Hindenburg, de Cristina Cerrada

 Guerra.

Mi compañera, y sin embargo amiga, colega de profesión y empedernida lectora, Pilar, me ha abierto un territorio para mí desconocido y de rabiosa actualidad. No sé si hubiera llegado por mí mismo a descubrir a CERRADA, Cristina. Hindenburg. Barcelona: Seix-Barral (Planeta), 2019, 287 págs. Parece evidente que las mujeres se abren camino cada vez con más fuerza en el mundo editorial. Antes de C. Laforet, allá por los años cincuenta del pasado siglo, las escritoras se podían contar con los dedos de la mano. Poco a poco se han ido haciendo presentes cada vez con más fuerza y con una visión del mundo distinta a la de los varones y por tanto complementaria.


Cristina Cerrada ( Madrid, 1970) es doctora en Estudios Literarios, licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y en Sociología. Coordina cursos de narrativa breve y de novela. Y la verdad es que esto último me crea una cierta desazón porque pienso que puede ser una teórica que intenta trasladar sus continidos teóricos a sus historias. Su primer libro de narrativa publicado, Noctámbulos, ya obtuvo en 2003 un galardón, hecho casi regular ante cada nueva obra suya (Premio Lengua de Trapo, Barbastro, Ateneo de Sevilla…). El que hayan pasado quince años desde que publica sin haberme enterado, dice mucho de las dificultades de las féminas para dar a conocer su trabajo, o de mis limitaciones como lector. Al repasar la sinopsis de su anterior título, Europa, 2017, me parece encontrar alguna concomitancia con el que acabo de leer. Que participe en el club "Hijos de Mary Shelley" da alguna pista sobre su ubicación literaria. 


De entrada nos encontramos en un territorio indeterminado, en el oriente de Europa (¿Ukrania? ¿Lugansk?), donde al parecer se hablan dos idiomas: "Se lo repito otra vez en la otra lengua, la de mis padres" (pág.17). El ambiente es claramente bélico, hay bombardeos, aunque "hace casi tres meses que dura la tregua [...] por primera vez en cuatro años" (pág. 23), soldados, alarmas antiaéreas, carencia de lo básico, situación desastrosa. La voz narradora es la de una mujer, Razha, de 38 años, "y ya me siento igual que una mujer mayor" (pág. 21). Tiene formación universitaria aunque, "yo me ofrecí  como química, pero ellos me propusieron limpiar" (pág. 22) y tuvo que aceptar para sacar a su madre y a su hija de diecisieta años adelante. Para ello se dedica a trapichear con sustancias que le proporcionan dos soldados del ejército ocupante y con los medicamentos que sustrae de la fábrica donde trabaja. "Saco más en el mercado negro que limpiando" (pág. 22). El que el padre de la chica haya desaparecido y su nueva pareja haya muerto, hace que se tenga que enfrentar a todo sola, a las humillaciones en la fábrica, a la violencia del ambiente, a violaciones anónimas. Y sin embargo ahí la tenemos, persistiendo en su decisión de continuar: "¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué no nos vamos? (pág. 106). Pero es cierto que estamos ante una mujer dura, con una voluntad de hierro. En paralelo se nos narra la tragedia del Hindenburg en 1937, que la protagonista ha visto en forma de documental en una sala casi vacía. Su valor metafórico, que Cerrada explica en una entrevista como posibilidad de ascenso y peligro de caída, me parece un poco traída por los pelos.


La autora nos va proporcionando las claves de la historia de Razha con cuentagotas, sabiamente medida la información y con una intensidad creciente, casi de thriller. Y lo hace con una prosa rápida, cortante, escueta, sin florituras estilísticas, escandida en capítulos breves que ayudan a que uno, más que leer la novela, se la beba. En esta manera de narrar y de presentar de forma sincopada lo que cuenta es donde creo que está ese saber de técnicas literarias en las que es experta. Lo que no hay es un juicio moral de lo que sucede. Son los hechos terribles de una guerra y también de la manera de estar en el mundo del ser humano: Homo, homini lupus. No hay mucha esperanza en estas páginas, nada más que el esfuerzo encomiable de Razha por sobrevivir a pesar de todo. La desnudez del estilo corre pareja con la devastación de lo que rodea a los seres que pueblan esa ciudad. Los diálogos son escuetos, puntillosos en las réplicas, buen reflejo del carácter de los personajes; es a través de ellos como conocemos todo lo que sucede. No hay narrador externo. Y como todo pasa por la perspectiva de Rhaza, tenemos la misma información parcial que ella tiene, de los demás e incluso de sí misma. Y la violencia sobrevolándolo todo. Y, a pesar de la sobriedad estilística de la que hablaba más arriba, no quiero dejar de señalar un par de ejemplos de su fuerza expresiva. Una comparación brutal: "Crepitar de llamas, como si en la tierra se estuviese celebrando una barbacoa descomunal" (pág. 28); una sinestesia casi lírica: "el negro silencioso y calmo del mar" (pág. 135); una sencilla y expresiva metáfora: "El fuego ha dejado lengüetazos de hollín" (pág. 254). En definitiva, una novela que podría haber sido contada por el destroyer de P. Reverte, y que sin embargo está en manos de una mujer, con igual fuerza pero con otra óptica.

José Manuel Mora. 

Comentarios

teresa ha dicho que…
Jose, gracias. Voy a su encuentro.