El asedio de Troya, de Theodor Kallifatides

Las guerras...

Cuando se vuelve sobre un autor es porque el anterior título dejó buen sabor de boca. No recuerdo que nadie me haya recomendado el que voy a reseñar. Debió de ser el comentario de Otra vida por vivir, del mismo autor, ya colgado aquí, y el hecho de que la contracubierta me informara de que el libro era, de algún modo, una recreación de la guerra de Troya. Dado que entre mis carencias está el no haber leído a Homero, tan sólo algunos fragmentos de la Odisea en las antologías de bachillerato, pero no de la Ilíada, decidí llevármelo. KALLIFATIDES, THEODOR. El asedio de Troya. Barcelona: Ed. Galaxia Gutenberg, 2020; trad. Neila García, ajustadísima, limpia; 171 págs. He de reconocer que el carmesí de sus páginas de respeto de esta casa editorial, tan cuidadosa en sus presentaciones, siempre me atrae y hace que el libro me resulte más apetecible. Por no hablar del fastuoso Twombly de la cubierta.

Como ya dije en la anterior reseña, el escritor es un griego un poco "raro" (Molaoi, Grecia, 1938), puesto que, a pesar del apego que solemos tener los mediterráneos por nuestra tierra y nuestro mar, se exilió a Suecia con 26 años y allí ha hecho su vida y su escritura en un idioma que no es el suyo, el sueco. Profesor en la Universidad de Estocolmo, ha escrito teatro, poemas, novelas y libros de ensayo sobre viajes, además de guiones cinematográficos y ha traducido a algunos grandes de uno a otro idioma. A pesar de los años que lleva viviendo allí y de haber formado una familia, se sigue sintiendo extranjero en Suecia y un extraño cuando viaja a su propio país. Con 82 años, cuando ya pensaba que la citada más arriba sería su última publicación, el señor vuelve con un nuevo título que, cómo no, lo devuelva a Grecia, aunque a través de la literatura y de los recuerdos, aunque retoma el sueco como vehículo literario. Veamos.


 La historia arranca en 1945, a finales de la ocupación de Grecia por los alemanes. Una joven maestra comienza a contar la terrible batalla entre aqueos y troyanos frente a las murallas de Ilión que ya cantó Homero, como modo de entretener y apaciguar los miedos de su alumnado ante los bomabardeos aliados, que se suceden cada vez con más frecuencia. El narrador, de quince años, confiesa de entrada: "estaba enamorado de mi profesora" (pág. 7). Y en cada capítulo se va alternando la voz del muchacho, que cuenta los horrores de la ocupación nazi, y la de la señorita, que narra de memoria la vieja y mítica historia de la guerra provocada por el rapto de Helena a manos de Paris. Y van apareciendo los personajes de los que naturalmente había oído o leído, pero integrados en el inacabable conflicto frente a la ciudad de las "bellas murallas": Agamenón y Menelao, Patroclo y su incondicional amigo Aquiles, Héctor y su viejo padre, Príamo... Hay adjetivación homérica, casi lexicalizada, como la expresión "las naves de cóncavas proas" (109), donde se refugian los griegos, pero en otras ocasiones es la voz de Kallifatides la que parece escuchar el eco de la epopeya para levantar sus frases en boca del chico o de la maestra: "De voz profunda y suave como la miel" (pág. 21), "era una noche apacible, sin viento, sin olas" (pág. 113), o bien, "era una noche apacible, y el aire olía a tomillo, orégano y ouzo  (pág. 60), tan reconocible para quienes somos mediterráneos.
 
 
Y los combates se suceden en la costa turca y en el pueblecito griego, con la represión brutal de los ocupantes, tan temible como los enfrentamientos homéricos: "las altas llamas se alzaban como velas" (pág. 86), o bien, "Héctor [...] sacudía a los aqueos igual que una antorcha encendida sacude la oscuridad" (pág. 110). La descripción de los ataques y contraataques posee enorme fuerza, y lo que leemos como una escena de una película tipo peplum, rodada con muchos extras, pronto empieza a convertirse en algo distinto: "El aire se llenó de ruido. Metal contra metal, hombre contra hombre, vida contra vida" (pág. 121). Y como suele ocurrir, "aquello ya no era un combate, sino una masacre" (pág. 123). El alegato antibelicista es total y afecta a la crueldad sin medida de los alemanes, pero también al héroe giego, Aquiles, quien, roto de dolor por la muerte de su amigo Patroclo, entra a degüello entre las tropas troyanas, mata a Héctor y lo arrastra con su carro dispuesto a echar el cadáver a los perros. Y Dimitra, la amiga y compañera de escuela del narrador, se espeluzna ante la conducta del aqueo: "¡Ese Aquiles es como los alemanes!¿Cómo se puede sacrificar a gente inocente por venganza?" (pág. 137). El círculo se ha cerrado. 
 

No desvelaré el final, aunque en parte se sepa, pero al no conocer el original homérico, aún he tenido espacio para la sorpresa. Las mujeres son el reposo del guerrero y son también quienes sufren violencia cuando pierden a los suyos, además de llorar a esposos, hijos o padre muertos en las batallas. Y el llanto de Andrómaca por su esposo Héctor ha tenido para mí ecos muy hispanos: era como estar escuchando el planto de Pleberio en La Celestina. "La pena no tiene patria ni fronteras [...] ese era el fruto de la guerra" (pág. 157). La crítica al belicismo de unos y otros es concluyente para Kallifatifdes: "Todo esto a Homero le daba igual. Él quería hablar de una sola cosa: de que la guerra es fuente de lágrimas y de que en ella no hay vencedores". ¡Cómo no estar de acuerdo!...
 
José Manuel Mora.
 



Comentarios

Luz ha dicho que…
Gracias, José Manuel. Este nuevo acercamiento a la Ilíada de tu mano y de la de Kallifatifdes promete. Tomo nota.