Asturias en un verano vírico. Burgos. III

 Por Burgos entrove...

De nuevo, un desayuno de detalle. Salimos a buena hora hacia Burgos. Como hay que poner gasolina, pienso hacerlo en Peñafiel. Me gustaría tomar otro chisme con otra de mis antiguas alumnas que vive allí, Crucita, pero está de viaje. Así que nos quedamos sin volver a entrar en el Coso, esa plaza tan peculiar, aunque vemos sobrevolar sobre nosotros el barco de piedra de su castillo en lo alto del teso. Las bodegas, antaño lugares oscuros y lúgubres donde se bebía y se comía lechazo, se han ido remozando y han llamado a prestigiosos arquitectos para que renueven su imagen: Vega Sicilia, Arzuaga, Protos... compiten en diseño arquitectónico y calidad de sus caldos. Pero nosotros seguimos en una mañana radiante, pasando por Roa, Aranda, hasta que suena el teléfono. Nos hemos dejado la ropa de abrigo/lluvia en Quinta. Me niego a volver después de 70 kms andados. Dejamos Lerma a un lado y entramos en Burgos. El navegador nos engaña y nos lleva donde quiere. Jesús y Asun saben de nuestra llegada y él monitoriza desde su teléfono, mientras que ella nos espera en Las Huelgas, tan eficiente y generosa como siempre, monasterio que no hemos llegado a visitar en nuestras anteriores venidas a la ciudad. Se remonta al s. XII y fue fundado por Alfonso VIII y Leonor de Aquitania, su esposa, para acoger a monjas que pudieran ejercer las mismas responsabilidades que los monjes, de hecho la abadesa llevaba báculo, hasta que con la desamortización perdieron sus privilegios. La visita es guiada y el grupo, poco numeroso. Hace frío y viento a pesar del sol y nos refugiamos en su interior con gusto.


 






 

El lugar es imponente y la guía, tras ofrecernos su explicación histórico-artística a la entrada, nos deja solos para que hagamos el recorrido a nuestro aire. Asun, que lo conoce bien, nos va indicando en qué fijarnos. Penetramos en la iglesia de gótico cisterciense por el transepto, curiosa manera. De hecho la nave no se ve en plenitud debido a las dos sillerías de coro que la ocupan, separadas por una pared para proteger a las monjas de clausura. Ni podemos acercarnos, ni tampoco hacer fotos. Una tontería, porque ahora todo está en las redes. La tumba del infante de la Cerda es magnífica, de piedra policromada, y sin saquear, lo que permitió obtener las ropas originales de la mortaja, que se exhiben en el museo de telas medievales que se visita al final. Al ser panteón real hay infinidad de tumbas, a cual más historiada. Las arquerías góticas se combinan con otras de medio punto, romámicas, o con arcos lobulados mudéjares bajo bóvedas decoradas al estilo andalusí. El retablo renacentista es muy bello. 


 

 

 

 

 

 

Y casi sin darnos cuenta salimos  al claustrillo, románico de columnas pareadas, de una sencillez que atrapa, como para quedarse un rato leyendo acompañado del silencio. A él se abre la enorme sala capitular donde luce el báculo que otorgaba el poder a la abadesa, con sus potentes columnas, y el refectorio. Aquí ya se permiten las fotos. Y está también el claustro gótico, de corredor ojival, casi aéreo. El museo de telas, al final, tenuemente iluminado para preservarlas, permite imaginar cómo vestían los nobles de la época, con diseños que a veces me resultan atrevidos por su corte, modernísimos por su texturas, colores y la combinación de los mismos. Fuera nos aguarda el solito y nos encaminamos a casa de nuestros anfitriones.











 

Jesús se ha esmerado, y nos tiene una comida espléndida: ensaladilla rusa y pollo al ajillo, regado con un buen tinto. La conversación es fluida y saltamos de un tema a otro, no en balde vivimos muchos años juntos en Tudela, del pasado al presente, de la política a los hijos y nietos o a la pedagogía, que siempre les preocupó, o a la problemática de la migración, en la que Asun colabora muy activamente en la oenegé Entre Pueblos. Sigue habiendo una sintonía total. Tras la siesta llegan los dos hijos que viven en Burgos, Pablo y Fernando, con sus mujeres, Marta y Laura, y sus criaturas, y echamos de menos a David. Me enternece pensar que los he visto nacer, que los he paseado y jugado con ellos, y que ahora están ya trabajando en la medicina y en el departamento de imagen de la Universidad de Burgos. Lógicamente el tema del covid dichoso sale a relucir. La burbuja familiar nos permite interactuar procurando mantener la distancia. Las anécdotas se multiplican.


Cuando se deshace el núcleo familiar, salimos a dar una vuelta por el centro de Burgos. Hace un vientecillo frío. Vamos provistos de las preceptivas mascarillas, como todo el mundo. Inevitablemente acabamos dando la vuelta a la catedral cuyas agujas, en las que el sol se ha enredado a esta hora, comienzan a dorarse, como si la piedra se hubiera tramutado en pan de oro. Hay poca gente por la calle y Asun, que es buena conocedora de su ciudad, nos lleva al "Morito", un local de dos plantas, a tope por ser domingo, pero con la distancia suficiente entre las mesas. Los huevos rotos  y las setas con gulas y jamón están espectaculares , pero el cuerpo no va dando para más y regresamos a su casa. 


Mientras nos dan las instrucciones pertinentes para alojarnos en su casita asturiana, me voy quedando traspuesto, señal inequívoca del cansancio y de la necesidad de descanso. Como el barrio es muy tranquilo, seguro que podremos hacerlo a pierna suelta. 

José Manuel Mora.

Comentarios

Antonio Diez ha dicho que…
Bonito, también este recuerdo literaturizado es hermoso. El Morito, además de un espacio recreativo y de tapas, es un reloj, que aun anda (me parece) y que tiene toda una tradición. Ya hablaremos de ello. Un abrazote.
Unknown ha dicho que…
Me trae muchos recuerdos, pues este viaje lo realizamos en compañía de mis padres en el cual visitamos una de las tantas bodegas que tiene esa tierra, sabíamos que a mi padre le gustaría mucho. Que suerte el seguir compartiendo vivencias con antiguos alumnos.