Magallanes, de Stefan Zweig.

 La vuelta al mundo.

Esta vez no ha sido algún amigo letraherido, que los tengo y muy buenos, sino el tono encendido de elogio de un escritor que admiro mucho, A. Muñoz Molina, quien lo reseñaba en su página habitual del Babelia. He de decir que soy ferviente admirador del autor del libro que voy a comentar, como se puede ver en este blog, donde hay varios títulos suyos referenciados. Así que me fui a comprar el libro, cuya apariencia externa llamó mi atención al tener su cubierta el título en relieve y una imagen de época del personaje que le da título. ZWEIG, STEFAN. Magallanes. El hombre y su gesta. Madrid: Ed. Capitán Swing, 2019; trad. de J. Fernández. 245 págs. Es una editorial pequeña, que cuida sus productos para poder competir, esta vez con unas páginas de respeto preciosas y el acompañamiento de imágenes, retratos y mapas ilustrativos en su parte central. Se trata además de una edición conmemorativa del 500 aniversario de la gesta del marino portugués.


Zweig (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil, 1942) es, además de un gran novelista de estilo deliberadamente folletinesco, un ensayista y un biógrafo excelente, apoyado en investigaciones documentadísimas. Ha trabajado la vida de Fouché, el genio tenebroso (1929), María Antonieta (1932), Erasmo de Rotterdam (1934), Balzac, la novela de una vida (1920). Y no las cito todas. Sin embargo la que más impresión me causó fue su autobiografía, El mundo de ayer, Memorias de un europeo, publicado tras su muerte. Este hombre vivió todas las tragedias que sucedieron en Centroeuropa entre las dos guerras mundiales. De origen judío, su postura pacifista lo hizo exiliarse a Suiza e Inglaterra durante la primera conflagración. Durante la segunda, y con su filiación judía, se marchó a Brasil. Y allí, cuando creyó perdida la batalla de la libertad a manos de Hitler, se quitó la vida junto a su mujer.  La del marino portugués, Fernão de Magalhães, y una vez que pasó al servicio del emperador Carlos, Magallanes para siempre, es por lo tanto otra de las biografías que el escritor emprende con denuedo, escarbando en la documentación histórica y con el afán de quien sabe que retrata a alguien que está construyendo su propio destino a sus 39 años plenos.


El escritor nos sitúa primero en el contexto histórico: política, geografía, economía ("en el principio eran las especias", pág. 15, de tono bíblico; "detrás de los héroes de aquella edad de los descubrimientos se movían como fuerzas impulsoras los negociantes", pág. 21), todo lo preciso para entender la necesidad de averiguar si había un paso hacia el Pacífico, al sur del continente descubierto sin saberlo por Colón. Y Zweig califica la hazaña de "odisea", la partida de cinco carabelas con 265 hombres y el regreso de una sola tres años más tarde con tan sólo 18. Él mismo en un breve prólogo dice que "Tenía la sensación de contar algo inventado [...] ¡Nada hay más excelente que una verdad que parece inverosímil!" (pág. 12).  En ese momento, tanto para Portugal como para Castilla se imponía el adagio latino: navigare necesse est, tanto si no querían dar la vuelta a África y la India, como si pensaban que se podría circunnavegar una tierra que aún no se tenía plena constancia de que fuese redonda, lo que era necesario probar.


Los objetivos primordiales del viaje eran: descubrir, establecer relaciones comerciales ("las islas más opulentas del mundo y el camino más corto para llegar a ellas es la dote que [Magallanes] brinda a Carlos V" (pág. 71), y dominar políticamente y expandir el cristianismo, por este orden. Magallanes ya conocía la tierra de las especias por sus primeros viajes con portugueses. Era "soldado, navegante, mercader y conocedor de la gente "(pág. 38). Lo retrata además el austriaco, gran conocedor del alma humana, como "un hombre de esos que no son notados [...] actúa con prudencia y un valor generosos, [...] quedo, paciente" (pág. 45). Y, aunque estamos viendo aparecer al héroe de la gesta, no es hiperbólico en el retrato: "No sabía sonreír, ni ser amable ni complaciente, [...] nada afable ni comunicativo" (pág. 56), lo que le acarreará algunos problemas en la travesía. Al abandonar al Rey de Portugal, que se muestra remiso a financiar su aventura, "se ve obligado a hacer patria de su propia idea" (pág. 72), con hombres de distintos países medio "harapientos, asquerosos, indisciplinados" (pág. 107), que hablaban una especie de volapuk y frente a los que se siente "responsable únicamente ante sí mismo" (pág. 99). Cómo es posible, se puede preguntar uno hoy, que emprendiera dicha navegación, sin GPS, con mapas tan poco precisos que confunden el río de la Plata, con el paso que buscaban, y con las provisiones que pensó que podía necesitar para unos cálculos que luego resultaron totalmente erróneos. De un "catálogo homérico de lo necesario" (pág. 205) lo califica el escritor y con todo ello sale en 1519 desde Sevilla.


Lleva capitanes castellanos que son auténticos competidores y un amigo italiano, dizque escritor, que irá anotando los avatares del viaje, Pigafetta. Pero dado su carácter, "no llama, ni consulta opiniones, ni solicita consejo siquiera una vez de ninguno de los experimentados capitanes" (pág. 117). No es de extrañar pues, que se produzcan luego levantamientos y rebeliones ante un hombre "emparedado en su glacial silencio" (pág. 120). Lo que es en realidad la narración de una auténtica aventura no impide que el escritor se muestre con toda su fuerza expresiva, llena de elegancia: "El aliento se cierne  ante la boca como una humareda encalmada" (pág. 152), dice cuando se aproximan al sur helado del sur; o bien "el salvaje himno incomprensible del viento" (pág. 157), o incluso "quebrando el agua color de noche" (pág. 157), lo que nos puede dar idea de las condiciones de la travesía. Y como no deja de ser humano, este hombre reconcentrado y que no se fía de nadie "sentirá la garra dilatadora del buitre de la duda" (pág. 152) y tendrán que luchar contra el escorbuto y el hambre terrible, aquellos que van en los barcos que ya son cuatro por la deserción de uno de ellos, centro de un círculo "siempre la misma nada azul inmensa" (pág. 170). Luego otro acabará hundiéndose. Como se lee como una auténtica novela de viajes y aventuras, no quiero destripar el final.


Lo que sí es cierto es que Magallanes, como Moisés, no vio la "tierra prometida" y no pudo tampoco volver a su tierra. La gloria de la hazaña se la llevó el vasco Juan Sebastián Elcano. En su escudo colocó la frase: Primus circundedisti me. Y aquí viene una reflexión pesimista de Zweig: "El mundo ha recompensado al finalista, al afortunado que acaba un hecho, dejando en el olvido a todos aquellos que lo han amasado" (pág. 222). Tal vez por eso él decide reivindicarlo contando su hazaña increíble.


Tampoco el epílogo es más alegre. Cuando ya en nuestros días se abrió en Canal de Panamá, los barcos dejaron de navegar hacia el Sur. Aquellas tierras inhóspitas de los patagones sólo son visitadas hoy por turistas aguerridos. Pero al final Zweig acaba con su optimismo irredento: "Sólo enriquece a la humanidad quien acrecienta en saber en lo que le rodea" (pág. 227). Y es evidente que Magallanes logró algo inimaginable con los conocimientos de su época y abrió una nueva etapa histórica. Quienes gusten de los libros de viajes y aventuras, como ya he dicho, no deberían perdérselo.

José Manuel Mora.

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