Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma

A fuego lento.

A veces me resulta difícil recordar los títulos que se estrenan cada semana; no digamos las referencias críticas de cada una de ellos. Ha de ser algún otro estímulo el que individualice el título y me lleve a querer ver la cinta. Además siempre están las recomendaciones de las amistades en quienes uno confía. Esta vez fue mi amiga Inma la que me dijo "no te la puedes perder". Y sin tener ninguna otra información sobre la directora, Céline Sciamma, o sus intérpretes, me he acercado en esta tarde lluviosa y por fin otoñal  a ver  Portrait de la jeune fille en feu ("Retrato de una mujer en llamas", traducción no demasiado precisa, pues pierde el matiz de la juventud de la mujer en cuestión), que escribo con su título en francés porque los cines de al lado de casa me permiten verla en V. O. S., lo que agradece mi oído rouillé, ahora que las series y la mayoría del cine que veo en versión original está en inglés.


Céline Sciamma debutó hace ya doce años en Un certain regard, sección de Cannes, con un film que le valió un premio César, Naissance des pieuvres,  que naturalmente no he visto. Tampoco conozco las tres que le han seguido, todas sobre la etapa de la infancia y la adolescencia, como momentos fundamentales en la elección de la opción sexual de cada quien. La wiki me chiva que le gusta trabajar con actrices no profesionales. Y dado que se trata de una peli "de época", la ambientación y el vestuario están entre sus preocupaciones. Dada su militancia, hay otra cosa que le importa más todavía, según sus propias declaraciones: "Las lesbianas no tenemos historia, y yo he querido otorgarnos una", dada la ausencia de una mirada de mujer hacia las mujeres hasta hace bien poco. Queda patente su declaración de intenciones, puesto que es la autora del guión además, premiado nuevamente en Cannes. Esto no sólo ha sucedido en el cine, también la pintura pretende ahora redescubrir a Sofonisba Anguissola y a Lavinia Fontana que crearon su obra en la Italia del XVI. Lo cito porque la historia que se nos presenta se desarrolla entre pinceles. De hecho la protagonista acaba exponiendo en un salón firmando con el nombre de su padre.

  
A finales del s. XVIII una pintora recibe el encargo de realizar un retrato matrimonial, de los que se usaban para que el pretendiente conociera a su futura esposa. La muchacha que ha de ser pintada acaba de salir de un convento y no está demasiado feliz con una boda impuesta. El paisaje bretón es sobrecogedor, a veces recuerda al gran  Caspar David Friedrich en la fusión de estado anímico y entorno natural, y enamarca muy bien la historia, dándole un tono prerromántico muy adecuado. La directora ha rodado prácticamente sin varones. No hacen falta en esta relación que se va fraguando entre las dos mujeres sin que ninguna sepa en principio a lo que las abocará. El ritmo inicial es pausado, pero cuando por fin se inicie el posado, todo cambiará. Entre artista y modelo se establece siempre una relación en cierto modo cómplice. Son muchas horas las que pasan juntos, muchas miradas que llevan a un conocimiento mutuo más profundo que el que se da en una relación formal. El aislamiento, literal puesto que viven en una isla, roto casi exclusivamente por la muchachita que ejerce de criada, las acaba uniendo todavía más. El simbolismo se pone de manifiesto en algunos planos y hay dos secuencias de auténtico clímax: una, cuando asisten a una especie de aquelarre femenino en medio de la noche, en el que las mujeres cantan una pieza polifónica a capella, de un ritmo obsesivo y avasallador; la otra secuencia es para mí el plano final, cumbre del crescendo que es toda la película y que la actriz aguanta con una emoción que acaba transmitiendo al espectador, resumen de la felicidad evocada y del dolor por lo perdido por impsible en la sociedad en que viven, a los compases de El Verano de Vivaldi, con su tormenta de violines.  


Otro de los aciertos de la cinta está en poner de manifiesto la pintura que se hace desde el encargo, que resulta académica y sin alma, y aquella que acaba saliendo cuando se comparten los sentimientos, aunque sean prohibidos, o tal vez por serlo. De ahí la "mujer en llamas" del título (una única pega: no se pintaba así en esa época). No creo que olvide el rostro de estas dos mujeres fascinantes:  Noémie Merlant, la pintora, de larguísima carrera interpretativa y para mí desconocida, y Adèle Haenel, la joven retratada, de igual extensión en sus trabajos, y a quien sí había visto en 120 battements par minute, pero con cuyo cara no me había quedado. Ambas son un ejemplo de contención interpretativa, de emoción temblorosa en las miradas, de apasionamiento en los besos, de naturalidad en la cama. Probablemente Sciamma tiene razón cuando afirma que es necesario ser mujer y lesbiana para filmar una historia con una intensidad así. Hermosa y conmovedora historia de amor imposible.

José Manuel Mora.




Comentarios

Unknown ha dicho que…
Perfecta definición que INVITA a ver esta película.....me recuerda un poco a la serie de TVE " La otra mirada "....salvando algunos aspectos, claro !