Outlander (Iª, IIª y IIIª temporadas), de Ronald D. Moore

 Las Highlands.

Tras veintitrés días de confinamiento hay que ir buscando nuevas rutinas que ayuden a pasarlo. A las tareas caseras que ya realizaba antes, a la compra imprescindible, a la lectura del periódico, se le añaden ahora algunos ejercicios sencillos para mantener la tonicidad muscular, el rato de sol en el balcón a partir de las once de la mañana (necesaria la vitamina D) y el entrever la raya azul del mar al final de la calle, como promesa siempre presente, a la espera de que todo acabe. Las tardes son más difíciles de llenar y, como hemos restringido el consumo de noticias, dado que pueden acabar siendo perjudiciales para nuestros ánimos, hemos aceptado la sugerencia laudatoria que nos llegaba desde Madrid. Sumergirnos en las Highlands a la hora del atardecer, antes del aplauso, puede ser un buen sedante para tanta zozobra, una manera como otra de evadirnos para no volvernos locos. Y nos adentramos en una serie de 2014/2015 nada menos, una eternidad visto desde los acontecimientos presentes, cuando lo que nos sucede podría haber sido tema para una peli de terror apocalíptico. Outlander (la "forastera", la que viene de fuera de las Tierras Altas) comenzó su andadura entonces con dieciséis episodios, ahí es nada, de una hora cada uno. Saber que son cinco temporadas no nos desanimó en principio, puesto que el encierro se prevé prolongado.  Como no soy seguidor de la saga de las galaxias, ni me sonaba el nombre de su "creator", guionista, productor y director, el estadounidense Ronald D. Moore. La idea original parte de la escritora Diana Gabaldon, quien ha ideado y puesto por escrito dos sagas de largo aliento, una de ellas la que nos ocupa. Su publicación arrancó en 1991 y han visto la luz ocho de los diez volúmenes planificados. La serie está disponible en Netflix.


He estado dos veces por aquellas tierras agrestes, menos trabajadas por el estilo del paisajismo británico, más salvajes en sus espacios abiertos, rotos de repente por un lago dormido, entre tonalidades oscuras que contrastan con el verdor intenso de sus praderas, en medio de las cuales surge un castillo absolutamente creíble a orillas del agua. La historia arranca en Inverness, que no llegué a visitar, y cuyo nombre me resulta enormemente evocador sin saber bien por qué. La IIª Guerra mundial acaba de terminar y Claire, una hábil y valiente enfermera, decide casarse con J. Randall, un investigador de épocas pasadas, interesado en saber cosas de sus antepasados escoceses. Como en Galicia, como en Bretaña, como en Irlanda, en todas esas tierras del fin del mundo, las consejas, las leyendas feéricas, los lugares con un toque sagrado, druídico, son frecuentes. Y en uno de ellos Claire se ve transportada docientos años atrás, a 1734. Además del desconcierto ante un hecho tan poco racional, que no nos es explicado, resulta muy bien llevado el conjunto de reacciones que experimenta la muchacha en un mundo ajeno al suyo, con otros valores, donde la desconfianza por su acento del sur y sus orígenes poco aclarados, la hacen presa de sospechas constantes. Pero junto al componente de ficción histórica, está el de una historia de amor apasionado con Jamie Fraser, perteneciente a un clan escocés poderoso, que ha pagado cara su insumisión al poder de los casacas rojas, a cuyo mando está uno de los personajes más tenebrosos que recuerdo, Jack Randall, antecesor del primero citado.


El enfrentamiento entre Fraser y Randall se convierte en algo obsesivo para este último. Y mientras, su descendiente del s. XX se desespera ante la desaparición sin pistas de su esposa. El equilibrio que guarda la narración entre un tiempo y otro es perfecto. En el pasado escuchamos la voz en off de ella, necesaria al no poder compartir su secreto con nadie, como la que va narrando los hechos. Sin embargo hay un momento en que la perspectiva cambia y es él, Jamie, quien cuenta, puesto que lo que acontece le toca más de cerca. Los conocimientos de medicina que ella lleva consigo la convierten en una "sanadora", lo que podría estar cerca de la brujería, con el consiguiente peligro de ser quemada. Todos los conflictos que aparecen van ilustrando un tiempo de transición en aquellas tierras, entre unos modos de vida que pretenden seguir siendo válidos, los de la campesina Escocia de los clanes, y otros más cercanos a los valores europeos que llegan del otro lado del Canal. Todo ello está espléndidamente documentado y se traduce en un diseño de producción sorprendente, en el que no sabe uno si admirar más las localizaciones, que permiten que el paisaje sea otro personaje, o el vestuario, la iluminación y su ausencia, la música... Hay mucho dinero ahí metido y mucho buen gusto para seleccionar todo ello. La mezcla de intimismo y espectacularidad está perfectamente conseguida, como también la de la violencia y el sexo, de gran verismo y naturalidad, como debía de ser en la época.



Caitriona Balfe es la hermosísima Claire, de una belleza serena, y poderosa cuando hace falta, de una capacidad de adaptación a sus nuevas circunstancias completamente creíble. Su feminismo avant la lettre viene bien encajado con lo que supone de enfrentamiento con los valores de su enamorado, Sam Heughan, actor que posee la garra suficiente para no ser sólo una cara bonita en un cuerpo trabajado y que es capaz de dar la réplica al personaje turbio, sádico, cuando aún no se conocía ese término, violento y atormentado del capitán Randall. El que el director haya decidido que él sea incorporado por el mismo actor, Tobias Menzies, que interpreta al marido de Claire, hace que éste pueda mostrar su maestría para desdoblarse con sólo cambiar la coleta por el sombrero de ala de los años cuarenta. Graham McTavish es Dougal, un poderoso miembro del clan escocés, con intereses políticos ocultos, y con una presencia imponente. No conocía a ninguno de ellos, lo que hace que todos suban en credibilidad al encarnar a los personajes de esta saga que ha logrado atraparnos por completo. Es cierto que algunos capítulos pueden resultar algo farragosos por la mezcla de las tramas, ya que algunas requieren conocimientos de Historia de la isla que no poseo, pero otros son de una enorme intensidad, concentrados en un sólo asunto. 


He empezado a ver la segunda temporada que se desarrolla en París. No sé si seré capaz de seguirla completa, pero ahora que informan de que se amplía el confinamiento, es posible que siga dedicando parte de mis tardes a alternar este fresco de otra época, con el último episodio de A. Grandes que tengo entre manos. A quienes siguen estas referencias, les deseo mucha suerte en estos tiempos aciagos que estamos viviendo.

José Manuel Mora.
 



Post scriptum...


No he querido abrir otra entrada para completar el comentario anterior. La segunda temporada, trece capítulos, se traslada a París (aunque se haya rodado parte en Praga), donde los protagonistas participan en las intrigas que pretenden implicar al rey francés en la futura revuelta del Estuardo escocés que intenta alcanzar el trono. Al tiempo la pareja trata de torcer el curso de los acontecimientos para evitar la batalla de Culloden, magníficamente representada, que dará al traste con aquellas aspiraciones y con la forma de vida de los clanes escoceses. Todo ello permite a los productores de la serie crear un ambiente versallesco que, en localizaciones y en diseño de vestuario, es de lo más acabado que he visto, por la precisión de los diseños y la riqueza de los mismos. Desde los tiempos del Kubrick de Barry Lindon no había visto nada tan bien diseñado. 


Al tiempo, se vuelve al presente para evitar que Claire muera en la batalla y para que sepamos que acabó teniendo una hija de Jamie, Brianna, que educaría junto a Frank en el Boston de 1968. La ambientación kennediana vuelve a ser perfecta. Cuando una investigación muestre que Jamie no murió en la batalla, ella deseará regresar a Escocia, lo que permite una tercera temporada de otros trece episodios, que se inicia en Edimburgo, con todas las sopresas que veinte años de vida pueden deparar, y que acabará en las colonias. Aquí los avatares marítimos me han parecido del estilo de los piratas del Caribe. A pesar de ello hemos seguido el desarrollo de los acontecimientos con tormenta perfecta incluida. 



No sé por qué Netflix no ha colgado todavía la cuarta y quinta temporada, que sí están en Movistar, con lo que nos hemos quedado, como dicen en mi pueblo, "con la hiel como un puchero. Si próximamente acabaran subiendo las dos restantes, no digo que no reincidamos. Lo comentado aquí ya indica que ha sido un buen remedio para pensar en cosas diferentes a la pamdemia que nos tiene encerrados y temerosos ya más de un mes, y lo que nos queda. Habrá que buscar otros títulos para pasar las tardes alternando libros y series.

Vale.

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