Verano del 85, de François Ozon

 Reconstrucción.

A pesar de mi interés por ver las pelis en V.O.S., cosa que he hecho siempre que he podido como manera de acercarme todo lo posible a los actores, la maldita pandemia está cambiando esa costumbre mía, puesto que las sesiones en que se pasan las versiones originales son a media tarde y con mayor afluencia de público, lo que no deja de inquietarme. Prefiero ir a primera hora y encontrar la sala casi vacía. Esta tarde éramos tres. Esta vez se trata del estreno de un director al que ya conozco, François Ozon (París, 1967), y de una peli que viene con buenas referencias críticas, Verano del 85, título que me ha traído a la cabeza otro semejante y mítico para mí, visto en Burdeos con veintipocos años, Un été 42, dirigida por Robert Mulligan en 1971. La salida de la adolescencia, con toda la serie de conflictos entre lo que se es y lo que se desea, entre los sueños y la realidad parece que son elementos en común, aunque tratados con ópticas diferentes, al ser el objeto amoroso distinto en cada caso. El doblaje me ha parecido bastante insufrible. Dommage

El director reconoce que se trata de un guión que ha escrito a partir de una versión libérrima de la novela Dance on my Grave, de Aidan Chambers, afamado escritor de literatura infantil y juvenil, especialmente de cuentos, cuyo título parece que dejó huella imborrable en el director. Ambientada en la costa normanda durante los años 80 (con la extrañeza de la ausencia de móviles y pantallitas, con una máquina de escribir), cuando el director se hizo consciente de su homosexualidad, presenciamos el encuentro entre dos jóvenes, charlas interminables, bromas compartidas, colegueo que va dejando paso a un primer enamoramiento del más joven, en el que el mayor, tampoco tanto, una año más, es el que lleva la inicativa y marca el tempo, ritos de compromiso con un aire entre Verlaine y Rimbaud, a quienes se cita a través de un poema. Y la imposibilidad de la posesión absoluta del otro, tan propia de la edad, con los celos inherentes, eso que mi alumnado adolescente siempre ha creído de forma literal, "amor mío", como propiedad, incapaces de reconocer que a las personas no se las puede poseer. Y la muerte sobrevolándolo todo. La música ocupa aquí un papel importante como banda sonora de una época que yo ya no viví musicalmente, In Between Days, de la banda The Cure, o el tema Sailing, de Rod Stewart, que tiene un espacio importante en la cinta, con el cambio sucedido una vez que el tiempo y los hechos han transcurrido. También la fotografía de Hichame Alaouié, muy ochentera, como la ambientación, cosa que se consigue al estar rodada en super 16. Y en medio de todo ello, temas recurrentes en el cine de Ozon, como la relación del chico con su profesor de literatura (En la casa ), el hedonismo del verano que acaba pasando factura, y la necesidad de elaborar la experiencia, inefable por terrible, mediante la escritura, como forma de exorcismo. Y el personaje femenino como catalizador.

Alexis, Félix Lefebvre, actor al que no conocía, da vida  al más inmaduro de los dos, con bastante verosimilitud, sin amaneramiento alguno. David, Benjamin Voisin, es el experimentado. Entre ambos existe la confrontación entre el idealismo del joven, con su interés teórico por la muerte, y el mayor, conocedor de la realidad, que ha tenido que enfrentarse a la pérdida de su padre. El círculo lo cierran el comprensivo profesor,  Melvil Poupaud, y la madre tolerante , Valeria Bruni Tedeshi, en un papel algo ñoño, feliz ante la felicidad de su hijo. Todos están dirigidos con soltura y cada uno parece tener su momento, rodando las escenas apasionadas entre ellos con enorme naturalidad sin ser gays, como confiesa el director.

En esa época, luminosa, en la que el sida no existía y todo parecía desarrollarse como en un principio de libertad en la que no había que dar demasiadas explicaciones, porque todo se veía natural, el baile en la discoteca se me antoja ahora, en estos tiempos de restricciones por la pandemia, algo de otra época, imposible ya, si no queremos llegar al desastre más absoluto. Al final el amor no es la encarnación de nuestro ideal, sino la constatación de la radical alteridad de la persona de la que nos enamoramos, con sus limitaciones, sus obsesiones, sus anhelos, que no tienen por qué coincidir con los nuestros. Esa constatación es parte de la maduración de cada uno. Y mientras, vivimos la pasión como inacabable, aunque nos aboque a la destrucción. Me ha dejado muy buen sabor de boca.

 

José Manuel Mora.

 



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