Alguien tiene que morir, de Manolo Caro

 Telenovela corta, película larga

Es tanta la oferta de las plataformas que uno acaba por no saber adonde acudir, más si no se ha leído algo sobre un título o no nos la han recomendado. De modo que he caído en lo que parece empieza a ser algo habitual entre los seriéfilos: hay que pasar un buen rato buscando en el catálogo de cada una de las plataformas que se tienen disponibles. Y en el ínterin, acaba entrándole a uno el sueño y abandona. Sin embargo, en la carátula de la que voy a comentar, vi a la Maura y me picó la curiosidad. Se trata de Alguien tiene que morir, miniserie de tres capítulos, dirigida y escrita por Manolo Caro, con quien disfrutamos mucho viendo su trabajo demoledor de la sociedad mexicana titulado La casa de las Flores. Es cierto también que la segunda temporada no logró atraparnos. Así que decidimos darle una oportunidad.

La estética elegida por el director me ha llevado a las series de sobremesa españolas, tipo Amar es para siempre o El secreto de Puente Viejo. Aquí el director se aleja del tono de comedia de las señaladas más arriba, para entrar en el territorio del drama y el misterio. Ambientada en la España de los 50, la historia arranca con la llegada desde México del heredero de una familia adinerada, y por coherencia, de ideoligía franquista, tras diez años de ausencia. Regresa llamado por sus padres para que se ennovie con alguien de su clase, pero lo hace acompañado de un amigo bailarín, Lorenzo, a quien la etiqueta de afeminado le viene dada por su dedicación profesional. Su amistad con Gabino, el protagonista, pondrá en entredicho el buen nombre de éste. El padre trabaja en Gobernación y la abuela es de armas tomar, literalmente y ejerce de matriarca poderosa. La madre, una mexicana asentada aquí, parece no tener más que aceptar lo que otros decidan por ella.  Y en medio de todo ello un secreto del que no se habla y que no debe salir a la luz, sobre todo por que lo más importante es salvar las apariencias. Viejas amistades, intereses cruzados, celos, todos los ingredientes típicos de un melodrama, con el ambiente sofocante de la España franquista de la época, las venganzas contra los perdedores de la guerra, la represión de los "maricones" al amparo de la Ley de Peligrosidad Social vigente en el momento y que no se derogó hasta 1995...

El hexágono amoroso que sostiene la trama, imposible desde cualquier óptica, necesitará resolverse con la muerte de alguien, de ahí el título. Sin embargo los personajes han sido dibujados con trazo grueso: los malos son muy malos y los buenos, buenísimos. Hay que ser excelentes actores para creérselos y darles vida haciéndolos creíbles. Ernesto Alterio, que me parece un buen actor, da la impresión de no poder con ese padre violento y dispuesto a todo. Cecilia Suárez, lejos de su interpretación en La casa de las Flores, sorprende por su capacidad de sumisión y de rebelión y Mariola Fuentes desaparece tras la criada oscura y angustiada. Ahora bien, quien se lleva la palma es Carmen Maura, que lidia con un papel desagradable pero intenso, al que logra dar la encarnadura necesaria para hacerlo creíble en su frialdad, en sus turbios manejos, en su afán por tenerlo todo bajo control. Los jóvenes parecen más de cartón piedra. Hay sin embargo dos parlamentos que llegan a ser más emotivos, el de los dos que llegaron de México y que acaban de conocerse definitivamente aquí, y el de Gabino con su amigo de infancia. ambos están bien escritos y bien interpretados. El aire antiguo de este telefilme extenso o de esta corta serie, tanto de la ambientación, del cuidado vestuario, como de las localizaciones, han hecho que no haya entrado en el conflicto familiar y afectivo. Una lástima, porque creo que Caro podría haber sido mucho más desgarrador si se lo hubiera propuesto y su guión menos melodramático. Quienes sean aficionados a este tipo de trabajo pueden pasar un rato no muy largo comprobando cómo han cambiado las cosas en los setenta últimos años. 
 
José Manuel Mora.  
 
 


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