Asturias en un verano vírico. La Laboral de Gijón. XIV.

Alrededores de Gijón.

Tras el desayuno hemos tomado el bus número 1 para llegar a La Laboral, así conocida, a las afueras de Gijón. Todos los que saben de su existencia nos habían advertido de que no dejáramos pasar la ocasión, por ser un conjunto monumental fuera de lo habitual. Una de las marcas que ostenta es ser el edificio más grande de España, más incluso que El Escorial. Data de los años 40 del siglo pasado, como un icono del franquismo en su intento de publicitar su política social. Originariamente se concibió como un orfanato minero, dados los numerosos accidentes que se producían en los pozos y que tantos huérfanos dejaban. Tenía capacidad para albergar a 1000 alumnos que se formarían en sus aulas y que estaban alojados en sus instalaciones: residencia, escuela, talleres, zonas deportivas, salón de actos inmenso... Una pequeña ciudad a las afueras de Gijón. La pretensión era convertirla en Universidad Laboral, tutelada por los jesuitas. En 1978 se transformó en instituto gestionado por el profesorado y poco a poco fue entrando en decadencia. A partir de los 80 se abandonó y desde 2005 comenzó su rehabilitación. Hoy se ha convertido en la Ciudad de la  Cultura, que incluye la facultad de Comercio, Turismo y Ciencias Sociales "Jovellanos" de la Universidad de Oviedo, la Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias, el conservatorio profesional de música, el Centro de Arte y Creación Industrial, la Radiotelevisión del Principado de Asturias o la sede de la multinacional alemana ThyssenKrupp Elevator, entre otros. Lo digo para que quienes lean y no conozcan se hagan idea de la envergadura del conjunto.

 

Para entrar por la puerta principal hay que rodear el edificio, lo que permite percibir el tamaño de lo que se va a visitar. Desde el exterior la construcción es magnífica, aunque su estética no sea de las que me suelen gustar, tiene un aire algo lúgubre y frío, como de escenario de película de terror. Luis Moya, el arquitecto que la ideó, tenía en mente nada menos que el Partenón, como se puede apreciar en varios de sus puntos. Y algo de eso se respira al pasar por el atrio que da entrada al patio central y que sirve de recepción de visitantes. Su techo vidriado es de una altura imponente, sostenido por columnas de estilo corintio, que deja pasar una grisalla en este día nublado. 

 

Ya ese acceso te prepara para entrar a un espacio abierto tan grande como la Plaza de S. Marcos de Venecia. Para quien no llega avisado, como era nuestro caso, el asombro es mayúsculo. A veces viene bien no saber demasiado, para así sorprenderse más y mejor. Se trata de la conocida como Plaza Cívica, dominada por una enorme iglesia elíptica, ahora desacralizada, como elemento de referencia. En ella se realizan exposiciones y eventos. No pudimos entrar por estar todo clausurado. El suelo de granito y los soportales le dan mayor prestancia. El que sea un día sin sol le da al conjunto un aire especial, a lo que se añade lo vacío que se encuentra todo al estar ausente la mayoría del alumnado por culpa del virus. De hecho la mayor parte de los organismos que la integran permanecen cerrados. Hay un silencio y una calma extraños.

 

Nos sentimos frustrados cuando nos informan de que hay una única visita guiada a las cinco de la tarde y que las entradas se sacan con 24 horas de antelación. Así nos enteramos de que una de las salas más impresionantes, el Teatro Auditorio, con capacidad para 1756 personas, no lo vamos a poder ver. Nos conformamos con admirar su fachada, con un aire a Partenón, a la derecha de la anterior imagen. La torre tras la iglesia alcanza una altura de 130 m. con la espiga que le han añadido. Se puede subir en ascensor, pero ahora está clausurado. Imagino que las vistas serán espectaculares. Dicen que se alcanza a ver el Cantábrico. Tampoco podemos vistar el paraninfo y sus enormes pinturas murales y nos hemos de conformar con un café en la terraza exterior, entre unos pocos estudiantes despaisajados, junto a unas piscinas abandonadas que provocan un efecto desolador. 

Al salir nos llama la atención, por la linealidad de su construcción, opuesta al mastodonte que dejamos atrás, una de las sedes integradas en el conjunto. Se trata de Laboral, el Centro de Arte y Creación Industrial. Su interior es diáfano, iluminado por lucernarios que recuerdan los biselados de las techumbres fabriles, y también por unas ventanas en el lienzo lateral que trenzan la opacidad y la luz, que penetra de modo discreto. Hay una exposición curiosa al fondo, de Marcos Morilla, "Forma de encuentro", en la que la escultura y la fotografía, mediante artefactos mecánicos y luminosos de corte publicitario  pretenden un acercamiento a la naturaleza que no acabamos de ver por ningún sitio. ¿Demasiado "conceptual" para nosotros? Somos los únicos visitantes.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Un poco más abajo, de camino a la ciudad, encontramos el Jardín Botánico Atlántico. Se inauguró apenas en 2003 y es el único en su estilo que hay en Asturias. Es muy extenso y está dividido en cuatro sectores, bien señalados en los paneles de la entrada y con sus peculiaridades: el Entorno Cantábrico, la Factoría Vegetal, el Jardín Histórico de la Isla y el Itinerario Atlántico. El sol ha acabado por salir y ahora cae con fuerza sobre nosotros, así que hay que buscar los entornos más umbrosos. Hay zonas recorridas por una lámina de agua cubierta ya por las primeras hojas desmayadas del otoño próximo. En el recorrido se encuentran más de 2000 especies distintas, perfectamente descritas. Leer las cartelas supondría dedicar toda la mañana y se acerca la hora del cierre. Con todo, encontramos rincones hermosos y curiosidades varias. 
 


 























 

El bus nos deja en un momento en el parador. Hoy lo tenemos claro: fabada asturiana. Está sabrosísima. Nos damos el placer de una pequeña siesta y volvemos a salir hacia la calle Corrida. Pienso en el vecindario de esta calle cuando veo el nivel de ocupación de las terrazas, que hace que parezca un mal sueño lo vivido en primavera. Escribiendo como lo hago en noviembre, sé cuáles serán, tristemente, las consecuencias de tanta aglomeración. La clientela es variada y va desde la juvenalia de los mileniales hasta las viejecitas que presumen de no serlo tanto, que están de merendola. La tarde se ha dulcificado e invita a ello. Mientras paseamos, admiramos los edificios que la noche anterior no veíamos por estar ya oscuro. Hay elementos modernistas llamativos y otros de un eclecticismo algo confuso, típico de la burguesía adineradad de fines del XIX.























Y al girar una esquina, en este deambular sin mapa ni rumbo, nos encontramos con una poderosa construcción que luce en el frontispicio el lema que indica a qué está dedicada: "Biblioteca Pública". En otras circunstancias hubiera entrado para curiosear. Ahora todo resulta más complicado. Con el sol ya de bajada llegamos a una plaza en la que, sobre un pedestal, se alza la figura de Jovellanos, cubierta con la mascarilla, signo de estos tiempos en los que dada la normalidad con la que vemos que se vive, no parece que el horror haya durado hasta antes de ayer. 


 

























Cuando salimos a la Plaza Mayor, el sol aún dora las piedras, que tienen de por sí un tono de oro viejo. Aunque todavía no es estrictamente obligatorio, cada vez se ven más personas enmascaradas. Según en qué zonas, esta ciudad me sigue pareciendo un reservorio de la "cierta" edad. De hecho, según las estadísticas, es de los territorios con un porcentaje más alto de ancianidad en toda España. 


Al salir por fin al paseo junto a la playa, la temperatura invita a sentarse en un banco a ver pasar la vida, a escuchar el lejano rumor de las olas, a ver cómo corren los que quieren seguir manteniendo costumbres y tonicidad. Las sillitas de ruedas nos siguen rodeando. En los edificios que dan a la fachada marítima, las luces se van encendiendo en los ventanales. El mar ha ido comiéndose la arena con el ascenso imperceptible de la marea, siempre tan sorprendente para los mediterráneos, donde casi no se nota. Caminamos despaciosos ya de noche hacia nuestro albergue. Un río de luces espejea en la arena húmeda y nos marca el camino. Mañana toca volver a Colombres. 


José Manuel Mora.

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