La pared, de Marlen Haushofer

                                           Minimalismo alpino.

La primera salida, tras el levantamiento del confinamiento absoluto, fue para visitar a mis libreras favoritas en sus 80 Mundos. Habían mantenido el contacto con sus clientes y habían creado un crowdfounding, que decimos los ingleses, para que al suscribir una petición de libros por una cantidad determinada, pasáramos a recogerlos por la librería cuando fuera posible. Y, además de los que yo llevaba en mente, me pusieron en las manos una novedad absoluta. La edición era de marzo y parece que hubieran pensado en lo que se avecinaba para lanzarla al mercado.  HAUSHOFER, MARLEN. La pared. Madrid: Ed. Volcano, 2020, con traducción cuidadísima de Claudia Toda Castán, con 231 págs. Se trata de una editorial para mí desconocida, que presenta su libro con cuidado: tacto mate, páginas de respeto, cubierta sugerente, fotos de la autora y una pequeña nota biográfica, necesaria, dada la, para mí, total ausencia de referencias previas.
 

Haushofer, apellido del marido (el suyo era Maria Helene Frauendorfer), era una escritora austriaca (1920-1970), que estudió filología alemana y que, a partir de 1950 empezó a publicar novelas y narraciones infantiles y juveniles. La presente la publicó en 1963.  Hija de un guarda forestal, lo vivido desde su infancia en un entorno de naturaleza sin contaminar, la marcó profundamente, al igual que las convenciones sociales de la muy católica Austria de la época. A pesar de haber recibido el Premio Arthur Schnitzler por la que ahora comento, su figura pasó durante tiempo desapercibida entre las letras alemanas, hasta que el movimiento feminista redescubrió la importancia de su trabajo en la toma de conciencia para desprenderse de la opresión patriarcal.


La protagonisat se va de excursión con su prima y el marido de ésta a una casa típica de las montañas alpinas y al despertar de la siesta se encuentra sola en ella. Sólo está acompañada por un perro llamado Lince, de una fidelidad absoluta, y descubrirá horrorizada que está aislada del resto del mundo por una pared invisible por trasparente "Me he acostumbrado a llamar pared a esa cosa" (pág.22), o lo que es lo mismo, que está confinada en un amplio espacio de bosques y picachos; junto al perro hay una gata y una vaca. Y la soledad más absoluta. "Alargué la mano y encontré algo liso y frío: una resistencia lisa y fría en un sitio donde no podía haber más que aire" (pág. 21). No sabemos la razón de la aparición de esa pared que la aísla del mundo que era suyo. La novela arranca como "mi informe [...]. No escribo por el placer de la escritura [...] si no quiero perder la razón [...]. Estoy totalmente sola" (pág. 15). Y no hay mayor intento de explicación a su confinamiento ni a la realidad de más allá de la pared, que parece detenida, como las figuras de Pompeya. ¿Cuál puede ser la reacción de quien se ve constreñido a unos límites sin entender por qué? Como todos nosotros en estos meses, hemos sido disciplinados y hemos aguardado que se empezaran a levantar las restricciones. Eso mismo es lo que hace ella: "Fui lo bastante sensata para no perder la esperanza desde el principio" (pág. 27). Si eso pasara, las consecuencias para nuestra salud mental podrían ser terribles. Y como nosotros, ella afirma: "Tenía que mantener la calma y limitarme a soportarlo" (pág. 31).


Entramos así en una nueva distopía, en una realidad tan extraña como la que veíamos desde nuestros balcones estos meses, con calles vacías, sin los sonidos habituales y con la alteración que producían las sirenas de las ambulancias o de los coches policiales. Allí, entre las montañas, el silencio es más profundo. Y como una nueva Robinsón tendrá que aprender a sobrevivir, a ordeñar, a cortar y apilar leña, a cultivar patatas y alubias, a pescar alguna trucha... Y es la repetición de estas tareas la que la salva de la locura, como nos ha sucedido a tantos de nosotros, que hemos tenido que reinventar las rutinas necesarias para mantenernos activos, para seguir saludables a pesar del encierro. Y el "informe" que redacta, porque "lo único importante es escribir; puesto que no hay diálogo posible, debo mantener abierto este diálogo continuo" (pág. 180). En ese sentido nosotros hemos sido más afortunados, puesto que la tecnología ha puesto a nuestra disposición lecturas, series, modos de comunicarnos con quienes estaban lejos, el rito del aplauso vespertino... La mujer del libro no tiene estos asideros y debe recurrir a estar atenta a los cambios de la naturaleza, a cuidar de sus animales, a intentar sobrevivir a pesar de todas las dificultades.


Para salvar la monotonía del paso de las estaciones, la escritora plantea la posibilidad de cambiar en verano a una zona más alta y fresca donde ha encontrado una cabaña de pastor en condiciones aceptables de habitabilidad. Son mínimos los elementos que se van incorporando a la narración: el nacimiento de un gato, o el de un ternero, la caza de algún corzo, la posibilidad de fabricar mantequilla... Y al tiempo va descubriendo todo lo que va siendo prescindible. Todo ello la va cambiando. "Yo ya no soy la que era hace dos años. [...] ahora mismo no soy más que una fina piel que cubre una montaña de recuerdos" (pág. 63). El afán de superación mediante el orden y la acción son los que podrán salvarla. Y resulta sorprendente que la narración no se convierta en algo monótono. La prosa es tersa, brillante en ocasiones: "Se tumbaba encima, pelaje blanco sobre terciopelo rojo, los ojos entornados en dos ranuras verdes, un precioso ser mitológico" (pág. 96), buena manera de describir a la gata.  La mujer va introduciendo elelemtos que adelantan los acontecimientos, pero sin explicarlos. La tensión narrativa la mantiene hasta ls páginas finales con mano maestra. No tendremos explicación suficiente, aunque tampoco es necesaria. Lo importante es la lección de vida en soledad que el personaje nos trasmite. Salvada gracias a su fución con el entorno natural y por la solidaridad con los animales de los que se ha hecho cargo. Impresionante metáfora para estos tiempos extraños de los que estamos empezando a salir.

José Manuel Mora.









 













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