Asturias en un verano vírico. Oviedo. XIII.

 Vetusta.

Nuevo día, nueva ciudad. Media hora de coche por la A 8. Aparcar en el casco urbano resulta complicado. Al final logro hacerlo junto al Hotel Reconquista, sede de los premios anuales del Principado. Entramos a echar una ojeada. Fastuoso tanto el exterior como su interior. Y hago algo que no se debe: preguntar el precio. Habríamos podido quedarnos en semejante lugar por 90 módicos euros la noche, en vez de estar yendo y viniendo.


 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con el planito que nos han proporcionado en el hotel, nos sentimos ya los amos del mundo y callejeamos entre edificios de abolengo, finiseculares, que a veces suponen un auténtico batiburrillo de estilos, pero que siempre pretenden dejar claro el nivel económico de sus propietarios. Nos encaminamos hacia el Campo de San Francisco, hermoso y denso, tan enorme que decidimos no adentrarnos en él. Muy cerca se encuentra la escultura dedicada a Woody Allen, caminando con su aire de bronce, despistado permanete. No es la única. En el centro hay varios Botero, una maternidad divertidísima y gozosa y un Culis monumentalibus, que contrastan con la seriedad burguesa de las construcciones en torno, todas ellas a caballo entre dos siglos.      

                                                                                           

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin darnos cuenta entramos en la Plaza de la Catedral, vacía a esta hora. Es como un inmenso salón. Su aguja lo domina todo, como bien sabía el Magistral cuando se encaramaba en lo alto a controlar la vida de los habitantes de Vetusta, como hacen los entomólogos. A ras de suelo, Ana Ozores pasea sus añoranzas pequeñoburguesas y romanticonas, recién salida de misa, tal vez incluso alejándose de las garras del manipulador de conciencias, D. Fermín de Pas. Cuánto tengo que agradecer al terrible D. Fernando Lázaro quien, en primero de la especialidad de Románicas, nos formuló la pregunta retórica: "¡Cómo!, ¿Que no ha leído ustedes La Regenta? Y entonces, ¿Qué leen?, y fíjense que lo digo sin nada en medio, ¿Qué...leen?" Creo que ese día se acabaron los ejemplares que hubiera en la librería Cervantes de Salamaca. Leerla aquellas navidades fue un gozo intensísimo. Me gustaría encontrar tiempo para su relectura. Entiendo que a los ovetenses no les caiga demasiado bien el señor Leopoldo Alas. Para mí, junto con D. Benito y la Pardo, los tres grandes del XIX. Perdón por el excurso de viejo profe de Literatura.

Muy cerca, a un lado de la catedral, se encuentra la sede de la Universidad. El claustro está lleno de una paz vacacional. Por una casualidad acabamos pidiendo información al bibliotecario. Al hablarle de mis antiguas actividades librarias, se muestra dispuesto a enseñarnos "su tesoro". Y aunque la original se quemó en la revolución del año 34, después de la guerra incivil se restauró y le han dejado un aire de vieja señora de buen ver con un fastuoso techo vidriado, aunque ahora cada facultad tenga su reservorio específico. Al salir nos damos cuenta de que es necesario mover el coche. Dos horas es el tope de aparcamiento. Buscamos uno subterráneo y nos olvidamos de él. 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

Decidimos dejar la catedral para visitarla por la tarde y entramos en el Museo de Bellas Artes de Asturias. De entrada gratuita, se encuentra escondido tras una fachada decimonónica que sólo sirve de protección y para no romper con el conjunto que la rodea. Tras esa superficie de trampantojo antiguo se esconde la ampliación de  Pachi Mangado (2015), una estructura arquitectónica lineal y luminosa, retranqueada, con lucernarios y ventanas sesgadas, escaleras de madera, acero y cristal que me recuerdan al MACA alicantino, con sus techos altos y sus vacíos cubiculares que proporcionan luz sutil y suficiente para cuando no hace sol. 

 

En este envase diáfano y enorme se alberga una extensa colección de arte, escultura y pintura, de los siglos XIV al XXI, que abarca artistas asturianos y españoles y algunos ejemplos de nombres internacionales del Renacimiento y el Barroco. Al desconocer su existencia, encontrarse con unos Sorolla magníficos, unos Romero de Torres, Regoyos, R. Casas, Solana nos tiene encantados. La sorpresa se magnifica cuando aparecen los informalistas: E. Vicente, Saura, Broto, Sicilia, pintores que uno espera encontrar en una galería madrileña o en el Eixample barcelonés, pero no aquí, magníficamente escondidos. Lógicamente se nos hace la hora de comer y nos echan. Habrá que volver a la tarde.


 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hemos quedado a comer en la plaza con un alicantino de pro, nuestro amigo Antonio, que se ha hecho medio asturiano a pesar de un clima tan distinto al mediterráneo. En una terraza, al aire libre de máscaras, comemos un menú sencillo, mientras hablamos de Asturias, del covid, del turismo, de las vacunas... Cuesta seguirle el ritmo y, aunque no siempre estamos de acuerdo, la cerveza y las risas todo lo equilibran. Nos hubiera gustado conocer su casona en lo alto de un monte cubierto de bosques y "praos". No hay tiempo y quedamos en volver, cuando planeemos la visita de la parte occidental del principado. Entramos en la catedral previo pago de 6 €, a beneficio del Magistral, suponemos. No recordaba el fastuoso retablo tardogótico (s. XVI), uno de los tres mejores de España, según dicen las guías y que cierra la nave central, airosa y elevada, un gótico claro, sin exceso de ornamentación. La audioguía nos permite ir a nuestro ritmo. Cuando accedemos a la Cámara Santa, quedamos má impresionados por los apóstoles de sencillez románica adosados a las columnas, que por el propio tesoro de cruces de oro y arcas de plata con sudario. El claustro, vacío, es recogido y elevado. El museo adyacente nos interesa menos y lo recorremos rápido.

 
















 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la salida aún nos quedan arrestos para volver al Bellas Artes y completar la visita matinal. Las sorpresas se suceden. Hay una sala con una colección completa de apóstoles de El Greco, que nos vuelven a conmover. En otra zona encontramos un espléndido Goya, junto a la más rabiosa moderidad: Picasso, Dalí, Miró, junto a Zurbarán, Ribera... Una gozada. Nos vuelven a despachar, claro. 



 


 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya sé que en esta entrada estoy poniendo muchas fotos, pero si con ellas no logro animaros a venir a visitarlo, es que no he sabido trasmitir la enorme satisfacción que la visita nos produjo. Ya sé también que dedicar tanto tiempo a un museo, teniendo sólo un día en la ciudad, impide visitar otras cosas, pero la ausencia en él de turistas y la tranquilidad del recinto invitaban a seguir disfrutando de tanta belleza. Y aunque ya va quedando lejos del momento presente en que escribo este verano vírico que voy relatando, al salir aún tenemos todavía luz para seguir paseando un rato más por el casco viejo. Ahora, cuando tecleo, con la luz oscura del otoño y el virus paseándose por todos sitios, el blog me sirve de refugio acogedor. Damos vuelta a la catedral por la Corrada del Obispo, íntima y tranquila, toda dorada. Pasamos por delante del Museo Arquológico, en el que entramos para hacernos una somera idea de lo que atesora. El claustro superior, con todos los vanos cerrados, proporciona una luz rebajada muy adecuada a las piezas que se muestran. Pero las fuerzas van fallando. Y hay que pensar en la carretera de vuelta. Así que salimos y nos ponemos en ruta. Sin darnos cuenta estamos en el comedor del Parador, solos, con las camareras cómplices y sugeridoras. Casi no llegamos a la habitación.

 

José Manuel Mora. 

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