Sólo nos queda bailar, de Levan Akin

Bailar.
 A veces un simple cartel anunciador es suficiente para querer ver una peli. También cuenta el exotismo de la producción y saber que la danza tiene algo que ver con la trama. No tenía mucha más información sobre la cinta, salvo la recomendación de mi experta amiga Merxe, lo que me ha hecho desplazarme a S. vicente porque en alicante no la han estrenado en ninguna sala (?). Sólo nos queda bailar (And Then We Danced)  se presentó en la Seminci de Valladolid y su director y guionista, Levan Akin (1979), es sueco de origen georgiano y este es su tercer largometraje. Parece que supo de unos ataques a gays que quisieron celebrar el orgullo en Tiflis en 2013 y que fueron reprimidos, animados por miles de personas de la iglesia ortodoxa. A raíz de ello viajó a Georgia para recabar información. La danza en ese país es tremendamente masculina, tal y como se pone de manisfiesto en los créditos iniciales con unas imágenes en B/N  de los años cincuenta. No tuvo colaboración alguna de parte de las compañías a las que recurrió para informarse. Tuvo que ser un coreógrafo anónimo quien le contara la imposibilidad en aquel país de hacer "un Duato", puesto que para la Compañía Nacional de Danza de aquel país la homosexualidad no existe. Aunque se rodó en Georgia se hizo con planteamisntos y dinero suecos.


La danza se considera un símbolo de la identidad del país, “la sangre de nuestra nación”, de tintes cosacos, según manifiesta uno de los gerifaltes de la escuela de los bailarines donde se ambienta, así como el canto polifónico de raíces ortodoxas, que suena en varios momentos de forma magnífica. En ese ambiente de rabiosa masculinidad, en el que los elementos dancísticos son a veces y paradójicamente muy femeninos, la llegada de un nuevo bailarín al grupo, Irakli (Bachi Valishvili), pondrá en cuestión la identidad y los sentimientos de Merab (Levan Gelbakhiani), quien lleva bailando en pareja con Mary  (Ana Javakishvili) desde que eran unos niños. La férrea disciplina de los ensayos, de un autoritarismo sin réplicas posibles, contrasta con la vida que llevan los jóvenes, en contacto con otras realidades a través del portátil o de actividades alternativas normalmente ocultas en antros de música y bebida, que intentan esconder el tabú social de las relaciones homosexuales. El descubrimiento de sus propias tendencias llevará a Merab a dar pasos que hasta ese momento no se había atrevido a dar. Los contrastes están servidos: la vida en la corrala, maravillosa localización con la vecina cotilla, el bullicio nocturno, la boda religiosa, la necesidad de casarse cuando se es hijo único, la reclusión en un monasterio, "para que se cure", de un bailarín descubierto en flagrante delito, que es una anécdota real... 


El protagonista es un debutante que procede del baile clásico y que da perfectamente el tipo de una persona entregada a la danza en cuerpo y alma, hasta que se le revelen sus autñenticos sentires. Buena gente, acabará por ver que la única salida para él es marcharse al extranjero. El solo que se marca al final es antológico. Es tierno, enérgico cuando hace falta, encantador en su ingenuidad. El director cuenta su historia de manera convencional, aunque sepamos lo que le costó rodarla, ayudado de intérpretes no profesionales ante las cámaras. Muy bien fotografiada y con un trávelin en la fiesta final muy curioso, la ambientación está muy conseguida y el filme pone de manifiesto lo que cuesta todavía en determinados lugares de Europa bailar y amar como uno quiere. 

José Manuel Mora.


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