Cabalgar toda la noche, de Carlota Gurt

 Difícil ser cuentista.

Cada vez me resulta más claro que estos comentarios debo hacerlos "en caliente", porque de otro modo la impresión inicial, que creo que es la que cuenta, se me diluye entre otro montón de incentivos que esperan que les dedique un rato. Esta vez sí se trata de una absoluta novedad. No recuerdo quién me la sugirió. Me gusta citar mis fuentes. GURT, CARLOTA. Cabalgar toda la noche. Barcelona: Navona Editorial, 2020. Traducción del catalán (Cavalcarem tota la nit), Carlos Mayor, al que se le escapan algunos catalanismos ("Me he pasado de veintitrés", pág. 113); 187 págs. La obra ha ganado el 22º Premio Mercè Rodoreda de relatos (2019), y he de confesar que me ha podido la desidia y lo he leído en castellano, aunque creo que mi competencia en catalán me hubiera permitido leer el original. ¡Qué le voy a hacer! Una curiosidad física de este libro, cuya casa editorial desconocía: tras la severa página de respeto en negro mate, sobria y elegante, uno espera ver tras la portada la página de los créditos. Pues bien, no es así en este caso. La información legal va al final, tras el texto de Rilke que da título al volumen, los agradecimientos y el índice. Muy original.

 

Gurt (Barcelona, 1976) es una rara avis en el mundo de las letras. Se ha dedicado durante diez años a la traducción del alemán al catalán, que es en lo que se especializó universitariamente, aunque antes había formado parte de la troupe de los "fureros", de la Fura dels Baus, y había trabajado en el festival teatral Temporada Alta como ayudante de dirección y en puestos de producción, puesto que también es licenciada en Humanidades y Empresariales. Con tres hijos a cuestas saca tiempo para seguir leyendo, traduciendo y escribiendo. Este título constituye su bebut literario. Se trata de un conjunto de doce relatos, ninguno demasiado extenso y un epílogo. Ya he comentado en otra entrada de este blog la dificultad que la narración breve comporta, al obligar a la escritora a seleccionar una instantánea y concentrarse en ella, atendiendo a lo fundamental, lo que requiere una enorme capacidad de observación, de selcción de lo importante, de síntesis, y de intensidad a la hora de presentar lo esencial de la historia, sin posibilidad de excursos ni distracciones.
 

 

En el caso del primero de ellos, Las compuertas, contado desde la óptica del varón en una especie de monólogo interior, todo se centra en la tensión incandescente entre él y una ingeniera alemana encargada de levantar una presa, quien lo invita a visitar el estado de la obra. El objetivo de él es distinto. "Aquella giganta rubia, con el pelo recogido en lo alto para dejar al descubierto un cuello de filigrana blanca, ambrosía para vampiros" (pág. 13). Algunas de las expresiones que usa lo definen: "Y yo con los zapatos nuevos. Mecagüen." (pág. 19). En La bóveda que los cubría el punto de vista es más neutro, una tercera persona que cuenta la aventura impensada de una pareja que se adentra a explorar una cueva. Todo se va volviendo un ambiente de pesadilla que por momentos me ha recordado al No se culpe a nadie, de Cortázar. Los hallazgos expresivos son fulgurantes. "Desnudos en mitad de aquella niebla de luz" (pág. 33). En Cyrano, oh paradoja, el protagonista no tiene nariz y cuando se coloca el casco dice; "la moto es mi corcel de libertad" (pág. 39). ¡Qué difícil así encontrar un alma gemela! Y sin embargo... El verano eterno vuelve a ser la confrontación entre realidad y deseo de una mujer que bucea en una piscina de plástico ante los ojos deseosos de un vecino. "La realidad es un estorbo que nunca se parece al paraíso que tengo en la cabeza" (pág. 64). El siguiente, Bestias carnívoras, me ha recordado a Jauría, comentado aquí hace poco. Cinco tíos, por llamarlos de algún modo, deciden bajar al pueblo a ligar. La escritora los describe de un plumazo: "Y todos aullaron al unísono" (pág. 74). La perspectiva pasa de los agresores a la agredida, con lo que se completa el terrible díptico. La obsesión enfermiza lleva a una mujer, en La tierra no me acuna, a querer nadar sin fin. "Hacer callar al cuerpo, hacer callar la cabeza. Nadar y punto" (pág. 82). Ello tendrá consecuencias desastrosas. "El mar que llevo dentro se me desborda entre las pestañas" (pág. 90). El día de la liberación es el más surrealista de todos. Una vieja cansada de vivir que pretende difuminarse. Lo soprendente es el modo. No diré más. Hay que ser muy certera, y Gurt lo es, para que el registro elegido sirva para caracterizar perfectamente a un personaje. Eso pasa en Un mundo sin balanzas. La protagonista tiene una fijación especial en el peso de las cosas. Al ser eso lo que le interesa, juzga con severidad a los que no están en su órbita. "A ellos lo que pesen se la trae floja" (pág. 103). Y, cuando la abandona su marido, "mi platillo se cayó del todo y ahora vivo a ras de suelo, sin sobresaltos" (pág 106). Algo que sucede también en A por todas, donde la óptica infantil de la niña de nueve años que descubre un terrible secreto de los adultos está perfectamente captada. Cada personaje tiene su aquel. En Un agujero muy profundo es el viejo viudo que no sabe qué hacer con su vida ahora que ya no tiene la posibilidad de "cogerle la mano de seda sin planchar" (pág. 135) a su mujer,  quien centra todo su interés en cortar una vieja higuera del jardín. Y ésta "cruje, rechina, gruñe, gime" (pág. 140). Y él no se da por vencido. El dominio de la variedad de registros se vuelve a poner de manifiesto en Como si fueras inmortal, donde es el argot de los fumetas el que se utiliza con soltura: "Al menos deja que se me baje el globo" (pág. 145), en un ambiente en el que la juventud proporciona sensación de inmortalidad. Segundos hechos a nuestra medida, el último, es de nuevo la realización de una acción que se acaba convirtiendo en un imposible, llevar una caja a casa. Tan imposible como volver el tiempo atrás. El epílogo  abstracto debe de haber surgido del texto final de Rilke. Primero fue el caballo. Luego vino la escafandra. Y se compone como una dualidad de realidad cotidiana y frustrante y el ensueño de pesadilla donde los caballos son elemento esencial frente a la presencia retadora del mar. Aquí da la autora rienda suelta a un verbo casi poético, surrealista en muchas ocasiones, plagado de imágenes bellísimas que sugieren, pero que dejan la puerta abierta a la interpretación del lector. Como debe ser. El desasosiego tinta todos los cuentos de un modo u otro. Los personajes se mueven todo el tiempo al borde de abismos que muchas veces se crean ellos mismos. No es literatura acomodaticia, requiere entrar en el juego. Chaque un à son tour.

 

José Manuel Mora.   

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