Sorry We Missed You, de Ken Loach

 No way out.
 
No dejo de alegrarme cuando veo que artistas casi nonagenarios, da igual la disciplina, cine, literatura, actuación, se mantienen fieles a los presupuestos que han conformado sus vidas desde el principio. No es que no cambien. Creo que todos lo hacemos con el paso del tiempo, sino que hay coherencia entre sus vidas y las obras que son capaces de levantar. Hace poco comentaba aquí la última película de Costa Gavras (86 añazos) en la que se mostraba tan combativo como cuando lo descubrí allá por mis años de Burdeos en los setenta con État de Siège. Algo semejante me sucede con Ken Loach, de 83 tiernos años, quien estrena ahora su última película, Sorry We Missed You, con la que ha conseguido el Premio del público y el de Mejor film europeo del Festival de San Sebastián.Lleva 26 pelis repartiendo estopa; yo lo sigo desde Agenda oculta (1990) y sus filmes han solido conmoverme, independientemente de que fueran trabajos más o menos redondos. Y ello se derivaba de su autenticidad a la hora de elegir temas y rodarlos. Probablemente también a la complicidad con su guionista habitual Paul Laverty.


Suelo poner casi siempre el cartel promocional de la cinta. Sin embargo en este caso está cargado de mala baba, porque la luminosidad de la foto y la sonrisa de los personajes no tienen nada que ver con el contenido del filme.  El protagonista es un currante sin conciencia de clase, cargado de deudas y en paro sin derecho a desempleo porque su orgullo se lo impide. Su mujer cuida a personas mayores a domicilio y tienen dos hijos, un adolescente grafitero con problemas de absentismo y una niña de doce, la más luminosa e inteligente de la casa. Loach, desde la primera secuencia, pone las cartas sobre la mesa: el hombre acepta un trabajo de repartidor de paquetes como autónomo (falso), sin contrato, de catorce horas al día, seis días a la semana. "No trabajas para nosotros, trabajas con nosotros", le dicen. Las preposiciones son aquí importantísimas. No cobrará un salario, sino que le pagarán según objetivos logrados. Así el currante se convierte en su propio patrón, dedicado a autoexplotarse sin tiempo ni para mear,  con la ilusión de poder comprarse una casa y dar un futuro a sus hijos.


Se entra así en una espiral destructiva que arrasa a la persona y a su familia. No hay lucha de clases porque todo se acepta. Como escuché un día a un par de veinteañeros hablando de sus "trabajos" donde eran brutalmente explotados: "es lo que hay, tío", frase que también se oye en la cinta. Los derechos laborales conquistados con tanta pelea y tanta sangre durante el s. XIX y el XX han ido desapareciendo. La solidaridad entre compañeros ha dejado de existir porque cada quien va a la suya. De huelgas ni hablamos. La llegada de intenet y de los teléfonos inteligentes que se suponía que iban a poner en contacto a todo el mundo potenciando las relaciones y la producción han posibilitado que, con el disfraz del trabajo colaborativo, el capitalismo haya mutado para lograr volver a obtener máximos beneficios a costa de la explotación de los de siempre. El supuesto emprendedor acaba más esclavo que cuando tenía un contrato, por malo que fuera. Hay quienes acusan a Loach de maniqueísmo. No hay más que ver la prensa y las primeras sentencias sobre los trabajadores de reparto en bicicleta.


La película está rodada sin altibajos, con planos directos y el ritmo ajustado a las secuencias: planos cortos para la intimidad del hogar, y ritmo trepidante para las de la conducción por la ciudad.  Kris Hitchen, a quien no conocía, es quien se lleva el gato al agua, muy por encima del resto del elenco. Encarna perfectamente a un ser dispuesto a huir hacia delante con la esperanza siempre por divisa, aunque pueda acabar estrellándose. Loach y su guionista bordean el melodrama sin caer en él. La peli se cierra con el primer plano del protagonista al volante. No way out. La denuncia no puede ser más contundente. No sé si el cine sirve para cambiar la realidad o para despertar conciencias. Al menos a este viejo le vale para exteriorizar su rabia y manifestar la necesidad de que todo cambie o estalle. Imprescindible, Loach.

José Manuel Mora. 

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