Mrs. America, de Dahvi Waller

 Mujeres y política.

Me da mucha rabia, pero se me amontona la faena y ello me impide escribir con las imágenes y las sensaciones frescas. Y es lo que me ha pasado con una serie de la que no tenía referencias pero que, al ver quién era la protagonista, decidimos embarcarnos en ella, más sabiendo que eran sólo nueve episodios de 45 mi. cada uno. Mrs. America (obsérvese la diferencia con Ms.)  es una creación de la canadiense  Dahvi Waller, que ha escrito los guiones y ha convertido en ficción unos hechos reales acaecidos en la década de los 70 del siglo pasado. Waller tiene una extensa carrera como productora y escritora de guiones para series, una de ellas muy conocida, aunque no la haya visto, Mad Men. Ésta que comento se ha estrenado en abril y mayo de este 2020, aunque la hayamos visto en octubre en HBO. Seguirla ahora, en estos tiempos cruciales para los EE.UU. puede ser de lo más adecuado. Me acabo de enterar de que han descabalgado a Trump. Aún hay esperanza.

 

La gente joven puede pensar que todo viene dado y que, en cuestiones de igualdad, se ha avanzado mucho con las cuotas para mujeres o el movimiento Me too, y remontándose más atrás, a la posibilidad de que votaran las féminas gracias a las sufragistas, que es posible que se desconozca que toda lucha está hecha de avances y retrocesos y que hace falta pelear mucho y no desanimarse para seguir avanzando. Que en los 70 se planteara la ERA (Equal Rights Amendment), Enmienda de Igualdad de Derechos entre varones y mujeres en la Constitución de EEUU parecía algo lógico, tras la lucha antisegregacionista de los negros con M. L. King. Sin embargo, que fuera una mujer, Phyllis Schlafly, quien se enfrentó a esa enmienda y construyó su propio ejército de amas de casa para evitar que se consiguiera, no deja de resultar cuando menos sorprendente. Peleó tanto que, un tema que incluso entre las mujeres republicanas parecía más que aceptable, consiguió convertirlo en un asunto controvertido. Conviene saber que no fue hasta el pasado enero de 2020 cuando el estado de Virginia, el único que quedaba, respaldó la enmienda; cincuenta años, ahí es nada. Su antifeminismo, su visión reaccionaria del lugar que su propio sexo debía ocupar en la sociedad, hacen que el personaje resulte francamente antipático. La paradoja que plantea la creadora es elegir nada menos que a Cate Blanchet (productora de la serie) para encarnar a esta mujer. Y se despiertan en el espectador unos sentimientos enfrentados, porque quienes la admiramos dentro y fuera de las pantallas, no podemos sufrir a su personaje. Lo incorpora sin cargar las tintas demasiado. Las acciones de la tal Schlafly hablan por sí mismas, pero al mismo tiempo no deja de presentarla como el ser contradictorio y humano que es: luchadora en casa, convincente oradora, ambiciosa, y negacionista de sus propios derechos en la sociedad. Difícil tarea actoral la de meterse en la piel de alguien que está a años luz de tus propios ideales. Esa es su grandeza. Brillante, la Blanchet.

Cada capítulo está centrado en una mujer diferente, tanto en las que siguen a su lideresa, como las que luchan por la igualdad, como si les fuera la vida en ello, como así era en realidad.  Gloria Steinem (Rose Byrne) es una de sus oponentes, bellísima, inteligente, capaz de intrigar para conseguir lo que desea. Reencontrar a Sarah Paulson en un papel tan distinto al de Ratched, ha sido una sopresa que demuestra la versatilidad de la actriz. Su sometimiento a la jefa, su inseguridad y su evolución hacia una persona dueña de su propia voz es un proceso extraordinariamente bien llevado. Tracey Ullman encarna a Betty Friedan, autora de un libro que cambió la vida a muchas mujeres de la época:  La mística de la feminitad (1963). Pero otro de los descubrimientos ha sido Margo Martindale, en un papel que antaño se llamaba "de carácter", la congresista demócrata y fumadora impenitente Bella Abzug. Por no hablar de Uzo Aduba, en la piel de la primera mujer negra elegida para el Congreso. Las vibrantes discusiones entre ellas son intensas y divertidas. Contada cronológicamente, presenciamos la doble lucha de unas y otras desde la época de Nixon hasta la de Reagan y los episodios van alternando a las de un bando y otro, lo que provoca choques visualmente fuertes. El diseño de producción, el vestuario, la elección de las canciones, las localizaciones, todo está presentado con un cuidado exquisito, los colores pastel, tan de la época, son tan auténticos que permiten intercalar imágenes reales entre las de ficción. 
 
 
Siendo la protagonista una mujer formada, que llega a terminar la carrera de abogada una vez que los hijos se le han emancipado, resulta increíble que no viera con claridad la brecha salarial entre los varones y las mujeres por un mismo trabajo, la imposibilidad de conciliar la casa con un puesto laboral, las agresiones sexuales a las que se han visto sometidas, el hecho de que ellas han salido históricamente perdiendo... Y más fuerte aún, que tantísimas mujeres le siguieran en sus encendidos discursos, a pesar de que no toleraba las discrepancias ni aceptaba las sugerencias. Se situaba a favor de la familia, claro, en contra del aborto, por supuesto, y pensaba que los homosexuales debían permanecer en el armario. Todo un programa reaccionario que volvió a la palestra con el tristemente recordado Tea Party  y que el incompetente de Trump volvió a reactivar. Esta serie de Historia ficcionada es una buena muestra de que logros que parecían imparables y definitivamente instalados como avances sociales vuelven a ser puestos en entredicho cuando se relativiza la violencia contra las mujeres o se está en contra de la educación en la igualdad, como proclaman los de Vox en nuestro país. Lo que vemos en estos capítulos es lo ardua que ha sido la lucha. Lo deberá seguir siendo. Que le hayan dado la patada al payaso de pelo de zanahoria no significa que muchas de estas ideas sigan en lo profundo de la sociedad estadounidense. Keep fighting!
 
José Manuel Mora.  


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