Otra vida por vivir, de Theodor Kallifatides

 La patria del idioma.

A pesar de la decisión de prescindir por fin de la obligación de los regalos, mi hermano Vicente se presentó hace unos días con un objeto pequeño, como presente para los dos. Evidentementemente era un libro, pero de formato poco habitual (18 x 12), un "bolsillo" atípico. El primero del año 2020. Y una rareza, ya que entra dentro de la literatura que suele llegar con cierta dificultad a las mesas de novedades. KALLIFATIDES, THEODOR. Otra vida por vivir. Barcelona: Ed. Galaxia Gutenberg, 153 págs., traducido del griego moderno por Selma Ancira. Que sea mexicana tal vez explica ciertos giros que me suenan extraños: "Cuando soy presentado con alguien" (pág. 8), una pasiva muy inglesa, en vez de nuestro impersonal 'Cuando me presentan a' ; o bien: "Por ahí de la mitad un poco menos" (pág. 9); o el mexicanismo flagrante que me encanta: "zonzadas" (pág. 121), en lugar de nuestras 'tonterías' o 'bobadas'. Dejando de lado estas nimiedades, creo que se trata de una buena traducción. La edición, con esas páginas de respeto de rojo restallante, es de lo más cuidada, como suele. Y además va por la cuarta edición un año después de su publicación original.



Más particularidades. No es muy frecuente que un escritor abandone su lengua materna y adopte otra como idioma literario. Becket alternó su inglés de Irlanda primigenio con el francés; que Ionesco, de madre francesa, dejara de lado el rumano de su formación y escribiera en francés, es menos sorprendente. J. Lahiri se propuso conquistar el italiano desde su inglés natal. Sin embargo, Kallifatides (Molaoi, Grecia, 1938) vive en Suecia desde 1964, adonde llegó con 26 años, donde se casa, se instala, tiene a sus hijos, da clases en la Universidad de Estocolmo y comienza a publicar, inicialmente poesía y luego novelas, ensayos de viajes, guiones de cine y textos teatrales, siempre en sueco. Ha traducido al griego a I. Bergman, a A. Strindberg y, al contrario, ha trasvasado textos de M. Theodorakis al sueco. Ha recibido múltiples premios y ha sido traducido a muchos otros idiomas. Este texto es el primero suyo que se traduce a nuestro idioma. Yo me lo encuentro ya cuando tiene 80 años, escribiendo un librito con el que parece querer despedirse de la Literatura, por las dificultades que encuentra para seguir escribiendo. No sabía nada de todo esto antes de empezar a leer.



Viene catalogado como un ensayo, aunque yo creo que hay mucho de narración de anécdotas personales, trufada de  reflexiones sobre el país que lo acogió y el suyo propio, al que vuelve tras el estallido de la crisis de los mercados por la que la madrastra europea obligó al país heleno a humillarse y someterse a sus dicterios "Europa quería su dinero" (pág. 47). La excusa del regreso es la búsqueda de esa inspiración perdida en su país de origen, que pueda humedecer la sequedad de su creatividad. Se trata de un autoanálisis: "¿Qué vida hubiera vivido si no me hubiera ido de Grecia?" (pág. 16), algo imposible de saber, aunque esté profundamente convencido de que habría escrito, "no tenía otra forma de existir a los ojos de los demás ni a los míos" (pág. 16). No hay arrepentimiento en la decisión que tomó de emigrar, puesto que ha sido capaz de levantar una vida en Suecia. Alguien le había dicho que después de los 75 ya no se escribe, sin embargo él lo seguía intentando. "Mi problema [...] era también con la sociedad que me rodeaba. [...] Todo se compraba y todo se vendía [sanidad, educación]" (pág. 29). Viaja a su país en 2015 y observa que "la pobreza no sólo se veía. Se olía.[...] Eso era la humillación más grande, el destierro definitivo.Tener miedo de los demás, y que los demás tengan miedo de ti. [...] Por un lado nosotros, por otro los extranjeros. [...] Cuando comenzó la crisis con la deuda y los refugiados, me volví griego de nuevo" (págs. 43-46). Y así va desgranando recuerdos y reflexiones en un tono mesurado, coloquial, ("la luna ya estaba muy cerca, y tan grande, que parecía que se sostuviera del cielo con los dientes"; pág. 147), sin aspavientos, sobre temas muy serios: la contradicción entre la socialdemocracia que tantos años gobernó Suecia y el cierre de fronteras  a los refugiados, a los que seguro acabarán necesitando, al parecer del escritor. El problema que supone la libertad de expresión, con los atentados en Charlie Hebdo de por medio. Decía su abuela que "las palabras no tienen huesos, pero los rompen" (pág. 62), por lo que es necesario tener en cuenta "una frontera natural: el Otro" (íbidem). De hecho el escitor considera que "el Otro ha de ser el límite natural  y el lindero de nuestros actos y de nuestras palabras" (pág. 63). Con todo, tal vez desde el respeto, uno debería poder manifestar cualquier opinión, para que lo políticamente correcto o el miedo a la reacción airada de ese Otro no acabe coartando mi libertad a la hora de expresarme. Sobre todo porque hay quienes, al sentirse heridos en sus principios, son capaces de la violencia: "Quizá sea honorable morir por tus principios, pero es menos honorable matar por ellos" (pág. 66).



Kallifatides considera que “La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua.” (pág. 73). Sin embargo eso no es del todo cierto cuando decide aceptar una invitación de una escuela de su pueblo donde pretenden hacerle un homenaje. "¿Cómo viviría la vida que me quedaba? [...] Volviendo" (pág. 79). Y lo hace en compañía de su mujer, quien nunca aprendió griego. Él, que decidió hablar en sueco a sus hijos y que se sentía inseguro escribiendo en ese idioma, ha experimentado que "la vida en el extranjero te vuelve extraño [...] Por eso escribía, para seguir existiendo" (págs. 109-110). Hay un punto de orgullo en saberse reconocido. Y así llega a Atenas de nuevo. Y se da cuenta de que ya no hay dignidad en la pobreza. "Los pobres habían dejado de ser personas para convertirse en un problema. Lo mismo hizo el nazismo con los judíos, los comunistas, los homosexuales, los gitanos y muchos otros" (pág. 119). Me parece estar escuchando vomitar sus proclamas a los de Vox. "Las diferencias de clase eran todavía más marcadas de lo que yo recordaba. Los antes ricos, ahora eran todavía más ricos, y los antes pobres, ahora eran más pobres" (pág. 127).  Las similitudes con nuestra realidad me parecen evidentes. 



 Más adelante llega por fin a su pueblo, Molaoi, y se da cuenta de que en ese ofrecer algo a los que llegan, uh higo, un vaso de retsina, está "la dulzura de la vida en Grecia. Una mano que da. De persona a persona. De extranjero a extranjero" (pág. 133). Y, al reencontrar su idioma materno escuchando a los estudiantes declamar a Esquilo, lo entiende: "Mi primera lengua es palpitación. La segunda, cavilación. La primera brotaba de mis entrañas, la segunda de mi cerebro." (pág. 151). Y abre por fin el ordenador y empieza a escribir, justo el libro que tenemos en las manos, "el primero que escribo directamente en griego después de cincuenta años, es mi agradecimiento tardío para ellos, que me devolvieron a mi lengua, la única patria que todavía me queda y la única que no me heriría" (pág. 153). Hermoso homenaje al idioma con el que nos han amamantado, en el que nos han dicho esas palabras cargadas de ternura, aunque de bebés no se entiendan, pero que quedan grabadas a fuego en nuestro rincón de los afectos. Un sencillo y hermoso libro.

José Manuel Mora.

Comentarios

teresa ha dicho que…
Jose,magnífica primera reseña del 2020 y excelente elección.El miércoles empiezo su lectura. Buenos Reyes son