Jauría, de Jordi Casanovas

 Inhumanos.

Muchos sentimientos encontrados. ¿Cómo no va a ser así, después de diez meses sin pisar un teatro? Pero la decisión de asistir era como un intento de reafirmación a favor de cosas que me han sido vitales durante muchos años. La cola para entrar ya indicaba el hambre de función que tiene la gente. Es cierto que el protocolo para acceder a la sala (toma de la temperatura, del nombre y del DNI de cada espectador) hacía que se retrasara todo, pero era llamativo ver tanta gente joven sin profesores alrededor, sobre todo chicas. Y no es de extrañar. La obra se había programado para abril y quedó suspendida por el estado de alarma. Además venía precedida de justa fama por el trabajo teatral y por el contexto social que la acompaña. Se trata de Jauría, un ficción dramática compuesta por Jordi Casanovas a partir de la transcripción de fragmentos de las declaraciones de la denunciante, los acusados, la fiscal, los abogados y los jueces que participaron en la causa que juzgó al grupo de cinco varones conocido como "la manada". La tarea del responsable del texto no ha sido la creación, sino la composición, el "montaje" de los fragmentos, sin alterar una coma de lo que en ellos se dice. Esta información se nos da en off antes de comenzar la representación.

 

El teatro documental tiene otras obras estrenadas con anterioridad. Yo no pude ver, porque a Alicante no llegó, la función Ruz-Bárcenas, que levantó en 2014 el Teatro del Barrio en coproducción con el Lliure. Una de las características de este tipo de teatro es su carácter netamente político. Tanto Alberto San Juan, responsable de ésta, como Miguel del Arco, director de la presente, son personas comprometidas con el teatro y con el afán trasformador que encierra cuando es verdadero y habla a los espectadores. Un par de trabajos suyos anteriores, La función por hacer (la vi en 2011) y El misántropo (2013) y sobre todo La violación de Lucrecia (2010), con la inmensa Espert llenando todo el escenario ella sola en un monólogo dificilísimo, me hacían doblemente atractiva la función. Sin embargo tenía mis reticencias, porque conociendo el tema me temía un mal rato. Y ha resultado paradójico porque, al sujetarse a las declaraciones judiciales, no hay más violencia que la de las palabras, que ya es bastante, sobre todo por la inconsciencia y la falta de tacto de los cinco maromos en sus afirmaciones. Pero al mismo tiempo la recreación de lo que ellos dicen ante nuestros ojos hace insoportable el acoso de cinco contra una. La brutalidad animal del grupo que intenta exculparse, alegando la voluntad de participar de la muchacha y la fragilidad de ésta ante la agresión verbal que presenciamos.

La inteligencia del director consiste en conseguir un dinamismo actoral y dramático a base de las continuas interrupciones entre ellos y la alternancia entre la versión que ellos dan y la que ella va desgranando con voz apenas audible entre sollozos, fallos de memoria, inseguridades... Los seis actores están en una escena desnuda, donde sólo hay seis sillas y al fondo del foro un cubículo como de entrada de portal. 


No hace falta más. La sorpresa viene cuando, en un giro de la representación, los acusados se convierten en togados que defienden o acusan a la denunciante. En una clara muestra de la diferencia del trato, ella se ve empujada a dar detalles de su intimidad a pesar de ser la parte agraviada, no sólo violada, sino filmada con el teléfono móvil que luego le roban. La "función" no está completa si no se sube a las redes para mostrarse como machos alfa, a la vez que se la denigra a ella y se la tacha de cómplice complacida. Y uno más, la actriz aparecerá como fiscal para acusar con la fuerza de sus argumentos  a los miembros del grupo, que ya participaron en una juerga semejante con anterioridad.


No quiero ni pensar lo que debe de suponer para María Hervás meterse en la piel de una mujer como ella, que va a ser sometida a semejante abuso. Por mucho distanciamiento interior que quiera poner es el centro de atención en toda la primera parte. ¿Cómo transmitir la emoción sin desbordarse, sin romperse durante la actuación? Imagino que la tarea de dirección la ha debido de ayudar bastante. Del mismo modo les habrá servido a ellos para componer cada uno de los personajes, perfectamente diferenciados, desde las actitudes corporales a las obsesiones verbales. Álex García, Franky Martín (el Prenda), Ignacio Mateos (quien le va dando palique), Raúl Prieto (el que parece pasar de todo) y Martiño Rivas, el único al que identifico por recordarlo en Los girasoles ciegos, y que aquí hace de guardia civil. Las transiciones desde la chulería que proporciona la pertenencia al grupo, a la inquietud por lo que se les puede venir encima son magníficas. No son personajes de una pieza, aunque brille en ellos su falta de empatía ante el desvalimiento de ella, del que se aprovechan.


Una última cosa. En un interrogatorio uno puede decir  lo que no es, o tan sólo lo que recuerda, y en ese sentido el director de la obra y quien la ha escrito, aunque saben muy bien a favor de quién están, plantean el asunto con toda su complejidad. La muchacha duda, no sabe, no reacciona, quiere que todo pase, se obsesiona con su móvil como tabla de salvación... y a pesar de las lagunas de su relato el grito del exterior, el famoso "yo sí te creo", hace que el espectador no albergue ninguna duda sobre la culpabilidad de un grupo de hombres convertidos en manada depredadora que ha perdido cualquier vestigio de humanidad. El público acabó puesto en pie, y ellos supongo que conmovidos ante el lleno del teatro y la respuesta de una platea entregada. Para mí esto ha sido volver a la normalidad. Espero que no tenga consecuencias.

José Manuel Mora. 






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