Invisibles, de Gracia Querejeta

 De paseo.

A pesar del miedo que nos inculcan para mejor tenernos dominados y del pánico que se genera en muchos, poco informados o atentos a las noticias que se derraman constantemente en el móvil sin contrastar, la gente sigue yendo a las salas de cine. No son concentraciones masivas, aunque tal vez también a estos locales les acabe tocando cerrar por culpa del famoso coronavirus 19. Desde que la vi anunciada sabía que iría a ver esta película hecha casi exclusivamente por mujeres. Invisibles está coescrita y dirigida por Gracia Querejeta junto al guionista Antonio Mercero. El momento de su estreno ha coincidido casi con la celebración del 8M, y no creo que sea casualidad.


A Querejeta la sigo desde casi sus inicios, cuando dirigió El último viaje de Robert Rylands (1996), y más cerca a la actualidad, la interesentísima Siete mesas de billar francés (2007). Y aquí ha contado con una de sus actrices fetiche, la inmensa Adriana Ozores; de casta le viene al galgo. Julia, Elsa y Amelia son tres amigas que quedan en un paque una vez a la semana para andar y al tiempo contarse lo que les sucede. Esos encuentros vienen pautados por el despunte de la primavera. Una es ejecutiva de empresa, la otra trabaja en un vivero de plantas y la tercera es profe de matemáticas. Sólo la última está casada; la otra vive con su pareja y la hija de éste, y la primera vuela sola. La variedad de situaciones, de caracteres (agresiva la primera, inocente la segunda y racional la tercera), de intereses vitales y de actitudes ante la vida salta a la vista en cuanto se ponen a hablar, pero esto viene limitado por un punto en común: todas están en la cincuentena, esa edad a la que las mujeres, según se dice en la cinta, se vuelven invisibles y sin posibilidad de competir con las jovencitas que vienen empujando. Conozco a muchos varones que experimentan una crisis semejante cuando llegan a los cuarenta, aunque la valoración social de unos y otras sea distinta y por lo tanto se viva de forma diferente.

 
La cinta está hecha con gran economía de medios, rodada en ese parque como espacio casi único, pero lo que podría haberse convertido en algo monótono y aburrido, se convierte en algo chispeante al ser un diálogo entre iguales, lo que hace que sea psoible la frnaueza y la expresión de sentimientos, aunque esto no siempre sea así. Quién no modifica y adorna lo que le sucede para quedar bien ante las personas con las que se relaciona... La directora planifica este peripatetismo de forma diversa para no cansar. Y lo consigue con planos frontales, traseros, laterales, travelings circulares o haciendo oscilar la cámara lateralmente para ver las reacciones de quien habla en cada momento y las que escuchan. La directora las hace hablar sin responder a estereotipos, sino haciendo que se muestren contradictorias, capaces de tomar decisiones a veces erróneas, de sufrir por lo que les sucede, sea culpa de ellas o de quienes las rodean. Emma Suárez, Nathalie Poza y Adriana Ozores componen sus personajes de una manera impecable, creíble, son mujeres vivas, de las que se podrían encontrar en nuestro entorno, una peleona, otra insegura y la tercera endurecida por su enfretamiento con el alumnado revuelto por las hormonas. Las réplicas son geniales y a veces dicen que se haga lo que ellas mismas serían incapaces de hacer en sus vidas. Verlas con toda la inseguridad que trae el paso del tiempo, la pérdida de oportunidades laborales, las dificultades de la convivencia, las acereca a nostros de una forma que las reivindica sin hacerlo de forma panfletaria. La Portillo y Pedro Casablanc completan el reparto del film con dos cameos estupendos. He aquí una forma de acercarse al universo femenino para poder entenderlo mejor, clara y empáticamente.

José Manuel Mora.


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