After Life, de Ricky Gervais

 Humor británico.

He de reconocer que una de las razones que me llevaron a empezar la serie fue que se trataba de una comedia, perfecta para estos tiempos convulsos. Además los capítulos eran breves, apenas 30 mi., y el humor inglés siempre me ha hecho gracia, aunque sé que no es para todos los paladares. El quinteto de la muerte, con el gran Alec Guiness, sigue en mi mente sesenta años después. Yo, que lo olvido todo. After Life se estrenó el año pasado y su segunda temporada acaba de desembarcar en Netflix el mes último. Su creador es Ricky Gervais, quien ejerce además de guionista y protagonista principal. Para situarnos, cabe decir que confiesa que se hizo ateo a los ocho años. Además declara que no ha querido tener hijos con su pareja (no cree en el matrimonio), porque no se veían criándolos durante dieciséis años. Firme defensor del movimiento LGTBI y de la defensa de los animales, tiene fama de no morderse la lengua.Y esta serie es la prueba de lo que podría ser políticamente incorrecto.


El arranque es brutal: el personaje acaba de perder a su mujer por culpa de un cáncer y se mete en la bañera con intención de suicidarse cortándose las venas; no destrozo nada, es la primera escena. Y cuando está a punto de hacerlo ve a su perra, que lo está mirando fijamente, y desiste. A partir de ahí, enfadado con el mundo como está, decide hacer todo el mal que pueda, pero no le sale bien. Trabaja en un periódico de mala muerte, The Tambury Gazette, de esos que son gratuitos, para el que tiene que buscar noticias "atrayentes": un personaje con el síndrome de Diógenes, un niñito que se parece a Hitler... El hijo de su jefe, por el que siente auténtica pasiónes, su ahijado. Visita a diario a su padre (David Bradley, el de Juego de Tronos) con Alzheimer, quien ya no lo reconoce, y se hace amigo de una viuda (la excelente Penelope Wilton, a quien admiré en Downton Abbey y en Match Point) en el cementerio que ambos visitan. Todos estos elementos y muchos más posibilitan situaciones hilarantes en torno a personas o hechos que no lo son en absoluto. La misantropía del personaje no consigue que nos acabe de caer mal. Es un ser sufriente que intenta vengarse del mundo. Nada le es válido ahora que se ha quedado solo y no teme a las consecuencias, porque todo le importa un pepino. Es su manera de afrontar el duelo por la persona amada, algo que podemos entender a partir de los vídeos que ambos se tomaron cuando eran felices.


Las relaciones con sus compañeros de redacción son mordientes, la que establece con un camello que le proporciona costo es de lo más ambivalente, como sorpresiva es la que establece con una "trabajdora del sexo", o con la cuidadora de su padre, o con el psicoanalista que lo trata, a quien no puede soportar. Por detrás o por debajo de su tono borde hay algo que nos conmueve en este ser tan despaisajado y tan terriblemente triste. Y la emoción y el humor se van alternando de una manera muy natural, como a veces sucede en la vida, con esas carcajadas extemporáneas que no podemos reprimir en los velatorios.


Al final parece calar la idea de que nunca está de más actuar correctamente, porque así dejaremos el mundo algo mejor de como estaba cuando llegamos a él. No es una conclusión forzada ni pasa tampoco como el facilón japy end habitual en las pelis de Hollywood. A pesar de ello no creo que intente ver la segunda temporada. Hay mucho material inédito por explorar. Estoy acabando de ver una cinta italiana de la que hablaré próximamente.

José Manuel Mora.  

 

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