La vita davanti a sé, de Edoardo Ponti.

 Mito.

                                           A Brunella, la mia professoressa che tanto mi ha insegnato.

Cuando he leído en el periódico esta mañana que  Netflix estrenaba película y que además estaba protagonizada por Sofia Loren, he decidido que tenía que verla. Los mitómanos somos así. La vita davanti a sé (La vida por delante), dirigida por Edoardo Ponti, no es la primera rodada por el hijo del productor y tampoco la primera colaboración con su madre. Trabajaron juntos en un corto de 2014. Ponti ha ejercido de coguionista a partir de un texto de Roman Gary del mismo título. Esta novela ya se había llevado al cine con la gran Simone Signoret en 1977, Madame Rosa. La francesa entonces estaba en la cincuentena, pero la Loren se gasta ya 86. Hacía que no la veía en pantalla desde Nine (R. Marsahll, 2009). Del mito jolivudiense de mi adolescencia (Orgullo y pasión, 1957, El Cid, 1961, La caída del imperio romano, 1964...), pasé a descubrirla ya en el cineclub universitario de Salamanca en títulos del cine neorrealista dirigida por uno de sus maestros, De Sica, como La ciociara, (Dos mujeres, 1960), que le valió un Oscar y más tarde se me reveló como una comedianta de altura en Matrimonio a la italiana, 1964 con DeSica de nuevo, o en Arabesco, 1966, de Donen. Pasé de la admiración por aquellos ojos del papel couché, al respeto por la mujer que había logrado hacerse de valer con un abanico de registros tan extenso. Una giornata particolare acabó de mitificarla. Así pues no tenía más remedio que ponerme a ver su último trabajo sin esperar. Y ha sido un placer escucharla en ese italiano barriobajero que tanto domina y que convenía a su personaje.


Una anciana exprostituta, víctima del Holocausto en su juventud, regenta una casa de acogida oficiosa, para atender a hijos de prostitutas que han sido abandonados. Los ecos del Neorrealismo se dejan sentir. Ello se combina con el tema de la inmigración en forma de un chaval senegalés de 12 años que acaba quedándose a su cuidado. Una vida que se está perdiendo en las nieblas de la demencia senil y otra que se abre al mundo con un horizonte incierto de integración. Y en la convivencia se irán desvelando los miedos de cada uno y los modos de afrontarlos, la necesidad mutua, la imposibilidad del olvido, la solidaridad como modo necesario de supervivencia. La película está lejos de la crítica amarga que los neorrealistas planteaban a la situación de los bajos fondos, o de la emigración al norte industrial, antes al contrario presenta una realidad que, pudiendo ser dramática, es vista por el director con tono amable y esperanzador. Hay incluso alguna situación que mi padre solía definir con una expresión muy suya: "pintar como querer". Da igual. Veníamos a verla a ella.
 
 
Hay que ser muy valiente para ponerse delante de la cámara, no sólo cargada de años, sino casi todo el tiempo de trapillo, sin nada de glamur. Compone el personaje con la justa medida entre la fragilidad debida a su edad y la energía que es capaz de sacar para demostrar quién manda. Aún así su hijo le regala una escena de baile hogareño con su vecina, en la que se demuestra que "quien tuvo..." y que Ponti ha sabido emocionarse filmándola. Sabe mucho esta mujer. Y su oponente, Ibrahima Gueye, el preadolescente Momo, es un prodigio de naturalidad, de rabia feroz, de necesidad de ternura, de explosiva vitalidad.
 
 
Hay más sorpresas: Renato Carpentieri, es un veterano a quien ya admiré en Caro diario (1993) y que presenta la figura del anciano que sigue queriendo ser socialmente válido, al igual que el tendero musulmán, Babak Karimi, actor habitual del iraní A. Farhadi, que relaciona la vida del niño con la óptica de Los Miserables. Y una sorpresa, la para mí desconocida Abril Zamora, actriz española, guionista y directora que logró fama en su papel de la serie Vis a vis. Su papel de Lola, la transexual gallega abandonada y con un hijo a su cargo, está afrontado con verdad y sin aspavientos. 
 

Me da igual que al final el tono pueda ir hacia el melodrama, aunque nunca llegue a ser empalagoso. Hay dignidad en el rostro de esta mujer luchadora a quien es capaz de hacer frente el muchachito con unos ojos que se comen la pantalla. A eso me he puesto esta tarde, a entrever el mito por debajo de las marcas en la cara, por debajo del bótox, a homenajear con mi aplauso a quien ha dedicado toda su vida a encarnar a mujeres de rompe y rasga, como esta Madame Rosa. Si es su despedida de la pantalla, a mí ya me vale. La canción final de la Pausini, una maravilla.
 
José Manuel Mora.  








 

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