Todavía válida.
Para iniciar este esbozo de crítica hay que hacer casi arqueología. Aunque Netflix la acaba de colgar en su plataforma, los no avisados deben saber que la historia tien más de cincuenta años. Inicialmente fue una obra de teatro escrita por Mart Crowley en 1968, The Boys in the Band, estrenada en el circuito alternativo del off Broadway, aunque el autor trabajó en ella con anterioridad casi una década. Aún no se habían producido las manifestaciones de Stonewall (1969), que originaron el movimiento del activismo reivindicativo gay. Yo tuve la oportunidad de ver la adaptación que J. Azpilicueta hizo para su estreno en Madrid en 1975. A mis 27 años era la primera vez que veía tratado el tema con aquel desparpajo, y con "el que te dije" todavía con vida, y sus secuaces ejerciendo la represión absoluta de todas las libertades, la libertad de opción sexual, también, que se trataba mediante la ley de "vagos y maleantes" que te podía hacer dormir en la trena. La obra entonces me pareció muy "fuerte" y poco esperanzadora, daba la impresión de no haber salida para todos aquellos seres humanos que, pretendiendo ser gais, "alegres", en la traducción del francés medieval, eran tan terriblemente tristes. El propio Joe Mantello, que se responsabiliza de la versión actual, la reestrenó en su cincuenta aniversario, en 2018. La primera versión fílmica se debe a William Friedkin y es de 1970. Esta vendría a ser un remake de la citada, producida por Ryan Murphy.
Los protagonistas de la peli son todos homosexuales conocidos en el mundillo jolivudense actual, lo que supongo les da mayor libertad a la hora de actuar sin tener que escudarse en las exigencias de guión. Jim Parsons, a quien sólo había visto en Hidden Figures (2016) y en la serie Hollywood, borda aquí el papel de "anfitrióna malvada", corroído por la envidia y el miedo a la calvicie incipiente, además de ser tan infeliz por pertenecer a un club al que nunca desearía haberse apuntado. Su oponente y antiguo amante, Zachary Quinto, está espléndido, como quien viene de vuelta de todo y se puede permitir ser cruel con sus amigos. Cada uno a su estilo. Los demás llevan cada uno su etiqueta: el promiscuo, novio del representante de la fidelidad; el intelectual que lo ve todo como desde la barrera, analizando lo que ocurre a su alrededor; el afroamericano humilde enamorado del señorito blanco a quien nuca se atrevió a decirle nada; Robin de Jesús, la "locaza" que no se corta un pelo; el oficialmente heterosexual casado... El baile en fila que se marcan en la terraza es impagable, al menos para alguien como yo, que lo intentaba en los guateques sesenteros con toda mi pandilla.
El juego del teléfono acaba poniendo a cada uno en su sitio. Al final, aparte de la coerción social, cada uno tiene que enfrentarse a quien de verdad es. En los setenta la población gay no tenía referentes fílmicos en los que mirarse, a no ser los estereotipos, carne de ridículo y mofa. Hoy en día las series y las películas ofrecen un amplio surtido de personajes con esta opción vital y no todos son igual de infelices. Ahora cada quien deberá luchar por construir su vida desde lo más profundo de sí mismo.
José Manuel Mora.
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