El río del francés, de Daphne du Maurier

 Una de piratas...

Qué ganas tenía de una novela tipo "rollo chino", que decía D. Julio (Cortázar, claro). Una referencia leída al vuelo me llevó a un nombre cargado para mí de exostismo. MAURIER, DAPHNE du. El río del francés. Barcelona: Alba Editorial, 2019. Trad. de Concha Cardeñoso, impecable. 343 págs. Ya la cubierta resultaba de lo más sugerente a la vista y al tacto. Además, conforme lo iba leyendo, me parecía estar viendo la historia como una película en B/N de los años cuarenta con un Burt Lancaster de pirata simpático y Ava haciendo de lady St. Columb. ¡Qué gozada!, adelanto. Todo ello viene de mi afición por la cultura popular y los libros de aventuras en mi adolescencia, que tanto suelen marcar.


La wiki me informa de que la escritora de nombre francés, aunque de nacionalidad británica (1907-1989), se hizo famosa al publicar en 1938 Rebecca, que luego fue llevada magistralmente al cine por Hitch. Cuento esto por si al desocupado lector de estas líneas le sucede como a mí y desconocía el detalle. Jamaica Inn y Los pájaros tambien fueron trasladadas al cine por la misma mano y partían de libros escritos por esta mujer quien, además de novelas, escribió cuentos y biografías. Seguramente parte de la elegancia con la que el libro está escrito se debe a la exquisita educación que recibió en su familia. De fuerte carácter, parece que ella misma confiesa que fue su temperamento el que la llevó a escribir. La novela que nos ocupa se desarrolla en Cornualles, la costa sur de Inglaterra, donde ella vivió la mayor parte de su vida y que conocía muy bien.



La historia sucede a finales del s. XVII, durante el reinado de Carlos II de los Estuardo, educado en Francia a pesar de la enemiga existente entre ambos reinos desde tiempos medievales. El Canal era una frontera no sólo física, marítima, sino mental. En la isla grande se tenía la idea de que los latinos, franceses, españoles o italianos, todos católicos, eran unos disolutos que con golpearse el pecho ante un sacerdote veían sus faltas perdonadas. Así pues la aparición de un bergantín pirata frente a las costas más occidentales del sur, era no sólo un peligro para sus gentes, sino una afrenta para su honor, lo que no es óbice para que Drake y tantos otros se dedicaran a expoliar a la flota española proveniente de las Indias con la aquiescencia de su Rey.



El capitán de la nave, además de al pillaje, se dedica a dibujar aves y es un bon vivant, disfrutador de pequeños placeres, como pescar o darse un baño, lejos de su Bretaña natal. Frente a él está la figura de Dona, la señora casada con un baronet adicto a las borracheras y los naipes, con dos hijos y harta de la vida que lleva en Londres con apenas treinta años, a pesar de vivirla de una forma desprejuiciada y frívola: "Crecía en ella una sensación de futilidad [...] una exasperación absoluta [...] ante un mundo agonizante  del que debía liberarse y huir" (págs. 23-25). Se retira a su casa de campo en Cornualles, cerca de la  ría de Hertford, donde descubre que "la libertad era esto, quedarse con el sol y el viento en la cara, esto era vivir: sonreír y estar sola" (pág. 32), y durante un paseo se tropieza con el pirata. Para ambos la huida es la única salida: "Sois fugitiva de vos misma" (pág. 56), le dicen a ella; y él afirma: "El río es mi refugio" (pág. 78). Los mimbres son suficientes para construir una historia de tinte romántico, que no cae nunca en la sensiblería ni en el amaneramiento. Se trata de "dos fugitivos. Dos trotamundos hechos en el mismo molde" (pág. 150). A ello se le añaden todos los peligros que vivirán juntos, lo que la convierte a su vez en una novela de aventuras trepidantes y sorprendentes, lejos de los piratas del Caribe jolivudenses, aquí contado todo ello en un tono ciertamente menor, pero no por ello menos absorbente. 


¿Se puede huir de uno mismo? ¿Se puede convertir uno en otra persona? Esas son dos de las preguntas fundamentales del relato. Como en toda historia de amor, uno acaba encontrándose a sí mismo en los ojos del otro ser. "Después construirían su propio mundo, en el que sólo lo que pudieran darse el uno al otro tenía importancia: la belleza, el silencio y la paz" (pág. 162). El tono romántico, vivido en el entorno de una naturaleza casi salvaje, lo asalta a uno desde el momento en que al capitán del barco francés se le superpone la figura del pirata de Espronceda: "El pirata es un rebelde, un marginado que se libra del mundo. No tiene ataduras ni principios impuestos por el hombre" (pág. 89). Los ecos son evidentes, aunque seguramente du Murier no conociera al poeta español. También la figura de ella está tratada de forma poderosa, nada remilgada; nos la presenta valiente, capaz de arrostrar peligros y dificultades vestida de grumete. Y aunque el pirata reconoce que "las mujeres son más primitivas que los hombres. Les gusta recorrer el mundo, sí, y jugar al amor y a las aventuras, pero sólo un rato. Porque después , igual que las aves, quieren hacer un nido" (pág. 208), no podemos olvidar que la novela es de 1941 y que S. de Beauvoir publicó El segundo sexo  en 1949. La escritora conoce cómo manejar la técnica narrativa y es sorprendente la elegancia con la que plantea un flashback: "El navegante sueña [...] y el pasado se convierte en presente" (pág. 19). La trama está perfectamente trenzada y los caracteres de los dos protagonistas, así como los de los secundarios, están estupendamente dibujados, pueden ser contradictorios a veces porque no son nada esquemáticos; las réplicas de ella son agudas y a veces impertinentes para los oídos poco acostumbrados de los varones de la época. Las descripciones paisajísticas, como manda la preceptiva romántica, son fundamentales para acompañar el estado anímico de los protagonistas, y están escritas con delicadeza y sin preciosismos baratos. "El aire estaba tibio y lánguido y lejos, hacia el oeste, el sol pintaba grandes formas en el cielo [...] moteaba el agua de cobre y rojo" (pág. 58-9). También el humor está presente, sobre todo a la hora de presentar a los personajes menos atractivos, como son los caballeros de la zona. En medio de tanta acción la autora se da espacio para un lirismo en absoluto ñoño. En definitiva, y tras mi comentario, sobra decir que he disfrutado como cuando tenía catorce años, pero con todo lo vivido y leído desde entonces para poner el necesario distanciamiento y valorar mejor la narración. Un gozo esta novela entretenida e inteligente.

José Manuel Mora. 

Comentarios

hiparco ha dicho que…
Gracias. Tomo nota. Un abrazo y Feliz Año.