Patio en sombra, de Pilar Bacas

 Historia a cinco voces.

Creo que es la primera vez que voy a reseñar un libro escrito por alguien a quien conozco desde hace más años de los que me gustaría confesar, y que además es una persona amiga. Desearía que el afecto no influyera en la valoración que voy a hacer del libro que me he bebido en unos pocos días y que no es además el primer título de la autora. Se trata de BACAS LEAL, PILAR, Patio en sombra. Editorial Catriel: Madrid, 2020, págs. 238. Y lo he hecho en estas vacaciones raras de este raro verano pandémico por tierras de Asturias, lo que ha impedido que tomara notas de lo que leía, y también que escribiera en caliente como suelo. No habrá pues citas a pie de página. Sí quiero señalar que la autora, en un gesto que la caracteriza, ha decidido donar lo obtenido en las ventas a una oenegé, Sonrisas en Acción, lo que señalo para animar a comprar un ejemplar.

Contrariamente a lo que los clichés esperan de una científica, pues esa es su formación previa, Pilar Bacas (Cáceres, 1950) ha sido capaz de compaginar la docencia en su campo con la escritura. Comenzó con un libro de relatos, A través del cristal (1999) y se animó a su primera novela,  Amapolas en invierno (2004). Ha biografiado la historia de varios de sus antepasados y ha publicado trabajos de divulgación sobre la historia de Cáceres. Es lo que tiene la jubilación. Y la obra que nos ocupa supone ya un salto cualitativo pues el empeño me parece de más enjundia; luego diré por qué. He de confesar que esta última es la primera suya que leo, ya que los autores noveles, y "de provincias", tienen difícil lo de publicar, como es bien sabido.

En principio, la anécdota que desarrolla luego la trama, un asunto del estraperlo famoso que asoló nuestro país tras la guerra civil, los tiempos del "racionamiento y la sacarina", no me resultaba especialmente atractivo. Pero pronto, con el avance sincopado de voces y tiempos, comencé a interesarme, sobre todo por los personajes que las sustentaban y que acaban creando la necesaria tensión narrativa. He sabido luego que una de ellas es la de un primo suyo, quien fue condenado a muerte por un tribunal militar en un consejo de guerra, a resultas de un robo a mano armada a estraperlistas de trigo, del que fue acusado. El arco temporal va de 1935 a 1995 y en ese lapso de tiempo conocemos a Alfonso Madrigal, a su mujer, Madela, una señorita bien de Burgos, y a sus hijos, Luchi y Moncho, de quien el padre dirá "Me tocó la mayor desgracia que puede sufrir un padre: tener un hijo desviado"; por último, pero no menos importante, el molinero Ventura, quien cuenta la historia ingresado en un hospital de Aranda, desde su perspectiva de perjudicado. Sin embargo no es la anécdota lo que ha logrado atraerme, sino cómo la autora ha transmutado en literatura hechos que por muy reales que hayan sido, no alcanzarían a llamar la atención más que de ratones de biblioteca o de archivo, como Pilar. Y esa transmutación de lo acaecido en ficción es lo que me ha interesado, sobre todo porque se realiza mediante el sabio uso de la palabra exacta, del "decoro poético", que se decía en las comedias del Siglo de Oro, cuando cada personaje hablaba según su rango y condición.


La voz de Madela está conseguidísima; cuando dice que su madre ya le señalaba que hay palabras que no suenan bien, como "sobaco" o "ingle", se está retratando a sí misma y a su familia; así como su permanente preocupación por aparentar, por estar siempre presentable en sociedad, pendiente siempre del qué dirán. El botarate de su marido, un parvenu que dio un braguetazo con su matrimonio, ha de pelear toda su vida con poder sentirse aceptado en un mundo al que no pertenece. La niña es un portento de hallazgos expresivos que me han retrotraído a mi infancia en los años cincuenta. Digna sucesora de sus papás y del ambiente en el que se educa, acabará siendo la que peleará por ser ella misma con su matrimonio y sus estudios, como hace también su hermano Moncho quien, marcado por su estancia en guerra en territorio rojo, termina por ser republicano sin entender bien lo que dice cuando canta la Internacional, pero cuya homosexualidad hará que decida ir a un internado para liberarse del opresor entorno familiar. El vejete Ventura está también muy conseguido al cambiar de tercio cuando cuenta al médico su experiencia vital y cuando deriva en pensamientos internos, nocturnales, casi en un fluir de conciencia, con la figura de su mujer siempre presente. Esta multiplicidad de puntos de vista narrativos va confluyendo hasta acabar de armar el puzle final. Creo que la autora ha conseguido con éxito ese trasvase del que hablaba más arriba, y es evidente que logra atrapar. El retrato de los diferentes ambientes está muy logrado y la presencia opresiva del Régimen queda patente sin apenas necesidad de nombrarlo. Otro acierto. El "patio en sombra" del título funciona como metáfora de esos secretos familiares que pretenden siempre ser ocultados, pero que pueden acabar saliendo a la luz cuando alguien se empeña en investigar.  Ojalá que el libro pueda llegar a otras capitales, además de las que ya lo tienen en sus mesas de novedades. Muy recomendable. Enhorabuena, Pilar.

José Manuel Mora.








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