Succession, de Jesse Armstrong. Temporadas I y II

 The fucking money.

Esta vez la recomendación vino de parte de un antiguo alumno, seriéfilo de pro, Jonás. Vi la primera temporada y no comenté nada entonces, tal vez porque estaba ocupado en otros menesteres. Las alabanzas en prensa y el triunfo en los Globos de Oro han hecho que me zambulla en una nueva maratón para zamparme los diez capítulos de la segunda sin darme apenas un respiro. Adictiva, podría ser el calificativo para la serie Succession, en la plataforma HBO. Su creator, no puedo soportar el término, quien la ha concebido, ha escrito el guión y ha buscado productores y directores, es el británico Jesse Armstrong. De las series más exitosas que ha "creado" no he visto ninguna (Peep Show, Black Mirror, Veep, cito sólo las que me suenan), así que juzgo sólo por la que voy a comentar. He usado en la entradilla el taco inglés porque creo que es la serie / película en la que más veces lo he escuchado decir, viniera o no a cuento, como una muletilla casi constante, y en otras ocasiones cargado de expresividad. Escribo estas notas ahora que sé que HBO ha apalabrado una tercera temporada, a la que el final abierto de esta segunda estaba abocado.


También habría podido sustituir el término "dinero", por el de "poder", o por el de "familia". Todo viene amalgamado en este grupo humano disfuncional, que nada en millones de dólares, que posee una multinacional con una flota de cruceros y un grupo de comunicación con una cadena de noticias potente y que está sometida al poder omnímodo del patriarca, Logan Roy, un tiburón de las finanzas, proveniente de la lejana Escocia y hecho a sí mismo, que tras un íctus se resiste a nombrar sucesor. Como en las mejores familias, las reales y las televisivas, entre los cuatro hermanos habrá navajazos por quedarse con el poder ejecutivo, con todo el dinero que eso comporta. Y el padre se regodea en mantener la intriga entre ellos, tal vez porque no ve capacitado a ninguno, o porque quiere ponerlos a prueba para ver de qué son capaces. 



En la primera temporada hay una muerte accidental que provoca una de las crisis. En la segunda es el intento de absorción de otra compañía lo que mantendrá el suspenso, junto con las maniobras para convencer al padre sobre su posible sucesión y los intentos por esconder bajo la alfombra toda la basura acumulada durante cincuenta años. Tres varones, a cual más inepto (el mayor con pretensiones políticas y ninguna capacidad; el segundo cocainómano y con un matrimonio fracasado y el pequeño, un descerebrado con un extraño sentido del humor cargado de una ironía agresiva), y una mujer, inteligente, peleona, incansable, capaz de jugar en varios tableros a la vez. Son todos ellos y las personas del círculo próximo, asesores, amantes, un atajo de desalmados, atentos a obtener el mayor beneficio posible a costa de los demás. Los giros son constantes y siempre sorprendentes. El dramatismo de muchas situaciones viene acompasado con un tono de comedia cruel, tanto por las actitudes de algunos de ellos, como por los diálogos hirientes con los que se enfrentan entre sí.


El diseño de producción es apabullante. Los mortales del común sabemos del lujo que proporciona el dinero, o lo podemos imaginar. Aquí las localizaciones son tan increíbles que parece sacado todo de un precioso decorado, aunque los exteriores en los Hampton, Nueva York o Dundee, o las secuencias en el yate final  quitan el hipo. Todo está cuidado al detalle para que uno se pueda imaginar el nivel de vida de esta gentuza, aunque hay que decir que el guionista, a pesar de cargar las tintas, también los muestra como seres humanos con sus flaquezas y algún brote de sentimiento contenido. Hay a veces aire de tragedia griega con complejos de Edipo incluidos. Otras veces el ambiente es shakespeariano, como la pelea de las hijas del rey Lear. La música, recurrente, obsesiva, acaba por taladrarnos al acompañar tanto desastre. Además del tema de los créditos, de N. Britell, galardonado por Moonlight, a veces surgen otros de corte clásico con un violoncello doliente en los finales de capítulo.


Para una historia semejante la elección del elenco era fundamental y Brian Cox, el padre de la saga, da perfectamente el personaje: tiránico, manipulador, inasequible al desaliento, mueve los hilos constantemente, seguro de salir vencedor. Está inmenso. Jeremy Strong, el atormentado cocainómano, crecido en su autoimagen y luego destrozado y frágil, está siempre creíble.  Kieran Culkin, de los Culkin de toda la vida, ha logrado ponerme nervioso por sus reacciones siempre ácidas y sus respuestas desabridas. Sarah Snook es la hija, inteligente, enfrentada constantemente a su padre para lograr ser la elegida y Nicholas Braun ha sido un descubrimiento, con su permanente inseguridad y con su afán de dinero. Hay invitados de lujo, como la estupenda Holly Hunter, de malvada intrigante, Cherry Jones, quien ha de decidir si se deja absorber o no y el siempre correcto James Cromwell, a quien sigo desde los tiempos de A dos metros bajo tierra. Un auténtico festín para saber cómo viven los realmente ricos y cómo son capaces de destrozarse mutuamente por conseguir un trozo de tarta más grande. Las alusiones a los medios de comunicación y a sus conexiones con el poder político resultan de una enorme actualidad. Un placer, haberla podido disfrutar en V.O.S. a pesar de la rapidez de los parlamentos. Los tonos son tremendamente expresivos y sirven para caracterizar a los personajes, tanto como sus miradas. Qué bien haber nacido en una familia normalita.

José Manuel Mora.



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