Un juego de caballeros, de Julian Fellowes

 Un toque dickensiano.

Quienes me conocen saben mi desinterés absoluto por el fútbol. Trauma infantil, problema familiar, aburrimiento ante las retransmisiones que escuchaba en la radio mi hermano mayor y que a mí me parecían sin sentido alguno. Nunca coleccioné estampas de jugadores, cosa que hacían mis amigos. Sólo me sonaban algunos nombres, de tanto oírlos: Di Stefano, Kubala, Puskas, Gento... Ni siquiera me atraía el Hércules, equipo de la terreta. Sin embargo tuve que empezar a hablar del asunto como fenómeno social al explicar el s. XIX en clase como fenómeno colateral a la Revolución Industrial. Así que cuando vi anunciada para marzo en Netflix la miniserie Un juego de caballeros (The English Game), de tan sólo seis capítulos, y que al parecer tenía un toque up & down sentí curiosidad y en un par de días de encierro la he podido ver en V.O.S., lo que me ha supuesto un plus de atención, debido a los malditos acentos, tanto de clase social, como de lugares de origen de los protagonistas. Tan sólo los de la high class mantienen un inglés formal. Julian Fellowes es el ideador y guionista, del que vi Downton Abbey, la película; dirigen Birgitee Staermose y Tim Fywell (Happy Valley).


Estamos en los años ochenta del siglo XIX. La mecanización de la producción textil ha creado muchos puestos de trabajo, aunque las jornadas de doce horas diarias están pagadas por jornales de miseria. Frente a este grupo humano se halla el de los antiguos estudiantes de Eton, privilegiados social y económicamente. La serie se encarga de mostrarlo con una puesta en escena cuidadosa y ajustada a la realidad de entonces. Las reglas de la Football association se establecieron en 1863 e intentaban normalizar lo que había sido un juego elitista de colegiales universitarios. La afición fue en aumento y surgieron clubes obreros. Lo que en principio era un deporte amateur empezó a profesionalizarse cuando algunos de los jugadores comenzaron a cobrar por jugar y se planteó la posibilidad de pagar por las entradas que permitían acceder a presenciar los partidos. Todo ello, ayudado por la generalización de los viajes en tren, que posibilitaban viajar a los equipos más allá de sus confines naturales, desató rivalidades entre territorios, incluso entre equipos de la misma ciudad, y entre plantillas pertenecientes a clases sociales diferentes, lo que se muestra en la serie.



Los  Old Etonians se han de enfrentar al club obrero de Darwen. Se hace evidente que no pueden competir en igualdad quienes no comen igual, quienes no pueden entrenar si no es dejando de trabajar y perdiendo el jornal, quienes frente al orgullo de clase sólo pueden mostrar el del coraje de equipo. Todo ello viene contextualizado por historias personales de algunos de los jugadores, en ciertos casos de tintes dickensianos: orfanatos para hijos de madres descarriadas, padres alcohólicos y maltratadores, personas pudientes de buen corazón.., los componentes en fin de la conocida serie citada al principio de la reseña. No hay sin embargo maniqueísmo en los personajes; cada uno se muestra con sus contradicciones, lo que los humaniza.


 

Fergus Suter (Glasgow, 1857) fue un personaje real, quien llega desde su Escocia natal con la intención de desarrollar su pasión, para la que tiene piernas y cabeza, y la de poder ganar dinero que salve a su familia. Kevin Guthrie me era completamente desconocido, pero da con acierto el tono combativo a su personaje, al tiempo que es capaz de mostrar humanidad en la amistad, en la familia, en el amor. Arthur Kinnaird (Kensington, 1847) noble colegial etoniano, que acabaría dirigiendo la Liga inglesa, podría encarnar lo que se conoce con el anglicismo de fair play, está interpetado por Edward Holcroft, de formación semejante a la de su personaje, lo que le da el empaque corporal y verbal mecesarios para resultar creíble. Lo había visto en London Spy y me había causado una honda impresión como el espía torturado al que encarna. 


Menos atento a los lances deportivos en el terreno de juego, al filibusterismo que se practicaba, como si no hubiese faltas que pitar, me ha gustado más todo el entramado de esa etapa que Dickens tan bien supo retratar en sus novelas. El ojo crítico de su creador pone de manifiesto el porqué de la necesidad de algunos jugadores de aceptar dinero por jugar, a pesar de que eso contraviniera las normas establecidas por el deporte de aficionados de élite. Ahora que ya nos anuncian que los viejecitos podremos salir el sábado próximo a andar una hora, hasta un kilómetro de casa, lo que me permitirá volver a ver el mar, adelantar el tiempo con este entretenimiento me ha venido muy bien. Para amantes del fútbol y de los dramas.

José Manuel Mora.



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