Un amor, de Sara Mesa.

 Soledad desolada.

A veces hay un rumor que se va extendiendo en los medios "culturetas" del país y de repente, sin recordar la recomendación o la reseña elogiosa, uno se encuentra con la necesidad de comprar un libro. Hay otra cosa que va cambiando de un tiempo a esta parte: De los 283 libros reseñados en este blog a lo largo de una docena de años, tan sólo una cincuentena están escritos por mujeres. Sin embargo es curioso que, sin proponérmelo, los tres últimos estén escritos por féminas. Supongo que últimamente abundan más en las mesas de novedades porque cada vez hay más que escriben, y también porque son mujeres aquellas de las que me fío cuando me recomiendan algo. Siempre fueron ellas más lectoras que nosotros. Así pues allá va; MESA, SARA. Un amor. Barcelona: Editorial Anagrama, 2020, de 185 págs. También la ilustración de la cubierta es de una mujer, Gertrude Abercrombie. Molt adient, que decimos en valencià.


La autora (Madrid, 1976) reside en Sevilla, donde estudió periodismo, profesión que también ejerce, y Filología Hispánica, y hace tiempo, desde 2008, que escribe cuentos (Mala letra, 2016) y novelas que han sido reconocidos por la crítica y también multipremiados (Cicatriz, de 2015, fue Premio Ojo Crítico de Narrativa), aunque ésta sea la primera que leo de ella. También ha sido traducida a una decena de idiomas. Y con toda esta información me sumerjo en la lectura, una lectura que se me va volviendo inquietante por momentos. Diré por qué.


Una muchacha, Nat, que se dedica a la traducción, llega a una aldea, La Escapa, cerrada en sí misma, aislada, pretendiendo alejarse de su vida anterior, tal vez encontrar la tranquilidad que se ha perdido en las ciudades. La casa alquilada, pobretona y llena de goteras, no le permite acabar de sentirse a gusto. Lo inquietante aparece pronto; la descripción del casero hace que salten las alarmas del lector. "Tiene los labios finos, los ojos hundidos" (pág. 10). No se puede ser más escueta. Sin embargo, tras el primer encuentro, la frase que le lanza él parece un aviso, una amenaza: "mejor llevarse bien que mal" (pág. 13); además, "está harto de las mujeres"(pág. 35). Pronto aparece un vecino, Píter, al que apodan el Hippie y que "le dice que el casero no es un buen tipo" (pág. 18). Eso, unido a la manía de aquél de presentarse en la casa sin avisar, sin llamar y con malos modos crecientes, hace que la muchacha se sienta cada vez más incómoda ante él y que no sea capaz de plantarle cara, pero "se niega a rendirse" (pág. 29). Píter se ofrecerá como compañero leal. "Estar aislada no es tan sencillo, es bueno tener un amigo" (pág. 38) y sus consejos parecen estar basados en "la voz de la experiencia, por ser hombre, por ser mayor" (pág. 47). Sin embargo es el personaje de Andreas el alemán, el que dará un giro a la historia. 


Frente al entorno de otros vecinos de aparente normalidad, un matrimonio de ancianos, una familia que llega los fines de semana, se va descubriendo en ella una voz obsesiva, porque aunque escrita en tercera persona, a veces se tiene la impresión de asistir a un monólogo interior: "El casero le mira los pechos [...] para desestabilizarla, piensa" (pág. 61); "¿No le bastan los hechos? [...] ¿Por qué necesita interpretarlo todo?" (pág. 102). La cursiva es mía. Y a pesar de esa voz interior, la narración se estructura muchas veces sobre diálogos muy teatrales, sobre los que ella acaba reflexionando. Y esos diálogos, más que servir para que los personajes se conozcan y se comuniquen, provocan siempre en unos y otros la insatisfacción por no haberlo conseguido. Todo está lleno de sobreentendidos, de palabras que no acaban de expresar lo que ella desea decir ni lo que desea escuchar, lo que produce un angustioso repliegue sobre sí misma, y aumenta su desvalimiento ante una tensión creciente a su alrededor. El único arma de que dispone es su sexo y la utiliza, lo que crea también malestar íntimo. La atmósfera se va cargando y uno piensa que puede pasar de todo. La lectura no es amable. Sin embargo hay estallidos metafóricos muy hermosos: "El agua arrastra por su garganta el veneno de la desconfianza" (pág. 120); o bien, "los celos, ese insistente monstruo de ojos verdes" (pág. 136). El estilo de Mesa es a pesar de todo de una enorme contención y sobriedad expresiva. Una historia dura, contada desde los ojos de una mujer en la que ni ella ni los que la rodean salen bien parados. Creo que seguiré a esta autora. Si nos vuelven a confinar, puede ser una buena lectura para los catorce días.

José Manuel Mora. 

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