Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen

Corrupción.

Llegar a las 1000 entradas en este blog supone un largo recorrido, de tiempo y de "trabajo" por mantenerlo vivo. Lo que empezó como una herramienta educativa para el alumnado del Módulo de Biblioteconomía fue ampliando su campo de acción hasta convertirse en un cajón "desastre", que a mí me sirve de memorabilia, de intento de no perder vivencias, sensaciones, opiniones propias sobre lo leído o visto. Que haya superado además las 500.000 visitas desde 2008, cuando se creó, quiere decir que no sólo me sirve a mí, sino que hay gente a la que le puede valer como orientación en esta silva de varia lección que es la vida. Y así, paso a comentar una miniserie que ha sido muy polémica desde su anuncio y más desde su estreno en el Festival de San Sebastián. Antidisturbios es cine en forma seriada, de seis capítulos, creada por Isabel Peña, colaboradora habitual de Rodrigo Sorogoyen y dirigida también por este último. Ambos son a la vez coguionistas. Está colgada en la plataforma de Movistar y es relativamente reciente, puesto que se estrenó hace un mes.

Y aunque las series de policías no son de mis preferidas, como se puede deducir de las sonoras ausencias en este blog, a pesar del éxito que han ido cosechando, sí sabía que esta la acabaría viendo, porque he seguido la pista a su director y siempre sus cintas me han acabado conmocionando por los temas que denuncia y por la manera de tratarlos, sin concesiones y con la brutalidad necesaria pero no gratuita. Que Dios nos perdone (2016), y El Reino (2018) son firme exponente de su modo de hacer. Estaba claro que el método que emplearía sería coherente con sus trabajos anteriores, aunque adelanto que la adrenalina que es capaz de producir en el espectador, y supongo que en sus actores, según actúan, alcanza cotas insuperables. Si en la última citada el tema era la corrupción, en ésta el asunto es más delicado: el cuerpo de policía, con sus Unidades de Intervención Policial (UIP) y sus actuaciones, no siempre bien medidas, dada la presión a la que se ven sometidos y a la carencia de medios en alguna ocasión, a lo que se añade órdenes irresponsables por incomprensibles, aunque luego no lo sean tanto. Lógicamente los sindicatos policiales han criticado duramente la peli porque la ven sesgada y tópica, sin pararse a pensar que cualquier gremio podría ponerse bajo la lupa y no salir demasiado airoso. La cuestión se complica cuando a ello se suma la actuación de una comisión de asuntos internos que investiga si la actuación se ajustó a derecho. Una de sus miembros, la inspectora Laia, irá profundizando por su cuenta en la investigación e irán apareciendo mandos interesados, jueces corruptos, constructores ávidos... Todo muy reconocible. Y la carga narrativa va en aumento desde el primer episodio.
 
 
La tipología humana de los seis miembros de la patrulla es variada en edades, en problemáticas personales, en modos de actuar. Los caracteres están muy bien dibujados por los guionistas y son perfectamente creíbles gracias a unos diálogos vivísmos y como captados con grabadora, y a la fuerza con que los encarna el plantel de actores escogido, que actúan dando la impresión de que estamos ante un documental, tan veraces son. Arranca con la cámara pegada a los rostros en el desahucio que acabará en tragedia, inspirada en hechos reales, y conforme avanza, se va mostrando más el entorno y las condiciones en las que trabajan (muy bien rodado el acompañamiento de los hinchas franceses y la carga en que acaba, con la música de Olivier Arson, perfecta para el momento), con algunos planos secuencia magníficos, como el de la cena en la marisquería. Esos hombres de casco sin rostro son individuos perfectamente diferenciados, con su ideología a cuestas, y suponen un eslabón más del sistema. Que en una serie con este planteamiento, lleno de testosterona, la protagonista acabe siendo una mujer  que no se da nunca por vencida, terca como una mula (el enfrentamiento con su padre mientras juegan en el primer capítulo es definitorio), no parece una concesión al movimiento feminista, sino una aproximación al papel cada vez más destacado que las mujeres van ocupando en todos los campos. Aquí su "arma de mujer" es la inteligencia, por oposición a la visceralidad de la tropa del furgón.
 

No quiero olvidar algunos nombres: Hovik Keuchkerian, de ascendencia armenia, es el jefe de grupo de humanidad desbordante. Raúl Arévalo, en peligro de encasillarse, pero cada vez mejor actor, da todo el tormento que se le supone a quien es consciente de lo que se juegan en el infierno en el que se ven envueltos. Roberto Álamo, es un veterano depresivo que se ahoga dentro del chaleco antibalas. Patrick Criado, el pipiolo que podría ser uno de mis alumnos recién salido del instituto, con todo el nervio y la chulería a flor de piel. Vicky Luengo transmite con su mirada su deseo de penetrar más allá de lo que le viene dado, frágil y dura a la vez. Una serie pues incómoda, por la ambivalencia de los personajes y de sus actuaciones, por su turbiedad, por las consecuencias que conllevan en sus vidas. Mucho gris entre tantas luces y sombras. 

José Manuel Mora.



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