El colgajo, de Philippe Lançon

 Atentado y cómo sobrevivir al mismo.

A veces digo aquí que no tengo referencia alguna del libro que paso a comentar. Esta vez había leído la reseña y me parecía tan terrible lo que ella decía del contenido del libro, que decidí que no lo iba a leer. Mi amigo Quique, de quien llevo fiándome desde los dieciséis años, para poder discutir después, me dice que lo tiene entre manos y eso basta para que me anime, a pesar de que el volumen es algo disuasorio. LANÇON, PHILIPPE. El colgajo (Le lambeau). Barcelona: Ed. Anagrama, 2019, trad. J. de Sola; 445 págs. Ha vendido más de 300.000 ejemplares en Francia y ha sido merecedor en 2018 de los premios Femina y Roger Caillois y del Premio Especial Renaudot. Así que, esta vez sí, se puede hablar de una novedad editorial, aunque eso sea algo que me preocupe poco. Una lástima los deslices del traductor: "casa cual a su turno", "nos dicutíamos"...


El autor, Philippe Lançon (Vanves, 1963), fue una de las víctimas del  atentado terrorista contra el periódico satírico Charlie Hebdo ocurrido el 7 de enero de 2015, en el que murieron 12 personas y hubo diez heridos más. A mí que, como al autor, se me olvida casi todo lo que no dejo escrito ("¿Me permite la crítica luchar contra el olvido? Por supuesto que no [...] Muchas veces olvido lo que he escrito sobre ello"; pág. 10), el hecho terrible se me había mantenido en la memoria, de un lado por la repercusión social que tuvo (" Yo también soy Charlie" multiplicado ad infinitum en las redes) y de otro, porque fue seguido poco tiempo después por la toma de rehenes el día 20 del mismo mes en un bazar de productos judíos de París con resultado de cuatro muertos, más los atentados simultáneos de la Sala Bataclan y otros lugares de París a finales de ese mismo año, reivindicados por el ISIS. Sólo en la discoteca murieron 89 personas.


 ¿Cómo se hace para seguir viviendo tras haber sobrevivido a semejante masacre con el complejo de culpa que afecta casi siempre a los que se salvan de un desastre colectivo? Item más, ¿Cómo se sobrepone uno a un rostro destrozado por el impacto de una bala? Lançom parece que decidió intentarlo mediante la escritura para salir del lado oscuro de la realidad donde el atentado lo arrojó. Lo dice su amiga Nina: "Yo me quedé en el lado bueno de de la vida. Tú te precipitaste en el horror" (pág. 21). Lançon era un periodista baqueteado en cien conflictos bélicos, como la guerra de Irak. "Yo era ingenuo, optimista, ansioso, casi inocente" (pág. 33). Habla inglés y adora la cultura y la lengua españolas por haber vivido en Cuba y por su relación afectiva con una chilena, Gabriela. Conoce nuestra literatura, incluso a Góngora (?) y admira a Vargas Llosa y es amigo de Abad Faciolince , y lo vuelve loco la pintura de El Greco, de Goya, de Velázquez. Es un hombre con una mochila vivencial importante. Se dedicaba a ser "crítico de cultura en Libération y ecronista en Charlie Hebdo" (pág. 36). Como él mismo dice, "éramos un grupo de amigos, más o menos íntimos en un pequeño periódico por entonces arruinado" (pág. 42). Estos serían los antecedentes del suceso. Es la razón por la que he elgido la foto del periodista antes del atentado.


Lançon escribe manifiestamente dirigiéndose a su posible lector. Hay direccionalidad desde el mismo apóstrofe de algunos párrafos: "Insisto, lector, aquella mañana, como todas las demás, el humor, las andanadas y una forma teatral de indignación eran los jueces y los exploradores" (pág. 44). No hay manera de evitar esa interpelación del escritor. Sitúa a la revista en su justo lugar: "Charlie era una bandera pirata que ondeaba en medio de la edad de oro del capitalismo" (pág. 48), su filosofía, la del semanario, queda clara un poco más adelante: "Si hay que empezar a respetar  a quienes no nos respetan, más vale cerrar el chiringuito [...] por lo que Charlie había luchado en los años setenta. La sociedad libertaria, permisiva, igualitaria, feminista, antirracista" (págs. 57-58). Él se considera a sí mismo "un burgués" (pág. 44). De familia de derechas, "Yo no era de nada" (pág. 48). A lo largo de toda su narración lo que sí que se muestra es como alguien deseoso de precisión: "Era una sala diminuta, en un edificio diminuto, en una calle diminuta" (pág. 45). Y allí, "a las 11:25 quizá las 11:28", de nuevo la precisión es la que arranca el capítulo dedicado al atentado, pero con maestría detiene el suceso para hablar de Abad y de E. Jones, lo que provoca un suspenso narrativo que hace avanzar más rápido en la lectura. Hasta que llega por fin el momento terrible: "Un ruido seco, como de petardos, y los primeros gritos en la entrada interrumpieron el flujo de nuestras bromas y nuestras vidas [...] un universo en el que todo sucede de una forma tan violenta que está como atenuado, al ralentí, pues a la conciencia no le queda ya otro modo de percibir el instante que la destruye" (pág. 65).


El asesino vestido de negro y enmascarado "era un genio salido de la lámpara negra, y da igual qué mano la hubiera frotado. La abyección vivía sin límites y de no tener límites" (pág. 58). Y en medio de todo el horror, del que habla como de una inocentada sangrienta o una réplica de Tarantino, la evocación a posteriori de Matisse me parece de una exactitud  para la que hace falta haber logrado la suficiente distancia: "[Los muertos en el suelo] una versión inédita y negra de La Danza" (pág. 70). Que es un escritor de raza de estilo depurado, se pone de manifiesto en la manera en que es capaz del toque de humor negrísimo "volví a hacerme el medio muerto" (pág. 69), en el juego metafórico: "los escombros estaban hechos [...] de silencio y sangre" (pág. 72), en la maldita precisión: "sentí una tristeza minuciosa" (pág. 75), en la conciencia de lo sucedido, no sé si en el momento o al rememorarlo para escribirlo: "Habíamos sido víctimas de de los censores más eficaces, los que se lo cargan todo sin haber leído nada" (pág. 76).  Una experiencia así lo transforma a uno radicalmente: "Me sentí integrante de una cadena humana, lo cual me ha ayudado a aguantar" (pág. 89), a pesar de sentir "la soledad de estar vivo" (pág. 93). Se está definitivamente del otro lado. No hay sin embargo a lo largo de la narración de sucesos tan terribles la más mínima muestra de odio (las cursivas son mías).


Y a partir de aquí se inicia el relato de la reconstrucción de su mandíbula que las balas habían destrozado, aunque inicialmente él no se diera cuenta, y de él mismo como ser humano. Y junto a ello, los decaimientos ante un proceso interminable (diecisiete opreaciones), las luchas que le exigen los cirujanos (la magnífica Chloé), la solidaridad de familiares y amigos (su "hermano gemelo" Arnaud), la protección de los policías con ametralladora, los desencuentros con sus parejas (Marilyn y Gabriela), la ayuda inestimable de Shakespeare y Kafka, de Mann y Proust, de Bach y B. Evans como tablas de salvación ante el carrusel de emociones que vive en su vulnerabilidad, las reflexiones sobre el paso del tiempo y los cambios que éste provoca, lo que lleva a que no seamos los mismos aunque lo sigamos siendo, hasta lograr reconstruir su físico y su ánimo por encima del miedo, de la dependencia de los demás, del inmenso peso de la culpa del que tanto le costará desembarazarse. Llega incluso a formular la siguiente consideración: "Como si los asesinos no fueran una consecuencia desastrosa de lo que somos y de lo que vivimos" (pág. 163).


Y, a pesar de lo dicho hasta aquí, no es este un libro oscuro, sino luminoso, consolador. El escritor ha trasmutado su vivencia en literatura al ponerla por escrito, en gran Literatura con esas adjetivaciones sorprendentes: "inteligencia metálica [...] violencia fría" (pág. 54) y esos relámpagos oníricos, como el de la anémona. Un libro conmovedor a pesar de todo por lo que narra y por cómo lo hace. Se agradece su declaración profesional: "Por qué ejerzo este oficio [...] por espíritu de libertad y por gusto de manifestarla" (pág. 174). Es consciente de que Charlie Hebdo "había hecho daño a un número incalculable de imbéciles, beatos, burgueses y notables" (pág. 104). No se arrepiente de su trabajo de escritor y se reivindica como tal, aún sin posibilidad de hablar, desde el momento en que puede volver a teclear un artículo. Me ha resultado fascinante enfrentarme a un horror expuesto con tanta precisión, con una sinceridad de estriptís, por lo íntimo de su confesión. Magnífico, que diría mi amiga Merxe.

José Manuel Mora.

















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