It's a Sin, de Russell T. Davies

 Y a pesar de todo...

Como seguimos con el autoconfinamiento vespertino, hay tiempo para todo. La reseña literaria tendrá que esperar, porque el volumen que tengo entre manos es de 800 páginas y la lectura lleva su propio ritmo. Así que, puestos a seguir con las series, tras la última comentada, de época (Outlander), nos apeteció volver a la realidad, también "de época", de otra época, en concreto el Londres de los años 80, bajo la égira de Margarita Tatcher, de infausta memoria y con otra pandemia, igual de oscura que la actual, pero en sus inicios más limitada a un grupo humano, el sida y el mundo gay. Se trata  de la miniserie de cinco capítulos It's a Sin ("Es un pecado", para los de francés), en la plataforma HBO, escrita y dirigida por el productor y guionista galés  Russell T. Davies, de quien en su momento vi Queer as Folk (1999), que causó auténtico escándalo por su militancia y por lo explícito de sus imágenes. Años después lo volví a encontrar en unas comedias desenfrenadas, nuevamente ambientadas en el Mánchester homosexual, Cucumber  y Banana (2015), trilogía completada por Tofu, lejos de los estereotipos que dejan fuera a la gente de edad. Y ya más recientemente presencié admirado por la manera de presentar una historia de los periódicos y la política de los setenta, A very English Scandal (2019) y, con auténtico escalofrío, la distopía Years and Years (2019). Así que me declaro fan de este señor sesentón con las ideas muy claras.


Un grupo de muchachos, homosexuales, recién llegados a Londres, Ritchie (Olly Alexander), Roscoe (Omari Douglas), Colin (Calum Scott Howells), Ash (Nathaniel Curtis), que huyen de ambientes familiares asfixiantes, deciden compartir un piso sin conocerse (el creador lleva su radicalidad al hecho de que un personaje gay no puede ser interpretado por un actor que no lo sea). A la aventura se suma Jill (Lydia West), cómplice imprescindible. Habiendo dejado sus hogares, provincianos, represores, sin horizonte, optan por levantar un grupo familiar alternativo, escogido por ellos mismos, no impuesto por razones genéticas, en el que la solidaridad, el afecto, les permita sobrevivir en medio de una sociedad para la que no dejan de ser queer, raritos, en traducción libre. Unos viven su sexualidad con desinhibición y desenfreno, otros siguen escondidos en lo profundo del armario de sí mismos, tal vez la peor cárcel  que existe. Todos luchan por salir adelante profesionalmente, con mayor o menor éxito, lo que les permite pagar facturas y dedicarse al final del día a quemar la noche en busca del amor, o de simples encuentros sexuales. No tienen más poder que su juventud y unas inmensas ganas de vivir. 


En medio de la gran fiesta de los veinte años, comienzan a llegar preocupantes noticias de un oscuro "cáncer gay". A la inquietud inicial, al miedo posterior conforme la enfermedad se vaya haciendo presente, se enfrenta cada uno con su idiosincrasia: la negación, la reserva, la angustia, la vergüenza ante un test serológico, el cuidado de algunos, la desesperación de la soledad de otros, tirados en la cama de un hospital sin recibir visitas... Y viene también la respuesta combativa de los concienciados frente a la inacción de los políticos. La sensación que experimentan es la de que socialmente se piensa que ellos se lo han buscado, que en el pecado del título deben llevar la penitencia. Dado el supuesto origen del mal y el grupo de afectados, el asunto era tabú. Y, a pesar del dramatismo de las situaciones, en cada capítulo hay siempre escenas divertidas, dada la vitalidad de todos ellos, lo que contrasta con el rechazo familiar, la homofobia social, los prejuicios de aquella sociedad tan pacata en la que se podía acabar en la cárcel por vivir conforme a las propias pulsiones. No se los juzga en la serie, no hay buenos y malos, simplemente todos jugaban en una lotería ciega. Unos sobrevivieron al llegar a tiempo a los antivirales; otros se quedaron en el camino; otros en fin siguieron viviendo conscientes de la necesidad de protección. De algún modo la serie es un homenaje a todos ellos.


La ambientación ochentera es perfectamente reconocible. La música, menuda playlist, me ha retrotraído a aquellos años en los que a veces la escuchaba agarrado a una tónica. Y la interpretación de este grupo de actores jóvenes y desconocidos es perfecta. El pobre Colin me ha parecido que posee el encanto de la ingenuidad y la falta de malicia, “Lo único que hizo fue portarse bien… Y murió”. Y Jill está espléndida en su coraje y su fuerza solidaria. La naturalidad con la que levantan un guión perfecto en golpetazos y réplicas los hace enormemente creíbles. Hay también actores consagrados, como Stephen Fry, tan gentleman, él. Olly Alexander, el prota absoluto de la función, podría pasar por sobreactuado, en su afán de gozar hasta el final, afirmando que se trata de una enfermedad inventada para meterlos a todos en cintura. Terrible su conclusión final: "Qué bien que nos lo pasamos".

 
¿Cómo escapar a la comparación con lo que ahora estamos viviendo? Es claro que no se trata en este año aciago de un grupo minoritario y ajeno a lo heteronormativo, sino que la pandemia afecta a todo el mundo por igual.  Sin embargo vuelve a haber retraso por parte de las autoridades, negacionistas que ponen su afán de disfrute por delante del bien común, los que ocultan la enfermedad para poder seguir trabajando, aunque eso comporte consecuencias dramáticas... Entonces como ahora se hace necesaria la mayor cantidad de información posible y no bulos  conspiranoicos. Igual que a ellos, la enfermedad nos está robando la posibilidad de abrazarnos, nos está sumiendo en un pozo de miedo frente a los demás, nos está aislando. La diferencia estriba, no sólo en que ahora no hay estigma social, ya que nos puede afectar a todos, sino en que los medios puestos para combatirla han sido ingentes y la vacuna permite tener un horizonte de esperanza más o menos lejano, no como entonces, una segura condena a muerte. La historia de estos muchachos supone un homenaje a quienes a pesar de todo intentaron seguir follando, bailando, viviendo, ayudándose como una piña, queriendo ser felices. La serie se la bebe uno en dos tardes. Mejor, verla acompañado.
 
José Manuel Mora.  
 

 

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