Asturias en un verano vírico. Valle de Cabuérniga. VI.

 Valle de Cabuérniga y alrededores.

Desayuno casero: café recién hecho, tostadas con aceite y mermelada. On the road, hacia Unquera, donde descubrimos una cadena de gasolineras con la gasofa a 1'07€. Lleno y por la Ca-181 vamos hacia el Valle de Cabuérniga. Tiene para mí ecos tudelanos, puesto que una de nuestras últimas juntadas, todavía en tiendas de campaña con todos los críos, fue en esa zona, aunque yo no recuerde nada si no es mirando fotos. Jesús me lo puso de manifiesto en Burgos. El paisaje se va levantando de forma suave, mullida de verde tierno todavía, con vacas, caballos y pueblitos arrebujados en el fondo de los valles. De repente hay un cartel que indica Cueva del Soplao. Y, aunque no estaba previsto en la programación, nos desviamos por una carreteruca estrecha que va ascendiendo por curvas imposibles. No nos cruzamos con nadie, pero al llegar hay que ir al segundo aparcamiento porque el primero está lleno. La panorámica desde lo alto es magnífica y el conjunto de taquillas, bar, etc. responde a los estándares más modernos y con todas las medidas de seguridad. 


 

 

 

 

 

 

 


 







Entraar en una cueva con un montón de gente y en un espacio cerrado me da cierto reparo. Mi sobrino Julio me dijo que cuando la visitó con sus hijos le pareció espectacular. En la taquilla se explican todas las medidas de seguridad y al final nos decidimos a entrar. El tique cuesta 10€ y hay que esperar al turno de las doce. Se trata de bajar hasta lo hondo de la gruta en un tren minero adaptado al turismo. El nombre de la cueva, "soplao", hace referencia al aire que entra en una galería procedente de otra con menos oxígeno. Fue descubierta por unos mineros en 1908 de forma accidental y respetaron su interior, lo que hace que su conservación sea espléndida. Son 20 kms de galerías de las  que sólo se recorren las más accesibles. El trenecito es de juguete y las vías descienden hacia lo profundo de la tierra. El grupo es numeroso, una veintena de personas enmascaradas que guardan la distancia de seguridad mientras hacen el recorrido. La guía, muy amena, nos pide que no toquemos ninguna superficie y nos informa de que las fotos están prohibidas. Una tontería, puesto que en la página web hay infinidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Conforme nos adentramos vemos restos de arquología industrial y la iluminación, muy bien colocada, se va encendiendo a nuestro paso. La sorpresa es mayúscula, por la amplitud de la cavidad, por las formas geológicas, las famosas estalactitas excéntricas, de las que no había oído hablar, y de las que nos explican su formación. En la "sala de los fantasmas", las formas se reflejan en el agua dormida, lo que da profundidad al conjunto. Un kilómetro más allá llegamos a "la catedral", donde suena la música de Les enfants du choeur, tan emocionante como la Barcarola de la cueva del Drac. Hay un silencio emocionado. No notamos los 13º de temperatura ni el 90% de humedad relativa. El espacio "escénico" ha logrado que nos olvidemos de la pandemia exterior. Estamos maravillados. 













A la salida seguimos nuestro camino hacia Carmona (Cantabria). Está considerado un Conjunto Histórico Artístico por el cuidado que han puesto en la restauración de las casas del pueblito: maderas barnizadas, piedras limpias de cantería, balconadas llenas de flores, y sobre todo una tranquilidad que no asociamos al desastre que vivimos, sino que lo vemos como el ambiente que debe de reinar habitualmente en un lugar tan apartado. Comemos en la Casona, así la llaman, una casa con encanto y una terraza con parasoles donde casi no hay nadie. El solomillo al carbón y la jarreta de cerdo en salsa están exquisitas. La copa de Ribera, también. Como no hay competencia, el sitio no es barato, pero nos da igual. El rato ha sido reparador. No hay nadie en sus callejas. ¿La famosa España "vaciada"?

Una cabezada contra la piedra y un café y podemos seguir hacia el centro de la comarca, a Bárcena Mayor, cuyo nombre lleva a pensar que existe una "Menor". De repente un ensanche en la carretera permite la parada para asomarse a un auténtico mirador desde el que se ve sestear al pueblito. Parece una postal para atraer al turismo rural. Como el hecho de ver junto a nosotros una manada de caballos que, sin ser salvajes, dan una estampa de naturaleza en libertad.


















 

Dicen que Bárcena es uno de los pueblos más bonitos de España, también Conjunto Histórico Artístico desde 1979. En ese lugar, alejado de todo, vemos una patrulla de la Guardia Civil realizando los trámites necesarios por la defunción de un vejete en la soledad de su casa. Cuatro vecinos comentan el hecho. La autenticidad del lugar viene marcada por el contraste entre las casas que han sido restauradas y las, que por no estarlo, dan una sensación mayor de autenticidad, a pesar de la decrepitud de lo que en su momento albergaría una familia y que hoy parece a punto de caerse. Hay algún cartel de "se vende". Los antiguos "urbanitas" que quieren reciclarse en "campesinos", tienen ahora su oportunidad. Dos o tres grupos poco numerosos de turistas van callejeando buscando la sombra en el momento de mayor resol. Algún barecillo permite sentarse en el exterior a tomar otro café. 












Para regresar lo hacemos por otra carretera, hacia Cabezón de la Sal. Asun nos ha recomendado visitar un bosque de secuoyas. Yo creía que estos árboles se encontraban sólo en Norteamérica, y sin embargo hay aquí un conjunto de ellas plantado por un indiano con ánimo de explotación maderera. Cuando quisieron estar crecidas, la madera ya no interesaba. Y ahí siguen. A esta hora del atardecer el lugar resulta casi catedralicio por la altura de sus copas, algunas de hasta 36 metros, por el grosor de sus troncos y la luz que acuchilla el espacio entre ellas, como filtrada por un rosetón invisible. Hay muy poca gente visitándolo y, tal vez por lo dicho, la gente habla en susurros para no romper el encanto. De repente escucho el sonido de un arpa. En medio del boscaje hay una muchacha que interpreta el tema Lara, del Dr. Zhivago. Parece una "elfa" del bosque.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El regreso hacia Colombres, con el sol en los ojos, vuelve a ser matador,  todo con el cansancio acumulado. Y al llegar a casa, bitácora, fotos, una pequeña merienda y algo de lectura. Mañana toca montañismo. 


José Manuel Mora.

 

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