Schitt$ Creek, de Eugene & Dan Levy

Familia disfuncional 

Una serie de la que nadie me había hablado, que no había visto referenciada en prensa, de repente me llega recomendada por mi amigo matemático y cinéfilo, José Antonio, y además, y  tras seis temporadas, parece que se alzó con un montón de premios Emy, en 2019, lo que la catapultó a la fama y ahora, en 2020, ha conseguido los de mejor serie de comedia, actor y actriz principales, y también los secundarios, junto con el de mejor guión y dirección. Así que empezamos a verla. Como los episodios son de 20 minutos, se van pasando en un suspiro. Se trata de Schitt's Creek, título endiablado para recordar y que además supone un juego de palabras, puesto que suena como si dijeran "arroyo de mierda". Es una producción canadiense que se puede ver en Movistar+ y que empezó a emitirse en 2015. Son seis temporadas. Los creadores del invento, padre e hijo en la realidad, son también los guionistas, Eugene y Dan Levy, además de dos de sus principales intérpretes. Ya adelanto que se trata de una comedia adictiva por lo enloquecida y descacharrante. Veamos por qué, profundizando en algunas de ellas.

 
Una familia, los Rose, que vive en un casoplón rodeada de lujos sin cuento, es desahuciada en la primera escena, debido a la quiebra de los negocios paternos provocada por el asesor, lo que los lleva a perder todas sus propiedades. El padre, un magnate de tiendas de vídeos, la madre, antigua actriz de telenovelas, el caprichoso e insatisfecho David, el hijo, y Alexis, la chica, superpija de la muerte, estos son los componentes del grupo familiar que se ve abocado a vivir en un motel de carretera de un pueblo de mala muerte en medio de ninguna parte, que el padre compró a su hijo tiempo atrás como una broma. Los personajes son tan absurdos, tan patéticos en ese conservar los humos de tiempos ya pasados, que en los primeros capítulos resultan cargantes, por no hablar del impresentable del alcalde del lugar, contraste perfecto con los modales de ricachones de los recién llegados. Si uno se rinde, se perderá el festival, porque la historia va cogiendo vuelo conforme avanza y las subtramas se van enredando, manteniendo el interés y sobre todo permitiendo que veamos la evolución de cada uno, lo que hace que nos vayamos encariñando con ellos. Al ser pausados y provocados por las distintas circunstancias que se suceden, esos cambios resultan creíbles y los personajes se van ganando nuestro favor. Inicialmente se trata de una comedia sencilla, simpática, que ha sido calificada por algunos de sobrevalorada, pero que a mí ha acabado atrapándome. Los conflictos con los habitantes del lugar, muy poco sofisticados, son constantes y divertidísimos. 
 

La producción es limitada, aunque habría que señalar el fastuoso diseño de vestuario, donde parece que han echado el resto, a unos cuantos escenarios: las habitaciones, la alcaldía, el bar o la tienda, lo que lleva a que el atractivo esté en las situaciones y en los chistes que se van dejando caer de manera inesperada. Las carcajadas vienen provocadas por lo que sucede, por las reacciones de los personajes, por sus tonos y la manera de colocar las frases, por sus gestos y ademanes... Y eso que la he visto en versión doblada. Al comparar con los tráileres en versión original, se ve que las entonaciones de los personajes no son tan exageradas como aquí se han doblado. Sobre todo en el caso de Moira, la madre, una desternillante Catherine O'Hara, siempre preocupada por su colección de pelucas y con unos atuendos extravagantes más allá del delirio, por no hablar de la niña, Annie Murphy, caprichosa, egoísta e inútil hasta la exasperación, pero que se va haciendo de valer en su relación con el encantador veterinario, Dustin Milligan. El hijo es Dan Levy, un fashion victim de manual, gay desatado, obsesionado con la ropa de marca y con que todo responda a lo que él entiende como el culmen del buen gusto y la sofisticación. Mantiene esa superficialidad hasta que el destino hace que se cruce en su camino la persona adecuada, un Noa Reid, contenidísimo, que acabará ganando su corazón. Las dos versiones, la acústica de Reid y la que interpreta David en play back  del temazo de la Turner, Simply the Best,  son de antología.
 

Eugene Levy
, el padre al que no recordaba haber visto en American Pie, hace aquí de tripas corazón para intentar adaptarse a una nueva realidad que lo supera y que procurará ir modificando en la medida de sus posibilidades junto con la encargada del motel, Stevie, encarnada por una formalísima Emily Hampshire, muy poco segura de sí misma, que también evolucionará. Su contrafigura es el alcalde, Chris Elliot,
típico representante de los red necks de la América profunda, hoy votantes de Trump, acompañado de su mujer, una profesora impagable que lleva adelante un coro pueblerino, Jennifer Robertson. Los choques entre ambas maneras de comportarse son de auténtico disfrute. Que todo ello se viva con naturalidad, sin reacciones de rechazo ante lo diverso, que a todo se le saque punta, es otra de las bazas de la serie. En definitiva, para estos tiempos oscuros y en los que no podemos ver a quienes queremos ni salir como desearíamos, la serie supone una bocanada de aire fresco. A lo mejor no todos gustarán de esta familia disfuncional. Quienes lo logren, pasarán un buen rato. Entre la comunidad gay, la última temporada ha causado estragos emocionales.  Ahora la ha comprado Atresmedia para su emisión en abierto a través de Neox.
 
José Manuel Mora
 


 

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