Amor y sexo en el Siglo de Oro, de Luciano López Gutiérrez

 Un Siglo de Oro distinto

Como se puede comprobar fácilmente con echar un vistazo a la lista de "libros recomendados", no leo demasiados ensayos. Sin embargo el hecho de que un antiguo alumno me sugiera y me preste uno, cuya temática tiene que ver con la literatura aurisecular que tanto tuve que estudiar en Salamanca, pero desde una perspectiva nueva, ha hecho que me interese y lea un título que es casi una novedad editorial. Gracias, Òscar. Qué gusto que el alumnado descubra cosas al profesor. LÓPEZ GUTIÉRREZ, LUCIANO. Amor y sexo en el Siglo de Oro. Madrid: Abada Editores, 2019; Lecturas de Historia, 331 págs. El libro cuenta con una pequeña introducción aclaratoria de intenciones, periodo y temáticas incluidos. Se completa con una buena sección bibliográfica que recoge todas las fuentes citadas y, aunque se trata de una edición en rústica, viene ilustrada con imágenes alusivas, es verdad que en blanco y negro, para no encarecer el ejemplar.

López Gutiérrez es un sesudo doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, lo que supone una garantía de que lo que vamos a leer no es una mera forma de épater les bourgeois. Es además especialista en poesía satírica y burlesca de ese periodo, lo que le habrá proporcionado pistas suficientes para encontrar lo que buscaba. Para que nadie se sienta intimidado con esta sucinta presentación, conviene saber que el autor ha procurado que el tono no sea elevado en exceso y que se combinen las fuentes fidedignas con un tono ligero, ameno y en ocasiones divertido hasta la carcajada, tanto por su forma de expresarse, con una prosa muy fresca y que no huye de nombrar las cosas por su nombre, como por los textos elegidos, golfos, impúdicos muchas veces y acanallados en ocasiones.

Es cierto que mi paso por las aulas del Palacio de Anaya dista ya cincuenta años de nuestros días y que Lázaro, Senabre, Real de la Riva, por citar a los que impartían Estilística, Historia de la Lengua o de la Literatura, no eran muy proclives entonces al chascarrillo. Cualquier referencia a las partes menos nobles de la anatomía humana o a sus funciones, se saldaba con circunloquios o algún socorrido eufemismo, acompañados de una sonrisa a medio gas. Es cierto que leyendo los textos originales, poemas, novelas y literatura dramática, era fácil encontrar escenas subidas de tono o frases de doble sentido que no siempre resultaban sencillas de comprender; estamos en pleno Barroco, da igual si conceptista o culterano. El autor ha recurrido no sólo a fuentes estrictamente literarias, sino a otras de carácter filosófico, histórico, antropológico, médico... para proporcionar una visión global, sin cortapisas, del modo en que la sexualidad y el combate amoroso eran vividos tanto por personas de alta alcurnia como por gente de baja estofa. Había un par de conceptos perfectamente asumidos por toda la sociedad: el de la honra, que algunos llamaban "negra", por las tragedias que causaba y el de la moralidad imperante desde la reforma tridentina.  


 

Y es curioso comprobar cómo, a pesar de los impedimentos, la gente se buscaba las vueltas para lograr su placer. De las casadas que coronaban a sus maridos, teníamos bastante información en el teatro calderoniano y lopesco; de las doncellas ardientes sabíamos gracias a la puta vieja Celestina, remendadora de virgos; de la obligación de ser esposa y madre antes que mujer plena, también. La idea del amor petrarquista no siempre se correspondía con la realidad, pues era frecuente el sexo sin amor, a la vez que el amor sin sexo. Ahora bien, de la religión como modo de encauzar la pulsión sexual, tan sólo en los místicos, Juan de la Cruz o Teresa de Ávila tenía algún vislumbre. Hay mucho más, como es lógico. De otro lado era bastante común asociar la sexualidad con la herejía y con la brujería. De tonsurados lascivos y de monjas casquivanas, recordaba algo en Boccaccio. Los ejemplos que aporta el autor se van multiplicando.

 

Menos información, o ninguna, tenía de otras formas de vivir la sexualidad, dado lo fuera de norma que era en la época la homosexualidad, el famoso pecado nefando digno del fuego eterno previo paso por el fuego real. De la homosexualidad femenina casi ni se hablaba, puesto que la mujer era o el cáliz sagrado o el receptáculo de la maternidad, sin espacio para el gozo. Hay un capítulo exclusivo dedicado al "universo puteril", de lo más curioso, así como lo que los indios del nuevo mundo, los moriscos y los judíos aportaban con sus particulares maneras de mantener relaciones. Todo ello viene refrendado por numerosas y apetecibles citas textuales, bien referenciadas, que no han dejado de sorprenderme por haber permanecido ocultas a los castos ojos estudiantiles salmantinos, o porque yo no he buceado como lo ha hecho el autor, en busca de materiales tan sabrosos. Si con todo esto no he logrado despertar vuestra curiosodad, no habré cosechado el éxito que me proponía conseguir.

P.S. Quiero dejar constancia de una cita del Tirant Lo Blanc, en la que se pone de manifiesto un mal que seguimos padeciendo en nuestros días; Carmesina, la enamorada de Tirante le dice: "¡Ay, señor, ¿cómo os puede deleitar cosa forzada? [...]No deben cortar las armas del amor ni ha de herir ni llagar lanza enamorada" (pág. 80). Muchos parece que siguen sin entenderlo por desgracia.


José Manuel Mora.

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