, con unos nichos en forma de arco que resultan curiosos. En su interior se encuentran los Museos Civicos de Piacenza, el Museo del Risorgimento y el Archivo del Estado. Como tenemos tiempo decidimos entrar sin saber demasiado lo que nos vamos a encontrar en su interior.





















Hay mucha pintura del XIV y del XV y muchos de los pintores son ignoti. Sin embargo de repente, en una sala poco iluminada encontramos un rotondo de Boticelli, con la Virgen, el Niño y S. Giovannino, que por sí solo merece la visita. La delicadez extrema en el gesto de la Madonna y los niños, que no parecen de serie como suelen, junto con el paisaje que lo enmarca, es una delicia. Lo contemplamos sin cansarnos. Nos llaman la atención los techos de algunas de las salas, con unos trampantojos excelentes.


De paseo ya, sin prisa, vamos a ver el Duomo, que ya está abierto a partir de las tres de la tarde. A mediodía las iglesias permanecen cerradas. La fachada es curiosa por poseer tres pórticos. El del centro, más elevado, está enmarcado por dos corredores de arcos de columnas sutiles y coronado todo por un hermoso rosetón. El campanario, de 70 m., es ya del XIV y está hecho de ladrillo rojo, que contrasta con el resto de la fachada en mármol.  El interior ha sufrido una restauración en la que han quitado los frescos preexistentes, dejando las columnas desnudas, todas menos una, de recuerdo. Y a mí, esa desnudez no me desagrada.


















 
Volvemos a Cremona. Ducha, descanso y cena. Como es sábado Maruxa no trabajaba y también ha cocinado: bressaola con rucola e fromaggio para acompañar el risotto con zucca que ha preparado Claudio. Y de postre, helados de sus amigos. Sobremesa en el salón, con fotos, anécdotas de aquí y de allá, orgullosísimos de sus hijos y ella con unas ganas de volverse para España enormes. Prometen venir a vernos.


José Manuel Mora.



















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