Richard Jewell, de Clint Eastwood

¿Falso héroe?

Dos días seguidos al cine. Se nota que en mi coral estamos de vacaciones. Ayer, empujado por los Globos de Oro y la selección para los Oscar, más la recomendación de mi amiga Inma, fui a ver 1917, de Sam Mendes. Las anteriores American Beauty (1999) y Revolutionary Road (2008) eran suficiente tarjeta de presentación. Sin embargo, y a pesar de la proeza técnica de estar rodada en un falso plano secuencia auténticamente sorprendente, tenía el miedo de que la sombra de Paths of Glory (1957) de Kubrick, fuese demasiado alargada, como así acabó sucediendo. El traveling inicial a lo largo de las trincheras era un déjà vu; estuve a punto todo el rato de ver aparecer a K. Douglas entre las barricadas. Hay otros planos magníficos, como cuando se estrella el avión, o el del ataque entre las bombas o la caída  al río. La interpretación de George MacKay, a quien admiré en Pride (2014), fue sobresaliente. Y, como en la citada arriba, también hay aquí una pieza musical conmovedora, la que canta a capella un soldado, Wayfaring stranger, ante sus exhaustos compañeros . Pero se me confirma una vez más que las pelis de género bélico no son las que más me gustan. Hoy he ido a ver la última cinta de otro viejecito, Clint Eastwood, 89 añazos, mayor todavía que Polanski y que Scorsese, quienes también se niegan a la jubilación.


No es la primera vez que el antiguo vaquero almeriense elige unos "hechos reales" para contar. Aquí se trata del atentado ocurrido en las olimpiadas de Atlanta de 1996. Un vigilante de seguridad alerta de una mochila sospechosa que finalmente acaba estallando, con dos muertos y muchos heridos, aunque su llamada de atención evitó una tragedia mucho más espantosa. Pronto el FBI comienza a sospechar que el vigilante tal vez sea el causante de la explosión, por un afán de notoriedad, de ser considerado un héroe. Y el peso del Estado junto con el de los medios de comunicación, se abaten sobre él y le destrozan la vida. No es un personaje atractivo, ni física ni emocionalmente, más bien es contradictorio, frágil, ingenuo, necesitado de reconocimiento por su madre y por quienes lo conocen, complejo, con un arsenal de armas en su casa ("vivmos en Georgia"), con deseo de afirmarse como heterosexual, un patriota peligroso. Y así  Eastwood muestra sin subrayados, que una cosa es lo que somos y otra lo que podemos parecer. Se entra entonces en un film judicial, en un drama con toques de comedia que no es convencional en ningún momento. El director es conocido por sus posturas liberales extremas que lo han acercado al reaccionarismo político; sin embargo sus historias siguen manteniendo una claridad expositiva, que aquí además viene maravillosamente fotografiada.


La importancia de la interpretación es aquí capital para hacer creíbles a los personajes: el que tiene complejo de gordo, con un gran sentido del deber, y que a la vez defiende el sistema de su país con un punto de inocencia que le puede acarrear la cárcel es Paul Walter Hauser, a quien no conocía y que acaba resultando conmovedor, y Sam Rockwell, el abogado destarifado, dispuesto a entender a su amigo/cliente y a salvarlo si puede. Y por supuesto a esa señora tan sabia Kathy Bates, madre cariñosa y preocupada, derrotada por la pédida de la dignidad familiar. Trío de ases. En conclusión, el viejo vaquero quiere dejar claro que no todos los métodos son válidos a la hora de buscar la verdad, ni desde la policía, ni desde la prensa sensacionalista. Las apariencias no pueden condenarnos. Hacen falta pruebas. La manera de contar la historia sirve para ello.

José Manuel Mora. 


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