El terror de 1824, de B. Pérez Galdós

 Historia casi contemporánea.

No he querido esperar al año que viene, que es el de la conmemoración. Animado por una referencia leída rápida, me pareció que es ya el momento de colmatar otra de mis "lagunas... de Ruidera". Empiezo pues por confesar que de los famosos 46 Episodios (cinco series de diez novelas cada uno), sólo leí en su momento, animado por mi padre, Trafalgar (1873). Nunca he encontrado el tiempo y el momento adecuados para acometer la magna obra de don Benito. Cuando tuve éste entre manos, me animé al ver que su lectura me iba a resultar muy llevadera, como así ha sido. PÉREZ GALDÓS, BENITO. El terror de 1824. Episodios Nacionales. 17. Madrid: Alianza Editorial, 2012, (publicado originalmente en 1877), de 222 págs, y que pertenece a la segunda serie.


El canario Galdós, (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) acabó siendo madrileño de adopción. "El garbancero", como injustamente lo llamó Valle, está siendo objeto de una nueva valoración por escritores actuales de la talla de Muñoz Molina o Grandes, con su nueva serie de Episodios en curso. No me hacía a mí mucha falta esta puesta a punto, porque ya desde mis años de facultad quedé deslumbrado por su Fortunata y Jacinta. Yo, que tiendo a olvidarlo todo, guardo imborrable recuerdo de aquellas dos mujeres. Ya de profesor, tuve que leerme Misericordia por estar en el programa. La señora Benigna quedó fija en mi memoria, más después de haberla visto encarnada por la D'Ocón en el teatro. Con estos mimbres tengo suficiente para una justa apreciación personal de D. Benito, que fue admitido en la RAE en 1897 y que llegó a ser elegido parlamentario por la coalición Republicano-Socialista en 1910, aunque pronto abandonó la lucha política defraudado por el ambiente farsesco de la batalla partidista. "Los dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos..." (1912). ¿No parece tremendamente actual?


Al leerlo descontextualizado del resto de la serie, no conocía a algunos de los personajes que aquí aparecen. Pronto llama la atención la figura de Patricio Sarmiento, maestro sin alumnado, que acaba de perder a su hijo en un combate y pobre de solemnidad, acogido por Solita, hija de un antiguo contendiente político del viejo, que se encargará de cuidarlo y protegerlo. La parodia que Galdós hace del lenguaje grandilocuente y encendido de los que se creen subidos en la tribuna del Parlamento constantemente, tiene ecos quijotescos, aunque en otro registro, aquél, de libros de caballerías, éste, de oratoria política transnochada. En cuanto se cita la muerte en la horca de Riego ("Oh, tú, el héroe más grande que han producido las edades todas, insigne campeón de la Libertad española, soldado ilustre" (pág. 25), sabemos que estamos en plena  Década Ominosa, tras la derrota de los liberales por los Cien mil hijos de S. Luis, que vinieron en ayuda del rey felón, Fernando VII quien, tras haber jurado la Cosntitución de Cádiz,  implantó "la espantosa reacción absolutista" (Pág. 71), con el terror al que hace alusión el título, por el que desde 1820 "se condena a muerte a todos los que por cualquier medio pretendan restablecer el sistema representativo" (pág. 110). Estamos pues en el momento en el que, según el novelista, "la vida de los españoles pendiente de un salvaje frailón o de fieros polizontes" (pág. 75).



Ya de entrada ese tono elevado y engoladísimo se pone de manifiesto en un remedo del clásico ubi sunt: "¿Aquellos adalides de la Libertad [...], aquellos leones matritenses [...], ¿qué  se hicieron?" (pág. 10). Parece estar uno escuchando a Manrique. O bien  su desesperación ante el hecho: "¡No hay periódicos!... ¡Oh, vil absolutismo!" (pág, 67). El propio Sarmiento es consciente de su discurso: "Sorprendentes piezas oratorias que me han dado tanta fama", y que él mismo acaba por desmitificar en un quiebro para nosotros humorístico: "Dejo de ser un Cayo Graco para ser un Juan Lanas" (pág. 171-73). Como suele, el escritor es un narrador omnisciente: "Nos trasladamos con el lector al 6 de noviembre" (pág. 38). Sabe que está manejando hechos históricos, pero no lo hace como historiador: "La ficción verosímil ajustada a la realidad documentada puede ser, en ciertos casos, más histórica y, seguramente es más patriótica que la Historia misma" (pág. 52; la cursiva es mía). Toda una declaración de parte, ideológica y de técnica narrativa, que maneja a su antojo, como en el capítulo 9, que es un flashback para mantener el suspenso del final del capítulo anterior, inconcluso.

Sus descripciones son ajustadas al personaje: "Era un viejecillo encorvado y pergaminoso, con espejuelos verdes, las facciones amomiadas, el cuerpo enjuto" (pág. 119). Nótese la pericia en la adjetivación, como en "la voz acatarrada y becerril [de los realistas]" (pág. 15); y aún: "El buen Pueblo confiado a su vigilancia relinchaba sin permiso de la policía" (pág. 42). O bien la sufijación para dar mayor expresividad: "Joven, adusto y morenote" (pág. 8). Y aquí es donde Galdós se revela como un innovador de la lengua que no ha dejado de sorprenderme a lo largo del libro: "bailoteo", "mujerío", muchachuela", "monísimo"... Es de una novedad imponente, a pesar de los años transcurridos: "Había en la máquina de su cerebro sarmentil una clavija rota" (pág. 69). Y sabe dar el salto hasta el juego metafórico: "la oleada del fango frailesco ha venido a a arrasarlo todo" (pág. 10); "hinchándose como la madera cuando se moja extendía su saliva fangosa" (pág. 7 [la del río Manzanares]). A veces es de una expresividad casi goyesca: "El vino mezclado al barro..." (pág, 18); "Un infierno de papel sellado compuesto de legajos en vez de llamas" (pág. 115; por la mal llamada Justicia de la época). O esta hipérbole estupenda: "Si sigo hablando de mis lástimas ha de llorar hasta el tintero" (pág. 152). Y lo dejo aquí. El enfrentamiento entre este viejo defensor de la libertad que la Constitución defendía batalla contra el fanatismo de la reacción de los absolutistas. A veces he tenido la sensación de que no acabamos nunca de enfrentarnos los unos con los otros y de que hay que seguir luchando por lo evidente al escuchar algunas declaraciones desde las tribunas parlamentarias. Vuelven a ser tiempos revueltos y amenazadores.

José Manuel Mora. 
 






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